Capítulo 12

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Suele decirse que la felicidad está dentro de cada uno, y que lo único que realmente necesitamos es que alguien nos ayude a encontrarla.
Aveces, crees ser feliz, pero solo has encontrado aquello que te mantiene lúcido durante un tiempo. Tarde o temprano, esa llama de júbilo se apagará, al menos hasta que, por fin, encuentres a la persona adecuada.

Paolo Bianchi había experimentado esas palabras en sus propias carnes en apenas unos meses.

Durante años, creyó ser feliz al lado de Chiara, sin querer darse cuenta de que, en realidad, solo le hacía feliz la falsa manera en la ella le trataba. Pero en un lapso de tiempo tan corto que sorprendería a cualquiera, Paolo pasó de lamentarse por creer que no estaba destinado a ser feliz y que jamás encontraría a alguien capaz de devolverle la sonrisa a la cara, a estar completamente convencido de que había encontrado a la persona adecuada.

Lo que Héctor le hacía sentir, y lo que le había estado haciendo sentir durante el tiempo que llevaban juntos, era algo que Paolo no había experimentado, probablemente jamás.
Era la auténtica felicidad.

La pareja de futbolistas habían tenido su primer encuentro íntimo hacía ya varias semanas. Desde aquel día en la playa, ambos se dieron cuenta de que no resultaría nada fácil tener algún otro encuentro si esque así lo querían, por lo que tomaron la decisión de actuar. Ambos se mantendrían como hasta ahora, durante el tiempo en que estuvieran en público, actuarían sólo como amigos y compañeros de trabajo, sin compartir palabras o gestos que pudieran llevar a cualquier tipo de sospecha por parte de la gente de su alrededor.
Por las noches, en cambio, pasarían a tener un plano mucho más "íntimo". Hacía ya días que Paolo no se pasaba a dormir por el hostal, solo iba tras salir de la asociación durante un rato para coger algunas cosas o para refrescarse, luego cogía el autobús de vuelta a la capital y pasaba la noche con Héctor. Cenaban juntos en casa del africano, conversaban y compartían momentos especiales. Así lo habían estado haciendo durante este último tiempo.

La gente no sospechaba nada de ellos y ellos estaban felices con su situación actual, sin tener que pararse a pensar en nada más.
En tal caso, no había razones para preocuparse.

Al menos, no por el momento.

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El joven africano agradecía más y más cada día su decisión de comprar una cama de matrimonio cuando se mudó a la ciudad desde su pueblo hacía ya unos cuantos años. Esa tarde, ambos estaban tumbados en la cama, Paolo estaba boca arriba y Héctor estaba tumbado de lado, con una mano sobre el pecho del italiano, quien le sostenía el brazo frotando una cicatriz que tenía ahí.

-¿Cómo te hiciste esta marca?

Héctor observaba la vieja herida de la que le hablaba Paolo.

-Es de aquel accidente del que te hablé hace ya tiempo. Jugando un partido me lesioné el brazo de manera irreparable. El médico me dijo que existía la pequeña posibilidad de recuperarme de la herida del brazo si me sometía a una operación, pero al final no salió bien y así acabó. Lo que me molesta es que sea tan poco agradable a la vista, si puedo siempre la cubro porque queda bastante mal. Pero en fin, ¿que se le va a hacer?

Paolo ya se había fijado alguna vez anterior en el detalle de la cicatriz que el africano tenía en el antebrazo, ya que esta era bastante grande, le llegaba desde un poco más abajo del codo interno hasta unos centímetros por encima de la muñeca, además era bastante visible, como si en su momento se hubiera curado mal, cosa que podía ser. Aún así, Paolo le siguió frotando la zona con delicadeza y una sonrisa, hasta que le miró a los ojos.

-Yo también tengo una cicatriz un poco fea.

Dicho esto, el italiano se levantó ligeramente la camiseta, dejando al descubierto, en efecto, su propia cicatriz. Era bastante más pequeña que la de Héctor, pero tenía casi el mismo aspecto.

De lgual forma a como había hecho él, Héctor se la quedó mirando mientras la frotaba con su mano.

-¿De qué es exactamente?

-Es de una apendicectomía. Fue al poco tiempo de volver de Lyokott. Orfeo y yo estuvimos mejorando mucho para intentar llegar a ser mejores como equipo, de repente, un día empecé a sentirme muy mal, pero aún así decidí hacerme el fuerte y continuar yendo a los entrenamientos, además fui terco y tampoco se lo conté a mi madre porque no quería preocuparla. Al final, en medio de un entrenamiento, me sentía tan enfermo y tenía tanto dolor que colapsé. Me desperté tres días después en el hospital. Los médicos me dijeron que había estado a punto de morir, primero por la apendicitis y luego por una infección que había tenido en la herida que me dejó la operación. Pero al final se terminó.

Ambos se mantuvieron en la posición durante un rato, sintiéndose muy a gusto con la forma en la que estaban, aunque poco después se miraron a los ojos y se besaron apasionadamente.

Cada vez que llegaban a la casa del africano por las noches, aprovechaban para mostrarse el cariño y amor mutuo que no podían darse en público durante el día, aunque desde luego no les faltaban las ganas. Se veían prácticamente todo el día, pero solo podían relacionarse de la forma en la que realmente querían durante las noches. Aunque, por supuesto, jamás desperdiciaban ese poco tiempo.

-¿Qué dices Paolo, cenamos ya?

-No sé tú, pero yo me muero de hambre.

Ambos compartieron una tierna risa mutua. Justo cuando se preparaban para levantarse, alguien llamó a la puerta.

Paolo y Héctor se quedaron impactados, ya era muy tarde y no esperaban ninguna visita. Por sus cabezas pasaron pensamientos de preocupación por si les veían juntos en ese plan.
Héctor pensó rápido y, en silencio, le indicó a Paolo que se escondiera en el armario de la habitación mientras él se encargaba de la puerta, cosa que el italiano no tardó en hacer.

Héctor intentó aparentar la mayor normalidad posible, se arregló el cabello y se alisó la ropa antes de acercarse a la puerta de su casa. Con los nervios a flor de piel, el moreno abrió la puerta y se encontró cara a cara con un rostro que conocía bastante bien gracias a su trabajo.

-Señor Inoue, ¿Qué hace usted aquí? ¿Necesita algo?

El hombre obvió las preguntas que Héctor le había hecho, y se limitó a preguntar él mismo.

-Héctor, creo que hay algo que deberías saber.

El futbolista no pudo evitar que la preocupación y los malos pensamientos se le acumulasen, pero en todo momento intentó ocultarlo.

-¿Qué ocurre señor Inoue?

-La gente de la asociación habla, Héctor. Estamos bastante interesados en conocer qué tipo de relación tienes exactamente con ese chico, Bianchi, el italiano. Al parecer pasáis mucho tiempo juntos y parecéis estar muy unidos. ¿No seréis lo que se sospecha que sois, verdad? ¿Sabes acaso la imagen que le daríais a la asociación si es así? ¿En qué lugar nos dejaría eso?

Héctor tuvo que contener hasta la última partícula de su ser para evitar gritar y ponerse a sudar de la preocupación en ese instante. Sentía que estaba a punto de ponerse a temblar.

No. No podía simplemente dejar que la gente descubriera la verdad. Por mucho que estuviera deseando proclamar a los cuatro vientos el amor, afecto y cariño que sentía por el italiano, sabía que podía tener problemas muy serios si lo hacía, por lo que, muy a su pesar, tuvo que contener sus deseos.

-Señor Inoue, la gente siempre ve lo que quiere ver, y los de la asociación solo quieren que haya algo de lío para poder entretenerse un poco. No hay nada más allá que la amistad entre Paolo Bianchi y yo. Paso mucho tiempo con él porque, ahora que su tío ya no está, él se ha quedado prácticamente solo, necesita a alguien con quién poder hablar y pasar tiempo, un buen amigo. Eso es lo que somos, se lo aseguro.

A Héctor le dio totalmente la impresión de que el señor Inoue falseaba su cara de aceptación en ese momento. Algo le hacía dudar sobre si había conseguido convencerle o no. Aún así, a pesar de todo, el hombre asintió y tras una disculpa por haberse presentado tan tarde, se marchó, dejando a Héctor más aliviado de lo que le gustaría admitir.

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