4 | La partida de Gobstones

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Theodore Nott se hizo a sí mismo un juramento, por el cual, para la siguiente clase de Runas Antiguas, buscaría en la biblioteca algún hechizo para producirse a sí mismo una sordera total. Llevaban apenas veinte minutos de clase y ya tenía un dolor de cabeza monumental. Se preguntó si sus compañeros llegarían a quedarse afónicos algún día.

Aquel día, habían tenido la idea de llevar un juego de Gobstones para entretenerse. Habían retirado chapuceramente todas las mesas, dejando una zona libre en medio del aula, y crearon ahí mismo una pista para sus Gobstones, agujeros en el suelo incluidos. Menos mal que después se podían cerrar con magia, o al menos eso pensó Nott.

Retrocedió a la página anterior del libro que estaba leyendo, con la intención de leerla otra vez y enterarse así de algo. Con el alboroto que reinaba en clase, había tenido que leer dos veces el mismo párrafo para poder asimilar algo. Y ni así lo había logrado. Sin embargo, las palabras que estaba releyendo quedaron de pronto sepultadas por un pequeño trozo de pergamino doblado que había aterrizado ante sus narices. El moreno dio un respingo y miró alrededor, sobresaltado. La gran mayoría de sus compañeros estaban totalmente inmersos en la emocionante partida de Gobstones, mientras que los alumnos pacíficos de siempre se limitaban a conversar en voz baja en un rincón del aula. Nadie le prestaba la más mínima atención a él.

Cogió el pergamino y lo desplegó, para descubrir dentro un breve mensaje:

Cogió el pergamino y lo desplegó, para descubrir dentro un breve mensaje:

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La nota no iba firmada, pero no hacía falta. Nott sabía perfectamente quién se la había enviado. Alzó la mirada y la fijó en la nuca de la única persona que permanecía sentada en el centro del aula, en el único pupitre que se había librado de ser movido a un rincón. Hermione Granger se había negado en redondo a levantarse de su pupitre para que Malfoy y los demás pudiesen arrastrarlo a un rincón, y, tras una acalorada discusión, los compinches de Draco habían cedido y la habían dejado ahí, dado que tampoco les molestaba para la partida. Así que la chica, tenaz como ella sola, era la única que estaba debidamente sentada en el solitario centro del aula, dándole la espalda a la partida de Gobstones, y con la nariz metida en el libro Runas Antiguas Hechas Fáciles. Nott no pudo sino admirar las agallas de la chica.

Le había devuelto la varita el día anterior, en un rápido gesto, como si fuese algo de contrabando, al pasar por su lado en el Gran Comedor. No habían hablado, para evitar problemas a ambos, especialmente a Nott. En otras circunstancias se la hubiera dado, tal y como le había dicho a Draco, en clase de Aritmancia; pero no tenían dicha clase hasta el día siguiente, y supuso que la chica no podría esperar hasta entonces. De modo que Granger, al no haber podido hablar en el momento, había optado por agradecérselo mediante aquella nota.

De pronto, las voces de sus compañeros se alzaron más de lo normal, y una extraña agitación pareció adueñarse del aula. Se oyó un grito de terror. Nott, que seguía mirando la nuca de Granger, sumido en sus pensamientos, vio cómo la chica giraba el rostro al instante, en dirección al alboroto. Él también miró un instante después, preguntándose qué habría pasado esa vez; casi preocupándose ante su propia resignación.

Rosa y EspadaWhere stories live. Discover now