II

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: : C A P Í T U L O D O S : :
SANTA MONICA & LA BREA

R a y

21 de septiembre. La calidez de la vida, el augurio de que todo comenzaba a morir. Eso era lo que representaba para él.

21 de septiembre era la fecha de inicio del otoño. Era cuando el calor, todos esos buenos momentos del verano, se esfumaban.

21 de septiembre cuando lo imparable, lo impredecible, había decidido separarla de sus brazos.

Ray odiaba esa fecha, la mayor parte del tiempo la pasaba ebrio. Aunque extrañamente ese año no había podido beber ni una maldita gota de alcohol, y sentía que toda la ansiedad se le acumulaba en el pecho.

¿Por qué en la víspera de esas fechas sí había logrado perder la razón y aquél día, por más lo que lo intentase, no podía? No lo entendía, ¿era por lo de la otra vez?

Ray aún podía sentir el tacto sus manos frías en su piel erizada.

Decidió borrar tal recuerdo.

Su vida antes de los 17 años era un caso perdido, algo de lo que no quería hablar. Era una clase de lost media, de la cual, él era el único que tenía el casette, y ese casette se repetía una y otra vez en su cabeza, como si sintiese culpa, como si huyese de algo.

Sus pecados, en teoría, habían sido pagados. Pero él sentía que estaba incompleto, cómo si necesitara que un trueno lo partiese para que por fin pudiese estar a mano con Dios.

No, lo suyo era imperdonable. Ni la muerte podía alcanzar a pagar sus dos crimenes.

¿Entonces qué carajos quiere Dios de mí? ¿Por qué me hace sufrir tanto?

Ray sollozó, cayendo de rodillas frente al mausoleo que se encontraba en el pequeño cementerio a las afueras de la ciudad, el cual parecía estar hecho de granito blanco y oro laminado.

Familia Ratri decía la leyenda en la placa a un costado de la puerta. El vidrio soplado apenas y dejaba ver en su interior, mas Ray no necesitaba de sus sentidos para imaginar que dentro habría una urna blanca, pequeña, con cientos de flores a su alrededor, amapolas, pues ella amaba las amapolas.

La pequeña caseta estaría cálida al no permitir que el aire entre, lo cual ya la habría sofocado; sin embargo, habría encontrado consuelo en un par de animales de felpa los cuales había ganado en el muelle de Santa Mónica en uno de esos días de suerte.

Ray sonrió al recordar su cara de victoria en uno de esas tantas victorias, antes de tropezarse con la pata del oso gigante de peluche que traía cargando, y volarse un diente a su vez.

Pronto, la melancolía lo hizo regresar los pies a la tierra, como si lo alegre se derritiese, y se tornara frío y azul.

Se imaginó por un momento que tal vez la urna estuviese en esa repisa de diamante que Ray recordaba de la última vez, diseñada especialmente para ella, pues ella era una princesa.

Y recordaba bien que ella le decía que las princesas vivían rodeadas de la belleza, pues esa era su mayor virtud.

Pero era una tontería, pues ninguna princesa podía ser tan bella como su princesa.

ʟᴀ ᴄʜɪᴄᴀ ᴅᴇʟ ᴏɴʟʏ ꜰᴀɴꜱ | ᴿᵃʸᵉᵐᵐᵃOnde histórias criam vida. Descubra agora