41

18 2 0
                                    

Hace más de tres semanas que casi ni he hablado con él.

Lo veo por los pasillos algunas veces. Me saluda, y yo lo saludo a él y consecutivamente termino acercándome. No charlamos mucho. Casi nada, en realidad.

Las cosas se han calmado en casa. O, bueno, al menos un poco. La verdad es que ya no soporto mucho la idea del lugar, pero George ha cumplido en parte con lo que dijo.

Sin embargo... hay mucho tiempo para pensar cuando nos encontramos solos. No hay ruidos molestos, ni incomodidad, solo... tu cabeza y tú.

A veces eso puede ser un mal dúo.

He estado pensando mucho. Ya no soy un lío. O al menos no un lío demasiado grande.

Mi habitación está llena de cajas de mudanza. Ya es un hecho. Voy a irme de este lugar. Es un sentimiento algo extraño. Crecí aquí, viendo por la ventana y saludando a la Señora Beasley, escondiendo los dulces debajo de la cama y saltando sin parar por todo el cuarto. Es raro despedirme de este espacio que he hecho tan mío.

Aún faltan algunas semanas, pero el tiempo libre ha estado a mi favor y decidí adelantar algunas cosas. Casi todo está guardado y listo para ser mudado.

Menos... él.

Él no tiene que ser guardado.

Me ha hecho falta. Mucha, mucha falta, pero creo que este tiempo ha sido bueno para mí. Me he despejado y aclarado con algunas cosillas.

He...

El ruido estrepitoso que ocasiona la puerta al abrirse me sobresalta. Mamá empuja la puerta con mucha fuerza, y cuando esta choca con la pared, nos asusta a ambas.

Luego de eso, entra a mi habitación y observa su alrededor. Su expresión no me gusta.

—¿Ya estás lista, no? —inquiere, paseando sus ojos por el espacio—. Bien. —Se responde ella sola—. He comprado el boleto para esta tarde.

Abro mucho los ojos.

—¡¿Qué?!

—Sí —contesta sin mucho interés. Se acomoda el pelo castaño detrás de las orejas—. Sale en una hora. Deberíamos irnos ya para...

—No. No puedo irme todavía —jadeo—. Aún tengo clases, aún tengo cosas que hacer...

Mamá solo se encoge de hombros. Su tranquilidad está alterándome.

—Son los últimos días, Chelsea —alega—. Ya entregaste todas tus evaluaciones. Estarás bien.

—No mamá, no lo entiendes, yo...

«Él no lo sabe»

No lo sabe.

La expresión de mi madre se ha endurecido. Por lo que veo en sus ojos, creo que sabe por dónde van las cosas.

—¿Es por ese chico, no? —pregunta—. El pelirrojo.

No respondo. Estoy demasiado alterada como para hacerlo. Mamá suelta un largo suspiro.

—Ay, Chelsea. A donde irás habrán muchos chicos. Serán más lindos, más graciosos, más...

—No lo entiendes.

Sus ojos marrones me dan una repasada. Odio cómo sonríe para luego volver a mi rostro.

—Oh, no... —Ríe un poco—. ¿No me digas que te has enamorado? George tenía razón. Hija, los chicos solo sirven para hacerles compañía a las chicas. Todos son iguales. Ninguno vale realmente la pena. Serás un juego para cada uno de ellos, mírate, eres...

No intentes reparar a la chica rota Donde viven las historias. Descúbrelo ahora