Capítulo 9: La muerte

61 18 40
                                    

No dejáis de observaros en toda la noche.

Llevas horas allí, en la barra, esperando a ver si se atreve a acercarse, pero, parece algo tímido. No importa, tú no lo eres.

Aún no sabes qué tiene ese chico para atraerte de esa manera, tal vez se deba a que es casi lo único que se encuentra en tu reducido campo visual, puesto que no destaca tanto como otros; no baila, no se mueve, apenas sonríe. Podrías haberlo confundido con un perchero en otras circunstancias. Sin embargo, tiene algo que te intriga, que te invita a acertarte y hablar con él, a bailar con él y a quién sabe qué cosas más.

Es por eso que te acercas, con decisión y dos copas, una en cada mano; la tuya y una copia de lo que él está tomando. Invitarle a otra ronda puede ser un truco demasiado clásico, pero, él tampoco te ha dado más pistas sobre cómo podrías acercarte. Tuviste que observar con atención, fijarte en que, pese a estar casi tan inmóvil como la pared, no ha dejado de beber en ningún momento.

Te colocas a su lado, logrando captar su atención. Es entonces cuando ves el fallo de tu plan; hay mucha gente que no aceptaría una copa de un desconocido en un bar, sobre todo si no ha visto cómo la sirven.

Los nervios crecen en tu interior y rezas porque no te despache con un rápido gesto, eso te obligaría a volver a casa, presa de la humillación de haber intentado acercarte a un chico y que este pensase que ibas a drogarlo.

Como si de un milagro se tratase, acepta la bebida y muestra una sonrisa tímida, ni siquiera es capaz de mirarte a los ojos, únicamente mira sus zapatos. Tratas de sacarle conversación, de ir despacio para no agobiarlo, de ser más cordial que de costumbre.

No consigues nada, apenas un alias; Vincent. No entiendes el motivo que puede tener para no darte su nombre real, pero, no quieres insistir, no cuando parece que comienza a soltarse —seguramente por el alcohol, aunque, te gusta pensar que se debe a tus habilidades sociales—.

Lo observas con más detenimiento; lleva ropa muy oscura, un ajustado jersey negro de cuello alto y una chaqueta del mismo color que lleva abierta, por lo que puedes divisar casi por completo la otra prenda, que parece estar hecha de una tela muy suave. Los pantalones son unos sencillos vaqueros, igual de oscuros que el resto del conjunto. Finalmente, unos elegantes zapatos, con cordones, hechos de algún material que brilla y refleja las coloridas luces del lugar.

Parece que tu plan funciona, puesto que, en unos minutos, os encontráis en una mesa apartada en la que poder hablar sin el estridente ruido de la pista ni los cientos de cuerpos que os rodean y aplastan. Tratas de conocerlo más, pero, recibes más evasivas que respuestas. Por otra parte, tampoco parece estar interesado en tu vida, cosa que también te extraña, puesto que, si realmente no tiene interés en hablar o escuchar, ¿por qué no se marcha?

Tu mente te arroja la respuesta como una jarra de agua fría; nadie se marcha cuando acaban de invitarle, es muy grosero. Comienzas a maldecir mentalmente tu estupidez, te dispones a marcharte para buscar a otro que no te quiera solo por el alcohol gratis, cuando una cálida mano se apoya en tu brazo.

Es él. Te observa con los ojos vidriosos y un pequeño rubor en las mejillas, sin duda, efectos de la bebida. Se acerca a ti, tanto que sientes su acelerada respiración contra ti, puedes notar perfectamente cómo su pecho sube y baja sin descanso. Aparta un poco tu pelo y roza tu oído con sus labios, sientes un agradable cosquilleo con cada palabra que sale de su boca.

Entonces se marcha. Te apoyas en la pequeña mesa, casi haciéndola caer. Es la primera vez que un hombre te causa tanta curiosidad y atracción, la primera vez que te dejan sin aliento con una sencilla invitación, una simple promesa de encontrarse en un lugar más tranquilo. Tu debilidad hacia los hombres misteriosos es evidente, tal vez demasiado, aunque es lo último que te preocupa en ese momento.

El libro del crimen [Editando]Where stories live. Discover now