Capítulo 13: El abogado

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El ser humano se cree más majestuoso de lo que es.

Abel estaba seguro de que, en otras circunstancias, Aude Bonnet era una mujer fuerte y decidida, una perfecta representación del egoísmo humano, que solo toma lo que cree que le pertenece sin ningún tipo de contemplaciones. Sin embargo, en esos momentos, mientras esperaba la llegaba de los agentes que la interrogarían a la oscura sala, daba una imagen muy distinta.

Estaba temblando con violencia, dejando que el miedo sacudiese con fuerza su columna vertebral, cediendo a los obscuros pensamientos que acosaban su mente. Mordisqueaba sus uñas de forma nerviosa, mientras miraba con terror a su alrededor, tratando de evitar encontrarse con su propio reflejo en el falso espejo, tras el cual la observaban los inspectores. No podían culparla, seguramente no quería ver el lamentable aspecto que mostraba; el pelo alborotado y grasiento, las manos llenas de sangre seca en las palmas, la ropa manchada por la misma sustancia que, al secarse, había adoptado una consistencia más sólida y oscura...

Decidieron no alargar más su sufrimiento y entraron en la sala de interrogatorios, provocando un pequeño salto en la mujer. Abel pudo distinguir un ligero resto de compasión en los ojos de Baptiste mientras este se sentaba a su lado, ambos frente a ella que, tras perder a una amiga, tendría que verse sometida a un duro interrogatorio. No podía culparlo, a él también le daba pena.

—Señorita Bonnet, no se preocupe, solo le haremos algunas preguntas y luego podrá irse a casa —prometió el inspector tratando de calmar los evidentes nervios de la mujer, aun sabiendo que tal vez no sería capaz de cumplir dicha promesa.

La chica se limitó a asentir con la mirada perdida mientras se frotaba las manos con una obsesión casi enfermiza, era evidente que trataba de retirar la sangre seca que, sin duda alguna, provocaba unos picores insoportables. Bernart tomó una carpeta amarilla y la colocó sobre la mesa, de ella sacó una hoja de papel y comenzó a leer.

—Veamos... Afirmó ser amiga de la señorita Lambert y haber ido a su casa para limpiar, ¿es correcto? —Otro mudo asentimiento —. Pero ya debía de haber oído sobre su muerte, por eso no podemos evitar preguntarnos sobre el motivo de sus acciones. —Más silencio como única respuesta. Fue entonces cuando se inclinó para estar más cerca de ella y le miró con decisión a los ojos —. Aude, queremos ayudarte, de verdad, pero no podemos si no nos dices la verdad.

Pero la chica permaneció con la mirada fija en la nada, perdida en el embravecido mar de pensamientos que debía de inundar su mente en esos momentos. Abel no podía culparla, su mente presentaba el mismo escenario.

Sabía lo que debía decir, el libro ardía en su bolsillo como un constante recordatorio de ello, pero las palabras se negaban a salir de su boca. ¿De verdad era buena idea? ¿Hasta qué punto podía confiar en las palabras escritas en ese libro?

Se forzó a salir de la maraña de pensamientos que lo reclamaban cuando unos siniestros ojos rojos comenzaron a formarse en las esquinas de la habitación, allí donde no llegaba la luz del ruidoso halógeno. Se llevó una mano —que temblaba de forma casi imperceptible— al pelo, dispuesto a enredar un nuevo mechón y arrancarlo de su nuca, esperando que el dolor lograse alejarle de la siniestra realidad que lo reclamaba a través de esos ojos. Lentamente, ese par de puntos rojos comenzó a tomar una apariencia casi humana para, con una pasividad aterradora, señalar en su dirección. Tardó unos segundos en comprender que no le señalaba a él en realidad, sino al libro que palpitaba como un segundo corazón en su abrigo.

—Señorita Bonnet, ¿es usted modelo? —Las palabras salieron disparadas de su boca antes de poder reprimirlas, provocando que las sorprendidas miradas de ambos se clavasen en él.

—No, soy camarera en un café cerca de Les halles. —Las miradas volvieron a cambiar de dirección cuando la chica, con un tono aburrido y cansado, pronunció sus primeras palabras.

El libro del crimen [Editando]Where stories live. Discover now