Capítulo 8: Las sombras

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La oscuridad puede albergar muchas cosas malvadas.

En ese momento, las sombras le perseguían con una clara intención asesina mientras Abel huía a toda velocidad por las serpenteantes calles de París. Curiosamente, las luces que iluminaban la ciudad no impedían que esos oscuros seres se precipitasen sobre él.

Era como las otras veces; aparecían de la nada, las sombras de las paredes adoptaban formas humanas y lo empujaban desde todos los ángulos posibles, formando una especie de corro. Al principio parecía un simple juego, luego los empujones adoptaban más violencia y las risas se detenían. Era en ese momento cuando conseguía separarse de ellas, cuando se quedaban paralizadas, observándole con atención.

No tenían cara, ningún rasgo distintivo en realidad, eran simples siluetas oscuras recortadas contra las luces de las farolas. Le observaban muy atentamente, como si no pudiesen creer que hubiese interrumpido su juego de esa manera. Entonces se movían, siempre de la misma forma; un único paso, dado por una silueta diferente en cada ocasión, un aviso de la carrera que se avecinaba.

Eran rápidas, aunque él también lo sería si pudiese emplear la oscuridad como medio de transporte. A los pocos minutos de persecución ya estaba agotado debido a los diversos giros y derrapes que debía efectuar por las estrechas calles, tratando desesperadamente de respirar, sintiendo un pánico que nunca llegaría a desaparecer.

Querían conducirlo a un lugar específico y lo sabía, de lo contrario ya hubiesen acabado con él, le superaban en número y velocidad. El destino cambiaba en cada ocasión, sin embargo, el de esta vez le hizo estremecerse desde lo más profundo de su alma.

Se paró a observar con terror el enorme edificio mientras trataba de recuperar el aliento. El centro comercial Carrousel du Louvre parecía emitir una fantasmal luz incluso cuando era consumida por la oscuridad de la noche. Siempre le sorprendía lo comprensivos que se volvían en ese punto, le daban tiempo para recuperarse, lo rodeaban y observaban de nuevo, le indicaban silenciosamente que debía avanzar. Y así lo hizo.

Caminó bajo las atentas miradas de las sombras, rodeando con cautela la enorme pirámide invertida de cristal, hasta introducirse en su escenario principal. Inmediatamente, la oscuridad lo acogió, pero, eso no era lo que le preocupaba, sino los ruidos.

No sabía de dónde procedían; de arriba, abajo, los lados... De todas partes. De tener que describirlo, diría que eran realmente parecidos a un crujido, pero, no al de la madera u otro objeto, al de un hueso al romperse. Buscaba desesperadamente alguna fuente de luz mientras escuchaba como esos ruidos se acercaban poco a poco. Con cada movimiento, se movían con él y le ponían los pelos de punta.

Una inmensa ola de alegría se apoderó de Abel cuando, bajo sus dedos entumecidos por el frío, pudo sentir la forma de un interruptor, que accionó sin dudar.

Se giró con rapidez para observar el entorno, era justo como esperaba, la misma pasarela de moda donde, apenas unos días atrás, había encontrado el cuerpo destrozado de Violette Lambert.

Al accionar el interruptor, había encendido los focos, que ahora iluminaban el centro de la pasarela, donde un enorme bulto esperaba pacientemente. No pudo identificarlo, desde la distancia, apenas se trataba de una oscura mancha en el suelo blanco. Comenzó a acercarse, lentamente, con pasos inseguros, fue entonces cuando identificó la oscura sustancia, que goteaba por el borde de la pasarela.

Sangre, oscura y espesa, que llenaba el lugar con un desagradable olor metálico. Dedujo que se trataba de un cuerpo, el segundo que presenciaba ese lugar. Se disponía a asistirlo cuando el sonido volvió y él se quedó completamente paralizado.

Ahora lo veía, ese espantoso crujido, procedía del cadáver.

Se estaba moviendo, de forma torpe y errática. Sus huesos se torcían y rompían para alcanzar los movimientos que ya no podía realizar. Era Violette, que le observaba con los oscuros huecos vacíos donde antes estaban sus ojos.

Esbozó una macabra sonrisa, dejando ver parte de su mandíbula, destrozada por los cortes y, en un instante, se lanzó a por él.

Parecía sufrir con cada movimiento, pero, eso no impedía que fuese realmente rápida. Corría con todas las extremidades, rotas y retorcidas, recordando más a una araña que a un ser humano. En pocos segundos estuvo sobre el inspector, que no tuvo tiempo de huir.

Ahora se encontraba en el suelo, con los brazos y piernas sostenidos con fuerza por esa mujer. Se atrevió a mirarla, a alzar la cabeza hasta que los nervios oculares de la modelo flotaron a escasos centímetros de sus ojos. Seguía sonriendo, parecía realmente feliz de tenerlo en esa posición, cosa que demostró al comenzar a apretar sus extremidades. Apretó y retorció hasta que los huesos se astillaron y rompieron; Abel comenzó a gritar, sentía cómo el dolor se extendía por todo su cuerpo, cómo los huesos se movían en su interior, cómo se clavaban en sus músculos, que también se rompían, cediendo ante la descomunal fuerza que aplicaba la chica.

Iba despacio, tanto que era capaz de sentir el momento exacto en que las fibras musculares comenzaban a deshacerse y quebrarse, el modo en que las venas reventaban y la sangre salía disparada. Se forzó a apartar la mirada cuando tomó uno de sus brazos y lo introdujo en lo que quedaba de su boca.

Deseó estar en cualquier otro lugar, el que fuese. Y lo consiguió.

***

Despertó en su cama, empapado por el sudor e hiperventilando por la falta de aire. Miró a su alrededor, sintiendo una especie de pinchazo en el pecho al percatarse de que volvía a estar atrapado en la oscuridad, buscó a tientas el interruptor que había junto a la cama con desesperación.

Necesitó unos segundos para cerciorarse de que estaba solo una vez que las luces se encendieron. Trató de respirar hondo, de recuperar el aliento mientras observaba con recelo las esquinas de la habitación, a las que la débil luz de la lámpara no alcanzaba iluminar. Convencido de que, en cualquier momento surgiría uno de los seres de su sueño para acabar con él.

Se recostó contra el cabecero de la cama y dirigió una temblorosa mano a su pelo para colocar de nuevo los mechones que habían escapado con la agitación. Resopló y dejó caer la cabeza contra la pared, cerró los ojos mientras escuchaba los aún acelerados latidos de su corazón, ajeno a los movimientos que se daban en la oscuridad del pasillo.

Se maldijo a sí mismo por dejar que una pesadilla le afectase hasta aquel extremo, lentamente trató de recuperarse para ponerse en marcha. Comenzó dando unos temblorosos pasos por la habitación, encendiendo todas las luces que hallaba en su camino y arrastrando los pies por la gruesa alfombra de intrincado patrón persa.

Tardó varios minutos en llegar a la cocina, donde sus pálidos dedos apenas podían sostener el vaso mientras lo llenaba con agua. Dejó que el líquido corriese por su reseca garganta y le provocase nauseas por su velocidad, bebió hasta sentir su estómago hinchado y dirigió una temerosa mirada al reloj; era muy temprano.

Suspiró antes de retroceder hasta volver a la cama, rezando porque su próximo sueño fuese más agradable que el anterior. Trató de adoptar la misma postura que antes (aún marcada por su calor en el colchón) y apagó las luces a la vez que cerraba los ojos con decisión.

No se percató de que, en el misterioso libro de cuero que ahora descansaba sobre su mesilla había un nuevo mensaje, ni en los siniestros ojos que lo observaban a través del cristal desde la oscuridad de la noche. No tardó en dormirse.

El libro del crimen [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora