CAPÍTULO 2

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Los gélidos corredores del hospital nunca llegaron a contentarlo de la mejor manera. A pesar de haber visto la luz de la vida por primera vez entre uno de los cadavéricos dormitorios que traspasan por los pasillos principales, Luffy nunca consiguió gustar de ellos a profundidad. 

El hospital es un lugar repleto de tristeza, con un consuelo insuficiente y una aflicción infinita; los pasillos se sienten pesados, los dormitorios son melancólicos y la gente pasa desapercibida por la decadencia abismal que guardan en su interior. La muy esperada felicidad es escasa, pero es posible vislumbrarla cuando por fin un paciente abandona el edificio y uno de los médicos le autoriza a marcharse con el alta correspondiente.

Luffy envidia ese sentimiento. Si bien a veces siente alegría al ver que alguien se marcha definitivamente, Luffy no puede evitar sentirse celoso por no encontrarse en la misma situación. Es cierto que ha pasado casi toda su infancia y adolescencia entre estos muros saturados de amargura y angustia, pero aun así Luffy se niega a caer rendido a los pies de la ruptura.

Sonreír no le resulta difícil, sobre todo cuando Ace, su hermano mayor, y Garp, su abuelo, están a su lado. A pesar de no tener la vida habitual de un simple estudiante universitario, Luffy sigue sin descartar las cosas que le hacen mirar al futuro con ilusión; la comida es una de ellas. Luffy la disfruta en los reducidos lapsos que tiene para gozarla como es debido. Incluso cuando los animados medicamentos que consume le hacen sentir náuseas y malestar, Luffy no se deja vencer e intenta por todos los medios comer como a él le gusta.

El médico encargado de administrarle los remedios intravenosos, Marco, le dice que no intente forzarse, ya que coaccionar al cuerpo puede tener resultados perjudiciales para su rendimiento. Sin embargo, como es costumbre inmediata, Luffy desobedece. A veces intenta redimirse y acepta que su vida nunca será ordinaria como la de la mayoría de los chicos de su edad, pero su mente tiene ciertos límites, y éstos se hacen añicos cuando la ansiedad se apodera de él. 

Es frustrante para todos, sí, pero esa frustración es incomparable con el nivel de estrés que Luffy experimenta cada día que transfiere al siguiente. Es un tormento, uno que se prolonga cuando empieza a mejorar y luego, sin saber cómo, decae inesperadamente. 

Sus pasos ligeros resuenan por la vasta galería del hospital, en dirección automática a la Unidad de Cuidados Intensivos. A pesar de estar destinado a su martirio semanal, Luffy está emocionado. Quizá no por ver la aguja que con frecuencia le pincha la piel cada semana, pero sí por ver a Law al día siguiente.

Puede sonar infame, pero Luffy nunca ha tenido un amigo de verdad. La escuela es un territorio desconocido para él; la educación que recibió en su infancia y adolescencia fue de carácter doméstico, es decir, "escuela en casa". Además, las únicas relaciones sociales que mantiene de forma constante son caseras, incluyendo exclusivamente a su abuelo, su hermano mayor y el médico que tiene asignado desde que tiene uso de razón.

Luffy les guarda un cariño descomunal, por supuesto, pero eso no cambia el hecho de desear un amigo fuera de su círculo habitual. Y es ahí donde Law entra en escena. 

Law, o mejor dicho, "Torao" —según la resolución de Luffy— es excepcional. Normalmente, la gente suele burlarse de él por su falta de habilidades sociales y su torpeza a la hora de entablar una conversación ingenua, pero Law no hizo eso, al contrario, le devolvió la charla a Luffy e incluso se presentó con su nombre completo, algo que nadie hace con él.

Puede parecer una persona seria y desencantada la mayor parte del tiempo, pero la realidad es que Law se muestra benevolente sin importar cuánto lo disimule. Luffy fue capaz de percibir ese pequeño desliz, y ahora no puede dejar de pensar en esa espléndida realidad. 

Eleuteromanía (LawLu)Where stories live. Discover now