Hongos

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Mi padre era de Tennessee, había conocido a Lucinda, mi madre, en línea; era un hombre que no podía tener hijos, pero que deseaba una familia, se conocieron por internet y llegaron a estar tan convencidos de que eran almas gemelas que decidieron c...

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Mi padre era de Tennessee, había conocido a Lucinda, mi madre, en línea; era un hombre que no podía tener hijos, pero que deseaba una familia, se conocieron por internet y llegaron a estar tan convencidos de que eran almas gemelas que decidieron casarse a los cuatro meses de haberse conocido. Una locura, pero no puedo haber pedido mejor padre que él.

A pesar de que no era su hija me cuido y amo como a una e incluso llego a darme la seguridad en mi misma que debe darte cualquier otro padre, recuerdo que llegue a creer que era mi padre por lo similares que eran nuestros tonos de cabello, me sentía feliz de tenerlo en mi vida, más que nada porque era el único que le traía felicidad a mi extraña vida.

Desde los cinco años mi abuela me bañaba con hierbas raras con aroma cítricos y me vigilaba todo el tiempo para que no fuera al bosque o a sitios en la noche sola. Puedes pensar que son los cuidados normales que tienen los adultos con los niños, pero sus cuidados a veces iban al extremo de encerrarme e incluso hacerme pasar hambre cuando no obedecía.

Por supuesto todo eso cambio cuando mi padre llamo a servicios sociales y amenazo a Lucinda de alejarme de su lado si seguía con aquella locura. Por un tiempo todo se calmó, los baños con hierbas terminaron, pero mi abuela comenzó a colocar sal en la entrada y las ventanas, dentro de todo lo raro que solía hacer eso, era lo más normal que podía hacer.

Ella hacia todo lo posible por no molestar o más bien evitar que mi papá se diera cuenta de las cosas que hacía para cuidar la casa, sus ritos eran inofensivos e incluso divertidos en cierto punto. En especial cuando había dulces de por medio.

Mi abuela seguía rociándome con perfumes hechos con hierbas de olores cítricos, recuerdo no odiarlo del todo porque el aroma había pasado de ser nauseabundo a agradable, además, de que era recompensada con mis dulces favoritos cada vez que hacia lo que ella me pedía. Dentro de mi mente inocente parecía algo bastante normal, digo no conocía nada más, pero eran cosas que bien podían ser similares a lo que hacía el abuelo de María cuando íbamos a cenar, el viejo risueño solía eructar fuerte y limpiar sus labios con el mantel de la mesa para hacernos reír.

Me reconfortaba pensando que mi abuela hacia esas cosas para tener alguna excusa para darme dulces o que quería guardar secretos conmigo, al estilo de las mejores amigas.

Quería creer que teníamos una conexión, una que se supone tienen muchos jóvenes de mi edad con sus abuelas, al menos, una unión como la de Mari con su abuelo que le cuenta estupideces que hacia durante su juventud.

Muchos de los rituales que hacia mi abuela eran, a mis ojos, completamente inofensivos consistían en leer cosas frente a la casa durante luna llena, no recuerdo que decía con exactitud, yo estaba ocupada comiendo helado, mientras ella rociaba sal en un viejo circulo formado por hongos raros, pequeñas setas blancas que rodeaban una más grande del mismo color que media lo mismo que yo con cuatro años para ser más precisos. Esa cosa era gigante.

Recuerdo pensar que eso era un trol malo que robaba sus zapatos, pero nunca pude encontrarle sentido a ese pensamiento, luego de cada ritual de luna llena mi abuela hacia un pequeño pinchazo en mi dedo índice y rociaba cada hongo, para luego dejarme ir a jugar.

Pero antes de liberarme me abrazaba llorando para luego decir: —Cuando crezcas entenderás cada palabra dicha hoy. — No hace falta decir que hasta el momento no recuerdo una mierda y tampoco me interesa mucho saber qué diablos decían durante sus rituales paganos.

No tengo mucho que decir de esa época, no recuerdo mucho mi niñez, pero si algo tenía claro era que no éramos normales, yo no era humana. Digo, ¿qué ser humano podía hacer lo que yo?

Tenía doce cuando mi abuela me hablo sobre nuestro linaje mágico, sin embargo, ya tenía activos ciertos dones desde los cinco; usando como ejemplo las raíces de un árbol, me explicó que el mundo estaba compuesto de energía física y espiritual que ...

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Tenía doce cuando mi abuela me hablo sobre nuestro linaje mágico, sin embargo, ya tenía activos ciertos dones desde los cinco; usando como ejemplo las raíces de un árbol, me explicó que el mundo estaba compuesto de energía física y espiritual que regía, sobre todo. Era la forma en la que el mundo mantenía el equilibrio.

Nunca entendí del todo a lo que se refería y sospecho que ella tampoco sabía cómo explicármelo de forma sencilla, las cosas eran complicadas en esa época, siguen siéndolo a día de hoy. Sin embargo, acertó en convencerme de que no estaba loca y que no debía tener miedo, porque estaba a punto de enloquecer con la visita de cada fantasma que buscaba mi ayuda en la madrugada.

Aún recuerdo la cara de Anna, la niña de ocho años que venía a mi casa por las noches, deseaba encontrar su muñeca para poder descansar, el grito de miedo que di ese día solo lo escucho mi abuela. Era el aniversario de mis padres y mi abuela se había quedado conmigo.

Ese día nos estuvimos viendo películas en su habitación, cuando me dormí me dejo en mi cama, tenía la fuerte sensación de que algo mágico sucedería, mi abuela también lo presentía, yo estaba convencida de que al fin tendría la alegre noticia de un hermanito, pero Tania parecía saber que iba a ser una sorpresa diferente.

Creo que esta demás agregar que mi abuela estaba encantada e incluso hacia bromas de mi pánico infantil.

A pesar de que su fascinación con lo sobrenatural me tenía con los nervios de punta, no puedo negar que fue un gran apoyo durante esa época, me enseñó a bloquear energías, a protegerme e incluso a regresar la basura que otros lanzaban hacia mí. Los niños pueden ser extremadamente poderosos, en especial los de magia inactiva.

 Los niños pueden ser extremadamente poderosos, en especial los de magia inactiva

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