Día[s] 0: dejar de oler a tristeza.

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En alguna urbe mal posicionada del bello -y violento- país mexicano, Guillermo se encontraba desparramado en el sillón de su sala mientras consumía un programa basura de televisión abierta.

Era viernes, había salido temprano del trabajo; sin pareja, sin perro que le ladre; comiendo pizza congelada de hace dos días y tomando coca cola sin gas: la vida era buena.

Su paz fue perturbada por el par de adultos jóvenes enérgicos que saturaban de ruido y estrés la vivienda del moreno cada que tenían la oportunidad, lo que era con más frecuencia de la que él soportaba.

—Memito —canturreó Diego al adentrarse al hogar del mencionado—, ya llegaron a alegrarte el día los amigos que más quieres.

—¿Andrés y Chicharito ya se regresaron de Europa? —comentó sarcástico sin ganas y tampoco se dignó en girar a verlos.

Estaba solo la mayor parte del tiempo fuera del trabajo, si, y agradecía que tuviera a esos dos inútiles preocupándose constantes por él, pero a veces los chicos eran demasiado para Memo. La brecha generacional de más de una década era evidente, y seguirles el ritmo solía resultarle agotador.

Aquel viernes era uno de esos días donde se preguntaba por qué le pareció buena idea encariñarse con ellos y ser la figura paterna que en algún punto quisieron.

—Culero —Kevin le recriminó—. Nomás por eso me alegro que Diego haya hecho lo que hizo.

—¿Ahora qué hiciste, enano? —por fin se reincorporó. No sabía si lo dicho por Álvarez había sido por despecho ante la grosería que les dirigió o si realmente una travesura de su novio provocaría la ruina de su existencia.

—Pues —el culpable alargó la palabra mientras se sentaba del extremo contrario del sofá, atrayendo toda la atención de Guillermo—, ¿has visto los promocionales de ese reality pitero que van a grabar acá en la ciudad? —el semblante confuso de Memo le hizo seguir—. Ya sabes, la copia barata de un programa gringo, de un matrimonio arreglado que dura treinta días y ya al final deciden si se quedan juntos o no.

—Ajá, ¿qué hay con eso? —pretendía que no, pero cuando la comida recién ingerida comenzó a revolverse en su estómago, conocía el paradero de la conversación.

—Para no hacer el cuento largo, llené una forma y te inscribí. Feliz cumpleaños.

Vaya mierda de regalo, y eso que su aniversario de seguir con vida aconteció hace tres meses.

Guillermo apretó los puños y respiró hondo para apaciguar el tremendo impulso de querer arrancar la cabeza de Lainez. Ya le había jugado bastante sucio en otras ocasiones, pero esa estaba por llevarse un premio.

—Explícame algo, Diego —se levantó de su asiento calmándose como pudo sin lograrlo—, ¿en qué perras madres estabas pensando cuando hiciste eso? ¡¿Por qué chingados creíste que era una buena idea?!

—Relájate un rato wey —fue turno de Kevin de intervenir, plantándose entre ambos antes de que la cosa escalara—. Para empezar, esta casa huele un chingo a tristeza: no has salido con nadie en años, ya pasó un buen desde lo de la innombrable —enfatizó de manera cuestionable la última palabra— y él solo vio la oportunidad. Si tú no haces nada por ti, nosotros aunque sea le calamos antes de verte tirar la toalla.

—Si, además me estoy cobrando por la vez que me cortaste el cabello cuando me quedé dormido en la peda de cumpleaños de Kevin —Diego por fin se defendió por su cuenta saltando del sillón.

Kevin hubiera preferido que cerrara la boca: intentó solucionar el asunto y el otro le echaba más leña al fuego. Estaba por reprenderlo hasta que vio a Guillermo reír por lo bajo, haciendo que la tensión se disipara en el aire.

Acepto, supongo || Dibu x OchoaOnde as histórias ganham vida. Descobre agora