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Evan

Me revolví el pelo para quitármelo de encima y me hundí más en el sofá. Le di la vuelta a la página del libro y continué leyendo; me envolví aún más con mi manta. Levanté la mirada al antiguo reloj que colgaba de la pared, y abrí los ojos al ver lo tarde que era. Me puse de pie y dejé el libro en el sillón junto a mi manta. Caminé hasta la cocina y la revisé de arriba a abajo para ver qué era lo que me faltaba hacer.

Porque siempre se me olvidaba hacer algo. Siempre. Fruncí la boca por un momento, rebuscando en mis recuerdos. Chasqueé la lengua al recordarlo.

La basura, cierto.

Dejé el lápiz con el que había estado jugando sobre la encimera y me giré para buscar la bolsa de basura. Llevaba toda la tarde diciendo que iba a sacarla, pero siempre terminaba olvidándolo.

Me sacudí las manos y arreglé un poco mi camiseta. Afuera debía estar haciendo un frío tremendo. Ya había pasado la medianoche. Tomé la bolsa sin mucho esfuerzo y fui hasta la puerta. Fruncí el ceño al ver que la llave no estaba en el perchero. Me palmé los bolsillos en busca de ella y dejé la bolsa en el suelo para poder buscar mejor. Revisé mi bolsillo trasero y sonreí con suficiencia cuando la noté ahí. Me revolví una vez más el pelo y la introduje en la puerta para abrirla.

Ahogué un jadeo.

Ella también se sorprendió al verme. Abrió sus lindos ojos marrones y su expresión delató que no esperaba que yo abriera la puerta. En solo un segundo, deduje que algo no andaba del todo bien. La revisé de arriba a abajo para mirar si se había lastimado o algo, pero no encontré nada a la vista. De lo que sí me percaté, fue del elegante vestido color vino que vestía y de los muchos rulos castaños que caen por su espalda. Y de que luce... completamente hermosa.

Ella siempre luce preciosa, pero el enrojecimiento en sus ojos y el temblor de sus labios me demuestra que algo no anda bien. Una alarma se instaló en mi cabeza.

—¿Qué ocurrió? —pregunté al instante.

Ella se quedó observándome unos segundos más; tal vez tratando de convencerse a sí misma de que yo estaba ahí. Cuando por fin consiguió reaccionar, negó con la cabeza y acortó el espacio que nos separaba.

Sus brazos me estrujaron y mi corazón se encogió al rodearla y notar lo helada que estaba. Se mantuvo en silencio, con la cabeza escondida en mi pecho, temblando.

—Fue muy cruel conmigo —pronunció en un susurro.

Cerré los ojos y apreté con fuerza la mandíbula. Le acaricié el cabello para intentar consolarla. Quería arrebatarle todo lo malo para que ella pudiera estar tranquila. Chelsea se refugió aún más en mi pecho sin decir nada más. Yo la estrujé más en mis brazos.

Algo había ocurrido en la cena. Algo le habían hecho. Mi corazón se rompió cuando recordé la incredulidad que adornaba su rostro al contarme que su madre la había invitado a acompañarla.

Dejé un beso sobre la coronilla de su cabeza. Ella apretó sus brazos a mi alrededor y escondió más la cabeza en mi pecho.

Pensar en que vino hasta acá, de noche y helando afuera. Apreté los labios para reunir paciencia y no ir a ese restaurante a maldecir a todo el mundo. Chelsea estaba temblando, y no estaba seguro de que fuera por el frío.

Ella apretó aún más sus brazos a mi alrededor, y tras soltar un gran suspiro, se alejó y se mantuvo delante de mí.

Sorbió por la nariz y pude ver que hizo un puño con la tela de su vestido antes de bajar la mirada y clavarla en la punta de sus pies.

No intentes reparar a la chica rota Donde viven las historias. Descúbrelo ahora