Capítulo 3: El abrigo

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La voz de Violette se extendió rápidamente por la sala, suave y dulce, antes de desaparecer provocando un silencio sepulcral. Todos los presentes observaban con atención la grabadora, ninguno hizo nada, no hasta que Abel se acercó al pequeño aparato para volver a pulsar el botón.

La grabación resonó incontables veces en el oscuro habitáculo, cada una de ellas dejaba un aire más siniestro impregnado en la estancia. Cuando Baptiste ya creía conocer las palabras de memoria, su compañero alzó una mano.

—¿Lo oyes? —preguntó con la vista en el cielo mientras rebobinaba la grabación para volver a oírlo. Tenía razón, algo sonaba de fondo —. Que la analicen en el laboratorio.

Acto seguido, le entregó la cinta a Dumont y, sin decir una sola palabra más, salió directo hacia el montacargas, al que su compañero lo siguió tratando de no quedarse atrás. Abel caminó con soltura entre las untuosas calles de la pasarela —allí donde se trabajaba con hierro y acero para crear un espectáculo de seda y lujo— mientras el chico se asombraba sobre su habilidad, casi parecía haber estado allí antes. Aunque no debía sorprenderle si se trataba de él.

Ese hombre era famoso en el cuerpo. Abel Bernart, un completo fantasma que, sin llegar a proponérselo, había ascendido con una velocidad pasmosa en el cuerpo desde su incorporación unos pocos años atrás. Era toda una leyenda y nadie dudaba que acabaría dirigiendo la unidad, lo que le había causado varios enemigos. Todos le dijeron que tenía suerte al trabajar con él —algunos empleando un ligero tono satírico que no pasó desapercibido a ojos del joven inspector—, más aún siendo solo un novato. Decían que era aplicado —tal vez demasiado— pero nadie le había advertido sobre los sudores, las prisas, sobre las miradas furtivas hacia la puerta, como si esperase el momento indicado para escapar.

Ambos subieron, una vez arriba, el inspector salió disparado hacia el borde de la plataforma, sorteando los huecos con increíble habilidad. Baptiste se quedó mirándole desde el aparato, preguntándose si no sería mejor esperar a que les colocasen unos arneses de seguridad.

—Baptiste, ven, quiero tu opinión —exigió, asomado peligrosamente mirando hacia el suelo, casi parecía a punto de saltar. No le gustaba la idea de tener un compañero pero, ya que estaba allí, tendría que usarlo.

—¿Mi opinión? ¿Sobre qué? —Se había acercado a él —con una evidente menor habilidad para sortear los agujeros— y luchaba con todas sus fuerzas por no mirar abajo.

—Si fueses a suicidarte desde aquí, ¿cómo lo harías? —preguntó mientras se incorporaba y siguió hablando ante la mirada de desconcierto del novato —. Yo dejaría una nota o al menos buscaría un sitio donde la caída pudiese provocar una muerte instantánea, pero estoy casi seguro de que tuvo que quedarse agonizando un buen rato. De modo que, ¿por qué?

—A lo mejor no tenía acceso a un lugar más elevado —propuso Dumont mientras miraba al suelo, olvidando por completo su temor inicial.

—Tal vez, pero sigue sin cuadrarme como suicidio, ¿por qué tirarse? ¿Por qué no pastillas o una cuchilla? No tiene sentido, además las heridas son brutales y la posición del cuerpo...

—La teoría del comisario no se sostiene.

—No, a menos que los sanitarios hayan movido el cuerpo y lo hayan apuñalado repetidas veces en la cara. —Pudo observar cómo una pequeña sonrisa aparecía en el rostro de su compañero, ¿intentaba aguantar la risa ante su mala muerta de humor? No le importaba, en ese momento solo se alegraba de que ese novato no fuese como Loup, un idiota más al que convencer de que se trataba de un caso claro de asesinato.

—Bajemos, tiene que haber algo más.

Como accionado por una palanca, el ayudante bajó a toda prisa —parecía feliz de poder volver al suelo y de que su nuevo compañero no hubiese resultado tan duro como todos le dijeron—, bajaron juntos y Abel sacó su teléfono —un modelo antiguo de Android que apenas le dejaba tener más de un par de aplicaciones— para llamar al comisario. Un tono de enfado fue su respuesta tras un par de pitidos.

El libro del crimen [Editando]Where stories live. Discover now