𝟏. 𝐋𝐚 𝐨𝐭𝐫𝐚 𝐦𝐮𝐣𝐞𝐫

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Apenas podía recordar cuándo fue la última vez que su madre abrió aquel viejo baúl. Lo hacía en secreto, a altas horas de la madrugada, cuando los visitantes ya se habían marchado por la puerta en ruinas. Nettles, la niña de rizos castaños, fingía estar dormida. A su corta edad, no comprendía qué guardaba su querida madre en aquel antiguo baúl de madera oscura, pero sí sabía que debía ser de una madera muy fina, pues no se veía ese tipo de madera en los muebles de la calle donde vivían.

Al principio, pensaba que era un lugar donde su madre guardaba las ganancias de un día de trabajo. Sin embargo, al observar los ojos de su madre, comprendía que lo que contenía era algo valioso para ella. Cada vez que abría aquel baúl, sus ojos no reflejaban vacío, sino una mezcla de nostalgia y tristeza.

Aquella mujer de cabellos castaños y piel oscura volvía a guardar el baúl bajo la cama, limpiaba sus ojos con delicadeza y luego se acostaba a su lado, acariciando su cabello hasta que ambas se sumergieran en un profundo sueño. Era una rutina que terminaba de la misma manera cada noche, cuando su madre abría aquel baúl.

A pesar de la curiosidad que sentía la joven, nunca se atrevió a siquiera tocarlo, hasta que un día se vio obligada a hacerlo.

Regresaba a casa después de un largo día de travesuras con sus amigos. La mayoría eran como ella, hijos bastardos de las prostitutas del lecho de pulgas. Eran niños con madres, pero sin padres a quienes amar.

Era habitual que por las mañanas salieran a recorrer las calles de Desembarco del Rey. Un grupo se dirigía a los lugares donde los comerciantes ofrecían sus mejores productos. Allí, los niños más ágiles robaban monedas de oro tanto a los vendedores como a los compradores, pero era una tarea peligrosa, siempre amenazada por los guardias reales. Si te atrapaban en el acto, perdías una mano en nombre del rey.

El segundo grupo se componía de niños más jóvenes y menos hábiles. Se dirigían al templo de la ciudad para sentarse en las escalinatas y mendigar a cualquier alma que pasara por allí. Nettles, o Netty como la llamaban sus amigos, disfrutaba mendigando con ellos. No solo porque era un lugar cómodo entre las escalinatas, sino también porque cada noche se acurrucaba junto a su madre y se inventaba historias heroicas en su cabeza para contar a los transeúntes.

Nettles agradecía cada moneda que recibía. No eran muchas, pero sabía que si juntaba una buena cantidad, podría ayudar a su madre a escapar de la vida que llevaban o, al menos, liberarla de tener que vender su cuerpo a hombres desconocidos. Tenía la fantasía de comprar dos pasajes en uno de los barcos que llegaban al muelle, para marcharse a las Ciudades Libres y comenzar una nueva vida juntas. Pero todo eso se desvan

eció una noche, cuando regresó a casa con dos monedas en sus manos. Llena de alegría por lo que había logrado, entró en la pequeña habitación que compartía con su madre. Sin embargo, la imagen que encontró allí la destrozó. Su madre se arrastraba por el suelo, intentando ponerse de pie, con el rostro y el cuerpo brutalmente golpeados.

-¡Madre! ¡Madre!-gritó la niña desesperada. Dejó caer su bolso y corrió hacia donde yacía Aisha- ¿Quién te ha hecho esto?

La piel del rostro de su madre estaba lacerada en varios lugares, y la sangre parecía brotar de todas partes. Su cuerpo se retorcía de dolor. Nettles sintió cómo su estómago se revolvía y sus ojos se llenaban de lágrimas.

-Debo buscar ayuda, iré a buscarla. Solo aguanta-dijo la niña mientras su madre la detenía con una fuerza que la sorprendió dada su estado.

-No, no vayas. Quédate a mi lado- -soltó su madre con voz frágil y suave-. ¿Prometes quedarte junto a tu madre?-preguntó.

Nettles asintió mientras acariciaba con sumo cuidado la delgada mano de su madre, tratando de evitar tocar las heridas y las uñas rotas.

Sin darse cuenta, sus lágrimas comenzaron a derramarse por sus mejillas. No sabía qué estaba sucediendo ni qué había ocurrido con su madre. Pero lo que más le preocupaba era que su madre parecía decidida a dejarse morir.

-Ve, toma el cofre debajo de la cama. Tráelo aquí-pidió su madre.

-Sí, madre-respondió la niña, y se acercó a la cama. Arrodillada, tomó el baúl y se apresuró a llevarlo junto a su madre.

Aisha lanzó un leve quejido al extender su brazo, aún tembloroso, para acercarse a la niña.

-Necesito que me escuches, que entiendas lo que te diré-dijo su madre entre respiraciones entrecortadas, esforzándose por hablar mientras sostenía el objeto en su mano-. Es cierto que pronto me marcharé. No pasaré la noche y tú, mi pequeña, quedarás sola en este mundo, un mundo que puede ser cruel. Debes ser amable con las personas que amas y ser fuerte para enfrentar cualquier adversidad. Créeme, mi muerte no será la última que presencies. Verás a muchas personas morir, pero lo importante es que no te conviertas en una de ellas, y si lo haces, que sea por una buena causa.

-Por favor, madre, no me dejes-dijo la niña, tapándose el rostro con la palma de la mano. Su madre apartó su mano suavemente y levantó su mentón, dejando una mancha roja en su piel.

-Por favor, escúchame. Sé que eres muy joven, pero debes esforzarte por mí. Los dioses han determinado que tu madre se vaya antes, así que debes aceptarlo. Ahora, mi dulce niña, escúchame con atención. Si alguna vez estás en peligro, si los Capas Doradas te atrapan, entrégales esto-Aisha le tendió un anillo oscuro con una piedra roja en el centro. La niña lo sostuvo y lo examinó rápidamente. Intentaba procesar las palabras de su madre, pero su preocupación por el estado de su madre era más fuerte-. Si ellos piensan que lo has robado, diles que el príncipe te lo regaló a tu madre cuando se enteró de que estaba embarazada. Diles que fue Daemon Targaryen, tu padre.

Después de horas hablando con su madre, viéndola sufrir en agonía, la pequeña Nettles se recostó a su lado. Sus ojos estaban cerrados y su respiración se debilitaba. No podía evitar sentir que estaba viviendo una pesadilla y que, al despertar, la mujer que amaba estaría a su lado con su enorme sonrisa, haciendo que todo pareciera bien a pesar de las circunstancias.

-Cierra tus ojos, dulce Netty. Mañana será otro día-susurró su madre en un suspiro, mientras entrelazaba su dedo meñique con el de la niña.

Nettles se acomodó junto a ella, miró el rostro de su madre por última vez antes de cerrar sus ojos e imaginar una realidad totalmente diferente. Se imaginó a sí misma y a su madre viajando en un barco hacia tierras desconocidas, más allá de los Siete Reinos.

Al despertar a la mañana siguiente, sus ojos se encontraron con la luz matutina que iluminaba la habitación. Su corazón comenzó a latir rápidamente cuando sintió la frialdad en la mano de su madre, y lloró al darse cuenta de que ya no estaba viva.

Ese día, Nettles no salió a parrandear con sus amigos, ni siquiera abrió la puerta de la habitación. Simplemente se quedó allí, acurrucada junto a su madre, anhelando y suplicando a los dioses que la trajeran de vuelta. Así fue como, a los seis años, Nettles quedó huérfana, sola contra el mundo en el Lecho de Pulgas.

Loyalty  | 𝐀𝐞𝐦𝐨𝐧𝐝 𝐓𝐚𝐫𝐠𝐚𝐫𝐲𝐞𝐧Where stories live. Discover now