Día 4: dar material.

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Guillermo no creía en casualidades: que el cielo otoñal amaneciera nublado y gris era para él un claro augurio de que algo saldría mal. El primer pensamiento se relacionó con que si la atmósfera continuaba de esa manera, al dia siguiente se tendría que bañar con cubeta, agua hervida en la estufa y un bote de yogurt porque el calentador solar no daría abasto.

—Che, dejá ya eso —regañó Dibu al retirarle el plato donde terminó de desayunar, pues Memo no despegaba su atención de la ventana—: me estresás a mi, nos estresás a todos. No va a pasar nada.

—No lo entiendes Emi: este lado de la ciudad es un desastre cuando empieza a llover— escondió las manos en las mangas de su suéter y se fijó ahora en el curioso recipiente con sorbete metálico que el mencionado tenía en las manos—. ¿Qué tomas que no invitas?

—Hum, es mate —el pequeño contenedor ahora a él también le parecía muy interesante—. A mis amigos les gusta hacerlo cuando refresca como hoy. No sé si te guste, ¿querés?

—Va, pero hazme un favor y pónmelo en un termo, que ya me voy —se levantaron ambos de sus lugares para dirigirse a lo que les correspondía.

—¿Tan temprano? —virtió la bebida en un bote térmico y a escondidas le puso un chorrito de miel: no sabía si Guillermo estaba acostumbrado a esos sabores herbáceos y prefirió prevenir (aunque para todo aquel que se respete, endulzar el mate era pecado).

—Si —contestó luego de escupir los restos de dentífrico en el lavamanos—. Te digo que este rancho se aloca en cuanto se empieza a caer el cielo.

Ya terminando se dirigió a la cocina con el propósito de guardar lo que degustaría a la hora del almuerzo, sin contar que Emiliano se le había adelantado en el proceso.

—Te empaqué de lo de ayer, el mate y los alfajores que sobraron para que lo acompañes —recargó los codos en la barra—. Puse de más para que le des a tu amigo: me decís si le gustaron.

Guillermo se alegró gratamente tomando de un jalón los contenedores para ingresarlos a su mochila.

—Hay veces que si pareces mi esposo —lanzó un beso al aire y alzó una sonrisa marrullera para gastarle la paciencia.

Damián viró los ojos mientras se despedía de él. Antes de cruzar la puerta Guille tomó un paraguas compacto que estaba seguro no utilizaría porque siempre que lo guardaba en sus bolsos terminaba al fondo y repudiaba el esfuerzo de estarlo buscando.

Cuando Ochoa se marchó, Julián apuntó la cámara a Emiliano mientras él le servía del almuerzo restante.

—¿Qué plan tenés para hoy? —preguntó para generarle otra pequeña entrevista.

—Hacerle caso a Guille —ordenó un montón de ingredientes dispersándolos a lo largo y ancho de la zona de trabajo seca de la cocina—: me dio la idea de vender los alfajores para tener un ingreso extra. Sirve que no me deprimo por ser un vividor inservible acá.

En un mal intento por sonar gracioso, vio a Juli interrumpir sin cuidado su desayuno para darle una extrema cara de preocupación.

—¿Muy directo?

—Un tanto —no se molestó en poner en pausa a la cámara—. No seas tan duro con vos, pues.

Emiliano suspiró: le estaba pidiendo imposibles, pero debía hacer su mejor esfuerzo.

Por otra parte, vastos metros alejado de la casa, el agua comenzó a caer en el parabrisas del carro de Guillermo, y ello atrajo un montón de colisiones porque parecía que la lluvia dejaba salir a flote la estupidez natural de los automovilistas. Se había ido por la ruta rápida, pero por los inconvenientes presentados es que se desplazaba a vuelta de rueda y la contaminación auditiva comenzó a fatigarle.

Acepto, supongo || Dibu x OchoaWhere stories live. Discover now