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Huí en cuanto pude.

Necesitaba aclararme. Vaciarme la cabeza o arrojarla muy lejos, tal vez. Simplemente sabía que debía estar lejos para poder pensar.

No podía centrarme con esa expresión en su rostro.

Esa escena solo me ha demostrado lo débil que soy cuando se trata de Evan. Ni siquiera sé qué me ha pasado. Es como si hubiera venido al mundo con estos sentimientos dormidos y a él no le hubiera costado nada despertarlos.

Soy un lío. Un lío enorme.

Evan me importa. Muchísimo. Y eso quizás sea el problema. Volví a encariñarme. Volví a ser débil. Ahora él también tiene el poder de lastimarme, y eso me preocupa.

Me preocupa porque ya no quiero salir más lastimada.

Dejo mi mochila en el piso sin prestarle atención. Suelto un gruñido cuando me tiro en la cama. Me cubro la cara con las manos, aunque de inmediato las regreso a su lugar. Cada vez que cierro los ojos veo de nuevo la foto y esa sensación vuelve a apoderarse de mí. Jadeo.

¿Cuánto puedo durar sin cerrar los ojos?

—Debo dejar de pensar —susurro.

Ni siquiera sé cuánto tiempo transcurre. Solo sé que el sonido del timbre resonando en las paredes consigue que me despierte. No sabía que me había quedado dormida.

Sin preocuparme, me quedo admirando el techo de mi habitación. Bostezo y me desperezo en mi cama. Cierro los ojos para volver a dormirme.

Cuando duermes no hay dolor.

Sin embargo, no llego a mucho. Escucho el ajetreo que se crea en el piso de abajo de inmediato. Arrugo el gesto por eso, pero me mantengo en mi fiel posición. Abrazo la almohada.

Me muevo de un lado a otro, pero el ruido no me deja dormir. Al final dejo la almohada a un lado y resignada me pongo de pie. Jadeo por lo frío que está el piso. Sonrío cuando me calzo mis zapatillas.

Me restriego un ojo con la mano mientras sigo bostezando. Abro la puerta de mi habitación. El ruido aumenta por cada paso que doy en dirección a las escaleras. Frunzo el ceño.

Qué raro, ¿por qué hay tanto alboroto?

Llego al borde de las escaleras y sin detenerme a pensar en mis actos, las bajo con sorprendente tranquilidad. En realidad no me fijo mucho en lo que sucede a mi alrededor. Solo me veo las uñas de la mano, pensando en que debería pintármelas de...

Todo se ha quedado en silencio.

Antes de bajar el último escalón, me detengo y levanto la mirada.

Lo primero que veo son los rostros confundidos de mamá y papá, seguido de eso, me encuentro con las expresiones de sorpresa de mis dos hermanos mayores. Parecen tan perplejos que quiero reírme, pero todo pensamiento coherente desaparece en cuanto me consigo con el siguiente rostro.

Evan está de pie en mi sala, con los labios entreabiertos y una expresión que no sé identificar del todo. Da un paso en mi dirección cuando mis ojos se desvían hacia él.

—Hola —murmura.

Mi corazón da un brinco.

—Hola —digo.

Está muy despeinado. Más de lo usual. Es como si se hubiera volcado el pelo una y otra vez en camino para acá. Y... me sorprende que esté aquí. Sí, me sorprende mucho.

Parece que a mis padres también.

—Chelsea —articula mamá, consiguiendo que aparte mis ojos del pelirrojo—. ¿Qué hacías allá arriba? ¿Acaso olvidaste que tienes un asunto pendiente con...?

No intentes reparar a la chica rota Where stories live. Discover now