Capítulo 9

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Paolo Bianchi había vivido un cambio muy significativo en su día a día desde hacía ya varios días, desde que su tío había tenido que volver a Italia. Sus labores y su rutina como tal apenas habían cambiado, pero ahora en parte se sentía un tanto solitario.
No es que realmente estuviera solo, es simplemente que ya no tenía a nadie con quien conversar largo y tendido durante las noches, como le gustaba hacer antes con su tío. Aunque eso lo compensaba un poco durante el día, charlando y comentando sus diferentes pensamientos con su compañero de trabajo.

Aún con todo, parecía que a Paolo se le notaba demasiado que estaba con los ánimos un tanto por los suelos, la gente de la asociación, y en especial Héctor, no hacían más que estar pendientes de él, le preguntaban constantemente si necesitaba alguna cosa o si quería conversar para despejarse durante un rato. Ian Watzler y Leila Mudller le preguntaban todos los días si le apetecía irse un poco antes, cosa que él rechazó en todas las ocasiones, excepto en una, cuando Héctor le propuso ir con él a un lugar, sin revelarle cuál era. 

Ese día, los dos compañeros salieron del lugar y, guiados por el moreno, recorrieron un camino concreto. El italiano se sorprendió al llegar a su destino, pues habían ido en dirección al campo de fútbol donde los niños del equipo de Héctor se entrenaban, aunque ese día no tenían programado un entrenamiento.

-Oye Héctor, ¿Porqué me traes aquí?

 El africano le entregó una mirada burlona a su amigo y simplemente le condujo justo debajo de una de las porterías del lugar, donde se hizo con una pelota de fútbol, probablemente olvidada, y se la entregó. 

-Vamos a jugar al fútbol. Tú y yo. 

Paolo quedó sorprendido, sin duda no se lo esperaba. 

-¿Que pasa? ¿Es que no quieres?

-No, no es eso, es solo que... Creía que no podías jugar más de portero desde lo que te pasó aquella vez, me lo contaste hace tiempo.

Héctor quedó sorprendido al pensar en cómo podía ser que Paolo recordase algo tan nimio que le había contado hacía ya semanas. 

-No te preocupes, utilizaré la mano izquierda, no seas muy bruto y problema resuelto. Vamos a jugar. 

Sin detenerse para esperar una respuesta, Héctor se colocó en posición de portero y le dio una patada al balón, con la fuerza suficiente para que llegase a los pies de Paolo, quien se quedó observando el esférico durante unos segundos, hasta que alzó la mirada, fijando sus ojos con determinación a su amigo y indudablemente se lanzó al ataque con una sonrisa en la cara.

Llevaba varias semanas ya sin patear un balón, prácticamente desde que había llegado a África, pero la sensación era tan agradable que sentía como le llenaba. 

Corriendo por el pequeño campo mientras notaba el viento chocando contra su cara, sintió una agradable sensación de libertad. 

Paolo chutó a portería varias veces, con bastante fuerza, pero decidió no utilizar ninguna supertécnica. No le faltaron ganas, pero sabía que Héctor usaba su brazo inexperimentado y si le obligaba a emplear alguna de sus paradas especiales, él tendría que utilizar su mano lesionada. Sin embargo, aún con el esfuerzo de Paolo por no causar daño a su amigo, este terminó por hacer uso de su mano derecha, probablemente por culpa de un acto reflejo, lo que causó que no pudiera detener el tiro y el balón se incrustase en la portería, dejado al portero sentado en el suelo, sujetando su mano con mirada de dolor. 

Con preocupación, Paolo corrió hacia su amigo y se sentó a su lado.

-Dios mío, ¿Estás bien Héctor? Lo siento mucho. 

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