𝘑𝘶𝘭𝘪𝘢 quiere ir a la fiesta más importante del año, pero un cambio de planes la obligará a pasar la noche de fin de año con Samuel, el odioso hijo de los amigos de sus padres.
𝘔𝘢𝘪𝘢 quiere montar su primera fiesta en casa, pero tendrá que p...
Antes de que Aaron picara al timbre de su casa, le cogí la mano entre las mías y lo paré.
—¿Estás nerviosa? —preguntó con aquella dulzura tan suya, al girarse hacia mí —Como si fuera la primera vez que ves a mis padres.
Sonreí y negué con la cabeza.
—No es eso —confesé —. Es que quería poder hablar contigo antes de entrar con tu familia.
Aaron me miró con el entrecejo fruncido. Dejé sus manos y retorcí mis dedos, con nerviosismo.
Quería contarle que me habían aceptado en la universidad de Nueva York. Hacía una semana que me habían dado la gran noticia y había esperado el mejor momento para contárselo, pero ese momento no había llegado.
No era fácil sacar el tema porque nuestra vida juntos ya estaba planeada desde hacía años. Y en esos planes, iba incluido ir a la misma universidad. Y no solo no me habían aceptado en la suya, sino que me habían aceptado en una que estaba en la otra punta del país.
Aaron y yo habíamos salido juntos prácticamente desde preescolar y ya habíamos organizado toda nuestra vida juntos. Una boda en la playa con luna de miel en las maldivas. Tendríamos tres hijos y cada navidad iríamos a esquiar, nos haríamos una sesión de fotos con Papá Noel y nos daríamos los regalos antes de las doce de la noche.
Pero yo había roto esos planes, sin consultárselo primero. La verdad era, que no pensaba que me aceptaran. Y que había sido mi amiga Maia la que me había incitado a enviarla bajo su lema de «¿Qué es lo peor que puede pasar?». Y ahora, que me hubieran aceptado, se acercaba de forma temeraria a la frontera entre la felicidad y la ansiedad.
—Me estás asustando —murmuró acercándose más a mí.
Negué de forma rotunda con la cabeza y le dediqué mi mejor sonrisa.
—Maia da una fiesta en su casa —contesté en su lugar —. Me apetece ir.
Su sonrisa se amplió y su mano fue hasta mi pelo, dejando un mechón detrás de mi oreja.
—Pues vamos después de la cena —contestó —. ¿Eso era lo que te preocupaba? Que boba eres.
Me dio un beso casto en los labios y se giró de nuevo para tocar al timbre. Cogí aire y forcé mi mejor sonrisa en el momento en el que la madre y la tía de Aaron abrieron la puerta para saludarnos.
—¡Que ganas tenía de verte, Mia! —exclamó su madre al dejar de estrujarme en un abrazo —Igualmente —sonreí, de forma educada y dejé la chaqueta en el perchero. —Mamá, nosotros después de cenar nos iremos