CAPÍTULO 20

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Elizabeth pedaleaba con gran energía por la ciclo vía Leblon Niemeyer, con su característico suelo de cemento pintado de naranja al borde del camino, casi sobre el océano.

Esa mañana había despedido a sus primas, quienes lamentablemente no estaban de vacaciones y debían cumplir con sus obligaciones en la sede principal del grupo EMX, y como ella no pensaba quedarse todo el día encerrada en el ático, decidió aprovechar su día al máximo, sobre todo si tenía la libertad de ir a donde le diera la gana, sin tener que darles explicaciones a sus padres.

Después de mucho pensar, decidió escribirle a Wagner, para practicar un poco de capoeira y compartir un rato con él. Suponía que debía fortalecer su lazo de amistad si pretendía que la llevara todo ese mes a la favela.

Ahora que había sido aceptada en la roda de juego duro, no podía desaparecer así como si nada, o solo ir de vez en cuando; debía demostrarle a los capoeiristas callejeros que respetaba y se tomaba en serio lo que hacían, sobre todo que el insoportable de Cobra comprendiera, que lo de ella era su verdadera pasión y no simplemente el capricho de una patricinha.

Patricinha yo... Estúpido... —masculló, sintiendo que la sangre se le alteraba, y empezó a pedalear con mayor rapidez—. Solo porque se piensa el mejor cree que puede humillarme. Tal vez lo sea, pero no por mucho tiempo... Me esforzaré lo suficiente para vencerlo y me daré el placer de dejarlo en ridículo delante de todos los demás.

Al llegar al punto de encuentro, dejó la bicicleta asegurada en la barra de aparcamiento, mientras buscaba su teléfono en la mochila, para escribirle a Wagner, pero antes de hacerlo, lo vio sentado de espaldas en la orilla de la playa.

Imposible no distinguirlo con las rastas rubias y sus alas de halcón tatuadas en la espalda, las que se extendían hasta los tríceps, por lo que cuando movía los brazos, daba la impresión de que estaba en plan de vuelo.

Corrió hacia él, pero al estar cerca, caminó lentamente y se acuclilló detrás, cubriéndole los ojos.

—¿Eli? —peguntó, sonriendo y poniendo sus manos sobre las de ella.

—Se nota que no te gusta el suspenso —dijo, dejándose caer sentada a su lado.

—Imposible no descubrirte, tus manos son muy suaves. —Se quedó observándola—. No parecen las de una capoeirista.

Esa mañana no llevaba su resplandeciente uniforme de capoeira, como una niña bien, de esas que iban a las academias que él odiaba, sino que vestía unas mallas de licra súper ajustadas en color gris y un top en el mismo material y el mismo tono, con los bordes magenta.

—Lo sé, además de ser capoeirista también soy modelo, y paso gran parte de mi tiempo en tratamientos de belleza —explicó en voz baja, sintiéndose un poco avergonzada de su profesión en ese momento.

—Creo que todos esos tratamientos son inútiles —confesó muy serio, perdiéndose en esa mirada, que por la luz de la mañana, era casi celeste. Elizabeth se dejó llevar por la confianza que había despertado Wagner en ella, y le golpeó un hombro, mostrándose realmente ofendida—. Creo que has malinterpretado mi comentario. —Se carcajeó, divertido—. Quise decir que no te hacen falta. Eres muy bella sin necesidad de ningún tratamiento ni artificio.

—Solo resalto mi belleza —aseguró con el pecho hinchado de orgullo, mientras sonreía—. Bueno. —Se levantó, sacudiéndose la arena de la malla, e inevitablemente la mirada de Wagner se le posó en el trasero, y ella decidió ignorar ese pequeño desliz elemental de su condición de hombre—. Hemos venido hasta aquí para practicar, no a admirar el amanecer, sentados en la orilla. Quiero estar preparada para la próxima roda.

MARIPOSA CAPOEIRISTA (LIBRO 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora