CAPITULO 16: Un Evidente Cambio.

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Han pasado cuarenta y siete minutos y nadie ha salido de la casa. Estoy aburrido. Ya he hecho de todo tratando de matar el tiempo: escuchar música, cambiar las estaciones de la radio, jugar con todos los botones de la camioneta, leer, incluso he salido un par de veces a estirar las piernas, pero las cosas siguen sin cambiar. Nadie entra o sale de la casa.

No me arrepiento de estar aquí, es solo que, esperar... ¡Dios!, esperar no es lo mío.

En fin. Supongo que quejarme no va a cambiar nada. Tendré que seguir esperando.


****

He comenzado a cabecear. Una, dos, tres veces. Froto mis ojos y miro la hora. Han pasado treinta minutos más. Dentro de una hora, aproximadamente, el sol se va a ocultar. En los alrededores no se ve a nadie. Ni a niños ni adultos, lo que me deja ver que es un vecindario tranquilo.

Abro la puerta para (otra vez) salir a estirar las piernas y enderezar mi espalda. Vuelvo la mirada una vez más hacia la puerta de la casa antes de bajar del auto, alcanzando a ver como ésta se abre, y por ella; sale Amber, acompañada de sus muletas y con una mochila en la espalda. Emparejo la puerta del auto y me quedo mirándola un momento.

No ha pasado mucho desde nuestro último encuentro, solo han sido diez días, una ínfima cantidad tiempo si lo comparo con los seis largos años que estuve sin saber nada de ella, pero ahora que la tengo nuevamente enfrente de mis ojos, siento como si fuera la primera vez que la veo después de un largo tiempo. Lo que quiero decir es que; no me había dado cuenta —hasta ahora— de que la extrañaba. ¿Es posible no darse cuenta de eso? Supongo que en mi caso sí es posible.

Amber comienza a caminar. Salgo del vehículo y en lugar de acercarme a hablar con ella (cosa que haría cualquier persona con suficiente materia gris en el cerebro), se me ocurre seguirla.

Ella avanza. Lo hace con calma, centrada en el camino. Sin voltear ni una sola vez hacia atrás.

Mantengo la distancia y procuro no llamar la atención. No quiero que las personas con las que me voy topando piensen que la estoy acechando (aunque es justo lo que estoy haciendo).


****


Después de quince minutos de sigilosa persecución, parece que Amber por fin ha llegado a su destino: el cementerio.

Observa la entrada un momento, como dudando entre seguir caminando o no. Ella prosigue con la caminata y yo voy detrás de ella. Mi razonamiento me dice que no debería seguir a Amber más allá de este punto, pero mi curiosidad tiene ganas de saber por qué está Amber aquí. Me dejó llevar por la curiosidad y entro, manteniendo aún la distancia.

Es un lugar escalofriante, solitario y frio. Los árboles se ven viejos. El suelo está lleno de hojas marchitas y quebradizas. Las lápidas, apiladas en hileras como si fueran soldados en formación, lucen gastadas y polvorientas. Es la primera vez que entro a un lugar así; a un cementerio. Desde pequeño nunca me han gustado. La idea de un lugar en donde descansaban los restos de las personas que ya no estaban vivas; me parecía atemorizante, eso y una errónea idea que me formé en la mente tras ver y leer varias historias de terror.

Amber se detiene frente a una lápida y con cuidado, empieza a arrodillarse usando sus muletas como apoyo. Se quita la mochila de los hombros y de su interior; saca un diminuto ramo de Tulipanes amarillos. Coloca el ramo dentro de un jarrón blanco que está a un lado de la tumba para después volver a colocarlo en el mismo lugar. Amber se sienta en el suelo y luego; nada. Ella no hace nada. Solo mira hacia el frente. Desde donde estoy, es difícil saber si está mirando los tulipanes o la lápida.

Se me ocurre acercarme más, pero no lo hago. «No debería estar aquí.», me digo al ver que Amber ha comenzado a hablar.

—Hola hermana, esta vez te traje tulipanes amarillos —alcanzo a escuchar

Avanzando A Tu Lado © (En Revisión)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora