24.- Isla

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Nami a penas y había podido mantener su postura de estar molesta cuando vio la sangre en Zoro, en el repudio que llegó a su cuerpo al manchar su mano al golpear al moreno, repudio que tuvo que ignorar mientras dirigía el barco para que se fueran lo más rápido posible. Una vez en mar abierto se adentró en el baño lavar sus manos una y otra vez, aunque su mano ya no se encontraba manchada la incomodidad no se iba, talló hasta quedar satisfecha, mojó su rostro con el agua del grifo y se miró en el espejo, tenía que ser fuerte por todos ellos, Bellemere le había enseñado a ser una mujer fuerte y afrontar la vida con una sonrisa. Salió del baño mirando alrededor hasta encontrar a Zoro parado frente a la puerta de la enfermería, no parecía molestarle que estuviera cerrada con el rubio dentro, simplemente estaba ahí de pie, esperando.


— Zoro. – Le llamó notando como este asentía para indicarle que la escuchaba, pero no volteó a verla. — Tienes que limpiarte.


— No es necesario.


— Claro que lo es, Sanji-kun se asustará al verte así. – Al fin tuvo la atención del moreno que le miraba, suspiró frustrada antes de forzar una sonrisa. — Vamos, tienes que darte un baño. – Ambos se dirigieron al baño para entrar.


— ¿Te quedarás aquí? – Se quitó la camisa arrojándola al suelo salpicando algo de sangre que aun no se secaba, miró sus manos notando como estaban rojas de tanta sangre que las habían manchado, cerró sus manos y tomó aire profundamente mientras cerraba los ojos, no debió dejarse llevar de esa manera, había perdido por completo la concentración.


— ¿Tienes problema con que me quede? ¿Acaso eres tímido? – Bromeó buscando aligerar un poco el ambiente, pero no obtuvo más que una negativa con la cabeza del mayor que continuó quitándose las botas seguidas de sus pantalones y ropa interior. Caminó hacía la regadera para abrirla disfrutando como el agua fría golpeaba su rostro limpiando parte de la sangre que le manchaba.


— ¿Realmente te quedarás aquí? – Volvió a preguntar mirando de reojo como la navegante se sentaba en el excusado a un lado de la ducha.


— Tengo que cuidar que no te vuelvas loco de nuevo. Aunque te costará cien mil berries el tenerme cuidándote.


— ¿Ah? No necesito que me cuides. – Se quejó al tiempo que comenzaba a tallar su cabello manchando el suelo con el rojizo líquido.


— Mientras te sigas comportando como un niño pequeño tendré que hacerlo. – Se burló sin mirarlo, escuchó como el otro mascullaba, pero no le dio importancia, su atención se encontraba en la ropa ensangrentada que manchaba el piso de madera, tenía curiosidad de que había pasado cuando se fueron, la razón por la que Luffy le quitó sus katanas. Se hundió tanto en sus pensamientos que no notó que el otro ya había terminado de limpiar la sangre de su cuerpo y ahora se paraba frente a ella con una toalla enredada en su cadera.


— Nami. – La aludida alzó una ceja por el tono de voz tan serio del otro. — Lo siento. – La sorpresa en su rostro fue clara al ver como el espadachín se inclinaba para hacer aquella disculpa aún más formal.


— No tienes porque...


— Y gracias. – La navegante no pudo evitar sonreír honestamente y suspirar con fuerza.

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