| | Prólogo: Antes De Nosotros | |

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Era un día lluvioso.

Había sido una fortuna haber encontrado una parada de autobuses techada cerca de donde se encontraba. De lo contrario, probablemente hubiera terminado como un perro mojado.

Le había enviado un mensaje a Higuchi para avisarle que se había movido un poco del punto de reunión, y pese a haberlo regañado levemente por no haber salido con una chaqueta teniendo en cuenta el clima de esas últimas semanas, le dijo que se apresuraría para poder recogerlo.

A decir verdad, no la estaba pasando tan mal.

Le gustaban bastante los días lluviosos, aunque generalmente prefería pasarlos en casa, quizás viendo una película con Higuchi o haciendo cualquier tipo de cosa, después de todo, su condición de salud era delicada y no era del todo recomendable que estuviese afuera durante los días fríos, por lo menos no desabrigado.

Pero ahí estaba.

Todo porque Higuchi quería verlo y él como buen novio puso las necesidades de la rubia antes que su propia integridad, así había sido desde que comenzaron a salir y a él no le molestaba en lo más mínimo.

Esperaría pacientemente a que el auto de su novia arribase, parado como una columna de piedra y apretando los labios en un vago intento por hacer que su tos muriera en su tráquea.

En un inicio eso funcionó, pero después de los primeros minutos comenzó a volverse complicado que los espasmos de sus pulmones se mantuvieran al margen. Al punto de que sentía que era casi imposible.

Estaba demasiado concentrado en no morir de un ataque de tos en esos momentos que no fue hasta que escuchó una vocecita a su lado que se percató de que ya no se encontraba solo.

—hola, buenas tardes, ¿te encuentras bien?

Miró de soslayo a su acompañante bajo el techo de lona.

Era un chico de hebras blancas, un mechón negruzco sobresalía entre su cabellera, y, a su opinión, parecía que el peluquero se había tropezado mientras cortaba su flequillo. Tampoco pasó por alto que era levemente más bajito que él ni el hecho de que estaba empapado de pies a cabeza.

El pobre idiota no llevaba una sombrilla.

—sí —se limitó a decir.

Las relaciones sociales no eran su fuerte, más allá de Higuchi, a quien conocía desde hace casi diez años, todas sus interacciones ajenas a su novia se trataban en su mayoría de peleas físicas o guerras de insultos.

Sí, Akutagawa Ryuunosuke y socializar jamás iban en la misma oración.

Pensó que había sido lo suficientemente tajante como para que la conversación muriera de forma definitiva, pero al parecer el muchacho era terco:

—vaya frío ha hecho estos últimos días, ¿verdad?

—sí.

Hundió su helada nariz en la bufanda que llevaba puesta, esperando que, con ello, por lo menos la parte inferior de su rostro entrara en calor, aunque el resto de su cuerpo se siguiera congelando.

—¿este chico solo sabe decir "sí"? —lo escuchó murmurar, exasperado.

Fácilmente podría golpearlo por haber dicho eso, pero no le vio sentido.

Después de todo, el chico solo estaba tratando de romper el hielo con su amabilidad y Akutagawa, bueno.

Akutagawa solo estaba siendo él mismo.

El muchacho no trató de empezar otra conversación, de hecho, empezó a escuchar pasos tímidos, pensó que el chico estaba alejándose lo más posible de él.

Probablemente iba en su misma universidad y había escuchado rumores o lo había visto durante alguna pelea en la que se involucró, así que no lo juzgaba.

Pero, contrario a lo que imaginó, de pronto este soltó un chillido y se pegó bastante a él.

Quizás demasiado.

Con su cabeza apoyada en su hombro y su mano posicionada en su pecho, el chico se veía más pequeño de lo que había pensado en primera instancia.

Trató de comprender el motivo por la repentina e incómoda cercanía.

No pudo evitar notar cómo un chorro de agua le caía encima al chico, alzó la cabeza solo para descubrir que un pedazo de lona se había partido debido a la fuerza del aguacero.

El chico ya estaba empapado y temblando como gato recién bañado cuando llegó a su lado, probablemente él era más propenso a pescar una hipotermia que el propio Akutagawa en esos momentos.

Tan pronto como comprendió la situación, por lástima y porque el tener a un muchacho empapado recargado sobre sí solo aumentaría las posibilidades de pescar un resfriado, abrió su paraguas, cubriendo la grieta y, por ende, el chorro de agua.

Tan pronto como dejó de sentir el agua sobre sí, el albino se alejó de un salto, abriendo un espacio de por lo menos medio metro entre ambos.

Él estiró un poco más su brazo, para evitar que se mojara de nuevo.

Se formó un silencio denso, todavía más denso que el de antes.

—yo... lo siento por eso —lo escuchó murmurar.

Iba a decir un comentario sarcástico, después de todo, era bien sabido que su segundo idioma era el sarcasmo.

Sin embargo, un autobús se detuvo frente a ellos e inmediatamente el más bajito habló frenéticamente:

—¡Uy! qué casualidad, este es mi autobús, hasta nunca, ¡Adiós!

Y sin decir más, abordó el transporte público y se marchó tan rápido como había llegado.

Akutagawa miró el paraguas aún abierto, preguntándose si debió habérselo dado o no.

Al final se encogió de hombros y le restó importancia a su fugaz encuentro con ese peculiar chico, probablemente jamás volvería a verlo de nuevo.

Pocos minutos después de que él se marchara, el auto negro de Higuchi se detuvo momentáneamente frente a él.

Cerró el paraguas y se precipitó hacia el vehículo, abriendo la puerta del copiloto para sucesivamente tomar asiento ahí.

En el momento en el que cerró la puerta pudo sentir como unas manos ajenas colocaban una chaqueta sobre sus hombros, miró de soslayo a la muchacha que tanto amaba.

—no puede ser —le dijo ella con voz suave—. ¿Cómo pudiste salir de tu casa de esta forma con este clima, Akutagawa?

—querías verme, ¿no? eso era lo único que me importaba.

—eso es muy dulce de tu parte —dijo, sonriente.

Aunque su rostro no lo hiciera notar, el azabache amaba esa sonrisa.

Poco a poco esta se apagó hasta que quedó una expresión de arrepentimiento en sus facciones.

—lamento lo que te dije la última vez que nos vimos, por eso quería verte... para disculparme. Jamás quise herirte ni ignorarte... ¿me perdonarías? jamás volverá a suceder.

《Está mintiendo》, gritaron sus instintos.

Pero él estaba ciegamente enamorado de ella, y confiaba en sus palabras con la misma ceguera.

—está bien, no te preocupes.

La sonrisa que tanto amaba regresó.

—¿Qué te parece si vamos a mi casa y preparo un té para que entres en calor? podríamos ver una película y si quieres puedes quedarte a dormir.

Akutagawa colocó su mano en su boca y tosió disimuladamente, pero en realidad estaba tratando de ocultar una sonrisa.

—de acuerdo.

En cuanto el auto arrancó, ya se había olvidado del chico.

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