7. Hierro e imán | Carlando

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Hierro e imán | Carlando

Un concentrado Lando miraba embelesado aquel deslumbrante atardecer a través de una pequeña casa del árbol, aquellos ojitos claros se iluminaban con los últimos rayos de luz que el sol brindaba a la ciudad. El otoño recien llegaba y se notaba por el verde que, lentamente al pasar los días, iba abandonando a los arboles para cubrirse de tonos rojizos, amarillos, ocres y anaranjados. Aquella época en donde las personas iban de vuelta a la normalidad, dejando atrás las vacaciones veraniegas y cerrando el ciclo de los dias largos y las noches cortas.

Quizá para el joven era totalmente fatídico el saber que tenía que volver a la escuela y a la misma rutina de siempre, aún así, le era inevitable no amar aquella época del año, por los vientos fríos y secos, las hojas teñidas amontonadas en el suelo y los hermosos atardeceres detrás de las montañas teñidas de carmín, era simplemente bello.

Incluso el enorme jardín que su madre tanto amaba se teñía de colores cálidos, todas la plantas seguían el curso de la naturaleza, excepto aquel rosal, que a pesar del paso del tiempo y las estaciones seguía exactamente igual de bien cuidado. Claro, era obvio si la persona que lo cuidaba era tan dedicado, aunque muy odioso también, bueno, eso era lo que Lando pensaba de Carlos, aquel chico, hijo de la ama de llaves que casualmente tenía un año más que él .

A sus dieciocho años de vida no tenía mayores preocupaciones que la escuela y sobrevivir ante las constantes miradas de odio que se dedicaban el y él otro chico que era un "intruso" en su casa. Haber tenido que vivir bajo el mismo techo desde que tenían seis y siete, respectivamente, era todo un martirio.

Lentamente el cielo rojizo recayó detrás del horizonte, privando de la luz del sol a todos los habitantes del lugar, y compensándolos con el hermoso astro de luz no propia que comenzaba a elevarse hasta llamar la atención de los más observadores, de los amantes de la imperfección tan perfecta como lo era la luna, que incluso sin estar completa se mostraba ostentosa, inalcanzable y no dejaba de brillar.

Cuando el cielo se oscureció totalmente y la noche cubrió la ciudad, bañando de oscuridad las calles y siendo simplemente iluminadas por farolas, Lando decidió que era hora de bajar de su lugar seguro -que era una pequeña casita del árbol que su padre le había construido cuando era niño-, en donde podía encontrar la paz y soledad que tanto le faltaba después de agotadores días.

Al bajar por completo de aquella escalera de mano se percató de que había una rosa tirada junto a estas, Lando tan solo la levantó y después de mirar alrededor y concluir que no había nadie cerca procedió a oler el dulce aroma que esta proporcionaba. Luego continuó su camino hasta adentrarse en su casa, seguramente ya era hora de cenar.

Después de haber ocultado la rosa en su habitación, bajó hasta el comedor en donde sus padres ya lo esperaban con la cena servida. Charlaban de temas banales y simples, ni siquiera estaba poniendo atención porque simplemente no le interesaba hasta que escucho aquel nombre.

—Por cierto, ¿Puedes creer que Reyes me ha dicho que Carlos le ha confesado que tiene novia? Si es que estos niños crecen demasiado rápido, apenas ayer eran unos bebés y ahora con esto me hacen sentir vieja —se quejaba Cisca con su marido.

"¿Que? ¿Cómo que el insoportable de Carlos tenía novia? ¿Quien era la pobre chica que había logrado aguantarlo?" pensaba Lando.

—¿En serio? Pues yo me alegro muchísimo por el. Y espero con ansias el día que nuestro hijo decida darnos una sorpresa similar —contestó su padre mientras lo miraba de reojo.

No le gustaba sentir presión, ¿como por que querrían que llevara una chica a casa? ¿No podían entender que el no quería una novia en esos momentos? Nadie de su colegio era lo suficientemente buena para el. A todas las chicas que le intentaban coquetear les faltaba algo, pero ni siquiera el sabía que era ese algo.

One Shots | Pilotos de la fórmula 1 [gay version]Where stories live. Discover now