Día 5: donde comen cuatro.

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A Emiliano le sorprendió lo bien que estaba rindiéndole la despensa saqueada de su residencia anterior. Se había detenido a comprar algunos complementos en la tienda local donde se atrevió a ofrecer vender los alfajores, pero eran pormenores que le daban más personalidad a sus creaciones.

Esa mañana había hecho un omelete con queso, jamón y espinaca. Por el juicio de Juli estaba de puta madre, pero Guillermo jugando con su tenedor después de un solo bocado parecía no estar de acuerdo.

—¿No te gustó? —Damián sería acusado de mentiroso ante cualquiera si le decía que el primer desprecio a sus preparaciones por parte de su pareja provisional no le dolió.

—¿Qué? No, no es eso —cortó contacto con el cubierto y dejó escapar un rudo suspiro—. ¿Recuerdas que ayer no quería decirte lo que me pasó en el trabajo? —Emi asintió—. Bueno, tal vez si deba hablarte de lo que pasó en el trabajo.

A partir de ese momento se soltó: le dijo de cada una de las llamadas que lo hizo sentir mal; de la última y más larga atención que le hizo perder los estribos y, por supuesto, de aquella amonestación que ni siquiera fue tan severa, pero de cualquier forma le hizo percibirse insignificante como nunca antes. No creía que otra vez arruinaba las cosas por no saber nivelar su desorden emocional.

Relató también que el nudo en el estómago que no le permitía comer era causado por el inminente aterro debido a las cartas en el asunto que pondría la empresa por su irreverencia, pero lo que más le preocupaba era sentirse tan estúpido, lo suficiente como para que lo regañaran como si fuera un infante que recién quebró un plato.

Verlo ahí, tan vulnerable y expuesto, abriéndose con él por cuenta propia, le achicó el corazón al argentino. No intervino y dejó que dijera lo que quisiera, que se expresara; que no lo guardara para que dejara de hacerle daño.

Todo se estaba volviendo tan personal desde la primera oración que Juli prefirió desactivar los micrófonos desde la distancia, así tuviera encima los reclamos de Hernán después.

—Bah Guille, ¿qué querés que te diga? —comentó Damián ya que el mayor terminara de desahogarse—. ¿Pensás que te vamos a mirar diferente por un regañito, no más? Si todos tenemos días malos, y tú le jugás a ser perfecto y no lo sos, flaco —se dió el derecho de llamarlo por el antónimo del nuevo sobrenombre que Guillermo le había impuesto ayer.

Ochoa estaba a nada de darse por vencido: sabía que no era el ser tenaz al que todo le salía bien de acuerdo a lo planeado para no humillarse frente a otros, pero que Martínez se lo recalcara le había hecho sentir peor.

Quería huir de la mesa, ya bastante tenía atormentándose solo como para que Damián siguiera propagando su vergüenza como si de un incendio forestal se tratase, eso hasta que Dibu decidió continuar.

—Pero no tenés por qué serlo, y está bien. No se lo debés a nadie: ni a tus viejos, ni a tu jefe, ni a mi, ni siquiera a vos.

Ojalá pudiera hacerle caso a sus mismos discursos.

Memo despegó la mirada de la mesa y lo volteó a ver con los ojos vacíos, la inexpresividad impresa en su rostro.

—Párate.

—¿Para qué? —se extrañó, aunque igual a la segunda insistencia le hizo caso.

Ochoa también arrastró el asiento donde estaba para en 3 movimientos levantarse y dejarse ir contra Martínez estrujándolo.

Sintiendo la barbilla del mayor reposando en su hombro, Emiliano le regresó la muestra de afecto rodeando sus brazos por los hombros, dejando de estar tan tenso.

Acepto, supongo || Dibu x OchoaМесто, где живут истории. Откройте их для себя