𝟖.𝐔𝐧𝐚 𝐛𝐚𝐬𝐭𝐚𝐫𝐝𝐚 𝐞𝐧𝐭𝐫𝐞 𝐝𝐫𝐚𝐠𝐨𝐧𝐞𝐬

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A medida que pasaban los días y los años en aquel lugar, un sentimiento de tristeza y vacío comenzó a arraigarse en su corazón joven.

Inicialmente, la sensación de estar lejos de la fortaleza roja y de extrañar a todas esas almas que ella había conocido, pesaba sobre ella como una sombra constante. El cambio brusco la dejó desorientada y desamparada en un entorno desconocido. Aunque Daemon era su padre, su presencia no llenaba el vacío emocional que sentía. Apenas le ponía la atención suficiente, ya que siempre parecía estar interesado en otros pendientes.

Con el tiempo, esa tristeza se convirtió en una especie de melancolía profunda. A pesar de la opulencia y el esplendor de Rocadragón, Nettles experimentaba una sensación de aislamiento. Los pasillos laberínticos del castillo se convirtieron en su hogar, pero carecían de la calidez y el amor que había conocido en su niñez.

La soledad se volvió su compañera constante. A pesar de rodearse de lujos, Nettles anhelaba la conexión genuina que había perdido. La ausencia de amistades cercanas y la falta de un lugar donde pertenecer la hicieron sentir como un fantasma en medio de la grandiosidad del castillo. La tristeza y el vacío se entrelazaron en su corazón, recordándole constantemente su situación.

Mientras crecía en Rocadragón, Nettles continuó anhelando los momentos simples y llenos de amor que compartía con su madre. La ausencia de esa relación maternal dejó una herida en su alma, y aunque el tiempo pasaba, el dolor persistía. Su tristeza no solo se debía a la falta de vínculos familiares, sino también a la sensación de no encajar.
A medida que el tiempo fluía inexorablemente, Nettles encontró en la pluma un refugio para los susurros no pronunciados de su alma. Desde el recóndito rincón de su soledad, sus palabras danzaban sobre el papel en una sinfonía silente, buscando el eco perdido de una conexión que parecía desvanecerse en el viento. Cada carta que trazaba con esmero, destinada a Aemond, era un suspiro del corazón, un anhelo tejido con letras.

Sin embargo, el eco que esperaba ansiosa no resonó. Las cartas, como náufragos en el mar de la distancia, naufragaron en la inmensidad del silencio. A pesar de la añoranza palpable que adornaba cada palabra, el destino juguetón se empeñaba en separar aún más a dos almas que habían sido cómplices de risas infantiles y secretos compartidos.

Los días en Rocadragón se deslizaban con la parsimonia de las olas en la orilla. Nettles hallaba refugio en los encuentros con su media hermana, Visenya, buscando en ella el consuelo de la sangre compartida en medio de la fría majestuosidad de los pasillos ancestrales. La intrincada arquitectura del castillo se convertía en un laberinto de pasillos y susurros, donde sus pasos resonaban como un eco de su propia búsqueda interna.

La soledad, fiel compañera, tejía su manto en los recovecos de Rocadragón, y aunque la grandiosidad del castillo se alzaba a su alrededor, Nettles aún sentía un espacio vacío en su pecho. Sin embargo, los años comenzaron a ser un bálsamo suave para esa herida. Encontró en la marina brisa una caricia que evocaba la calidez de los abrazos que alguna vez anheló. Las páginas de los antiguos volúmenes en la biblioteca guardaban sus reflexiones y la guiaban a través de los laberintos de su propia mente.

La amargura que había anidado en su corazón, como una sombra persistente, comenzó a ceder ante la luz del entendimiento. Las decisiones de los adultos, comprendió, eran tramas tejidas con hilos invisibles de deber y sacrificio. A medida que el velo de la inocencia se desgarraba, Nettles vislumbraba la gama de colores en un mundo que había sido demasiado a menudo reducido a un blanco y negro doloroso.

La cálida luz del crepúsculo cedía su lugar a la noche estrellada, y Nettles encontraba en esos momentos de quietud una especie de santuario personal. A pesar de las heridas que el pasado había dejado, en el resplandor de esas estrellas brillaba una promesa de futuro. La soledad, si bien persistente, ya no era su única compañera. En su corazón había crecido una resiliencia que la sostenía y le permitía caminar con la cabeza en alto.

A lo largo de los años, Nettles descubrió que incluso en los recovecos más oscuros de la vida, las semillas de esperanza podían encontrar un rincón donde florecer. Aunque las cartas nunca alcanzaron a Aemond y las lágrimas de la infancia habían dejado un rastro, también había hallado en Rocadragón un lugar para tejer nuevos recuerdos y forjar su propio destino.
En la penumbra de la estancia, Nettles pasaba con cuidado los dedos por los cabellos platinados de Visenya, su media hermana. Los mechones suaves se deslizaban entre sus dedos como hilos de plata líquida. La joven Targaryen levantó la mirada y sus ojos se encontraron en un reflejo fugaz en el espejo.

-¿Nos acompañarás esta noche? -la pregunta de Visenya resonó en el aire como una melodía cargada de anhelo y expectativa.

Un suspiro suave se escapó de los labios de Nettles mientras negaba con un ademán leve.

-Tengo otros planes -respondió con una sonrisa que apenas tocaba sus ojos.

En el fondo, sabía muy bien que su ausencia no sería notada, ni mucho menos echada de menos. Aunque las palabras de su media hermana sonaban cálidas, la realidad siempre se revelaba en las sutilezas no dichas. No era bienvenida ni aceptada en esa familia que compartía su sangre. No era como ellos, ni siquiera su propio padre se había tomado la molestia de tejerla en el tapiz de sus vidas. Al principio, cuando era apenas una niña, el rechazo y la indiferencia la habían sumido en un abismo de tristeza. Buscaba una familia en los rostros conocidos, en las risas compartidas, pero solo encontraba distancias insalvables.

Con el tiempo, sin embargo, había llegado la comprensión. Aquel anhelo de pertenencia había sido como una flor que se desvanecía en la sequía de la realidad. Había entendido que no importaba cuánto deseara encajar, el rompecabezas nunca estaría completo con ella en el centro. Todos lo sabían, todos lo veían. Ella era una bastarda, un ser aparte, un recordatorio incómodo de la imperfección en un linaje que se jactaba de su pureza.

La luz titilante de una vela iluminó su mirada en el espejo, y Nettles sostuvo la mirada de su propia imagen. Ya no anhelaba ser parte de ellos, ya no buscaba el refugio en sus sonrisas, en sus palabras. Había encontrado un rincón de fuerza en su propio corazón, un lugar donde su valía no dependía de la aceptación de los demás. La resiliencia había crecido en ella como una planta que lucha por abrirse paso en la grieta de una roca. No necesitaba la mesa de los Targaryen para encontrar su lugar en el mundo.

Así, mientras peinaba los cabellos de Visenya, Nettles sostenía en su interior la certeza de su propia valía. No importaba si nunca ocupaba un asiento en la mesa o si sus pasos no resonaban en los salones con los ecos del linaje real. Ella era más que su sangre, más que las circunstancias que la rodeaban. Y aunque la sombra de la soledad seguía acechando, había aprendido a caminar con ella sin quebrantarse. En el silencio de la habitación, las palabras no dichas resonaban con un eco de fortaleza.

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holi, nuevo cap<3 denle amor!!

Loyalty  | 𝐀𝐞𝐦𝐨𝐧𝐝 𝐓𝐚𝐫𝐠𝐚𝐫𝐲𝐞𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora