Día 6: te mueres y ya.

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—Tú lo que haces ya es presumir, gordo —aclamó cuando el otro le tendió el plato con pan francés y moras.

Lo molestaba porque le llevaba preparando de comer cosas demasiado elaboradas toda la semana, empezando desde el desayuno. Cuando Guille estaba solo había veces que se conformaba con avena instantánea o cereal sin leche porque se olvidó de comprar y doña Lourdes abría más tarde. En otras ocasiones simplemente se iba sin nada en el estómago por desidioso.

—Ya, cerrá el orto: uno queriendo consentirte y vos que no te dejás —quiso quitarle el plato, pero Memo fue más rápido sosteniéndolo para evitar el reproche sobreactuado.

—Sólo digo que te estás esforzando de más. Duérmete otro rato, no sé: uno se cansa de tragar a diario caviar y extraña el huevito con cátsup... Para que no se me quite lo humilde, pues.

Dibu no entendía del todo sus referencias, pero terminaría por darle la razón si eso lograba que desayunara de una vez.

—Espera, capaz la siguiente semana se me acaban las ideas y ya hago lo más sencillo que a vos se le antoje —bromeó comiendo de su propio plato.

—Incluso el agua hervida te ha de quedar mejor que a cualquiera.

Un nervioso "pará" con la boca a medio llenar del contrario le hizo reír. No importaba si era con cumplidos para hacerle entibiar el rostro, llevándole la contraria o emitiendo comentarios idiotas que le hacían aparentar que no cumplía con la edad que tenía: descubrió que le fascinaba irritarlo y que no era difícil de conseguir. Posiblemente generaba una sensación similar a la clase de satisfacción que sentían sus muchachos y entendió por qué lo jodían tan seguido.

Para recordar, Memo no acostumbraba desayunar cosas dulces porque, según él, "eso no era desayuno". No waffles, no bisquets, no molletes de mantequilla y azúcar. Los hot cakes eran apenas una excepción cuando Diego y Kevin se quedaban con él. Sin embargo, estaba ahí embelesado con el sabor del pan de caja en consistencia media bañado en una fina capa de azúcar glass, nivelando lo empalagoso con las dos que tres frutillas ácidas que Emiliano les había colocado como ornamentación. No se molestaría en romper sus propios lemas si se trataba de obstáculos tan buenos como el que tenía en la mesa.

Cuando terminó de almorzar hasta tiempo le sobró para lavar de una vez lo usado al comer y realizar los alimentos. Completó su programa matinal de diario y antes de despedirse de su esposo falso le recordó llamar a Messi y compañía para convocarlos al amistoso encuentro de fútbol organizado por los chicos que asistieron ayer. Prometió marcarle en cuanto se fuera.

El rugir del motor haciéndose cada vez más tenue le indicó que tenía que cumplir con lo dicho. Buscó en su teléfono el número de Lionel y presionó con calma la tecla necesaria. Posicionó el aparato a la altura de su oído, con el estómago torcido y la nuca sudándole frío. Seguía siendo el efecto Messi, que aún después de años de amistad y tenerse prácticamente a lado por toda una vida, no dejaba de sentirse débil cuando del mayor se trataba.

—¿Aló? ¿Emi? —contestó por fin del otro extremo de la línea antes de que los 4 tonos le mandaran a buzón.

—Hey Leo, ¿cómo andás? —la sonrisa se le extendió en el rostro al escuchar su voz.

—Eso debería preguntarlo yo: desde que cargaste con tus cosas no volvimos a saber de vos, vendepatria.

Emiliano no evitó reírse ante los celos fingidos de su amigo. —Ya, perdón, vos sabes, he estado medio ocupado —y vaya que si—. ¿No te agarro en mal momento?

—No pibe, apenas salgo de casa para ir al laburo. El Kun está prendiendo el auto —escuchó el tintinear de unas llaves—. Decíme para qué soy bueno.

Acepto, supongo || Dibu x OchoaTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon