58 | Hogar

799 45 9
                                    

A pesar de ser casi mediodía, cúmulos de nubes grises y negras ocupaban el cielo de Londres aquel día, haciendo que pareciese una hora más tardía de lo que en realidad era. Amenazaba lluvia. La falta de luz, y el general abandono de los exteriores de la Mansión Malfoy, le conferían un aspecto bastante siniestro a la enorme casa solariega.

Cuatro figuras se materializaron, de un momento a otro, frente a las grandes verjas de la entrada. Se mantuvieron quietas unos segundos, acostumbrándose a la luz del exterior, y al paisaje que tenían delante. Una de las figuras se adelantó y colocó la mano izquierda sobre las impresionantes verjas de hierro forjado. Nada sucedió.

—Han quitado las protecciones de la entrada —murmuró Draco, casi para sí mismo. Escrutando las sólidas e inmóviles barras de hierro—. Las que puso mi padre.

—¿El Ministerio? ¿Pueden hacer eso? —cuestionó Hermione, tras él, examinando también el lugar con ojo crítico. Draco resopló por la nariz.

—Por supuesto. Me han dicho que habían colocado un Encantamiento Anti-intrusos, pero no me lo creo...

Hermione arrugó el ceño. Metió la mano en el bolsito de cuentas que llevaba colgado del hombro y sacó su varita. La agitó. Nada sucedió. Y su ceño se frunció más profundamente.

—Nada —farfulló. Resollando. Escandalizada—. ¿Cómo pueden ser tan poco...?

—Te lo dije —murmuró el joven rubio, limitándose a empujar la verja. La cual se abrió con un chirrío. Una ornamentada "M" de hierro ocupaba casi toda la superficie.

—Cualquiera podía haber entrado y... haberla saqueado —insistió Hermione, ofuscada, siguiéndolo al interior de la propiedad. Harry y Ron entraron tras ellos, y fue Harry, en último lugar, quien cerró la verja a sus espaldas.

—Hay protecciones anti-muggles tan antiguas como mi familia, esas estoy seguro de que se mantienen —replicó Draco, de forma lánguida—. Además, los del Ministerio ya la han registrado hasta los cimientos para llevarse todos los artilugios de magia negra. No puede quedar nada de valor. Y dudo que, a pesar de todo, ningún mago se atreviera a acercarse —añadió, con algo de gravedad. Y un deje de altivez. Como si el apellido Malfoy todavía infundiese, indiscutiblemente, algo de respeto.

La hierba de los jardines estaba amarillenta, reseca y mal cortada. Arbustos de casi un metro de alto se alzaban a los lados del camino de gravilla que conducía a la entrada principal. Grandes y oscuras enredaderas se habían apoderado de una gran fuente situada a la derecha del camino, la cual se encontraba sin agua.

—Madre mía —musitó Hermione, conmovida, mirando el lúgubre ambiente. Aceleró el paso, al darse cuenta de que se había distraído mirando alrededor, hasta situarse junto a Draco. Él ralentizó el suyo para caminar a su lado—. No la han cuidado lo más mínimo.

—No es su responsabilidad. Es de la familia. Y no había familia que viniese a revisarla —repuso Draco, precediéndolos por el sendero—. Lleva deshabitada desde que la guerra acabó. Intuyo que también se han llevado a los elfos domésticos, si no esto no estaría así.

Hermione no contestó nada al respecto, a pesar de que sus labios se fruncieron con desaprobación. Harry apreció el detalle y miró a Ron con satisfecha complicidad, pero éste estaba observando a su alrededor con evidente fascinación, sin hacer caso de nada más.

—Esto es enorme... —susurró, asombrado, al sentir la mirada de Harry posarse en él. Aunque tuvo buen cuidado de que Malfoy no lo oyese.

Unos amplios escalones de piedra ascendían hasta la puerta de entrada, al final del sendero de grava. A Harry le pareció ridículamente extravagante que las ventanas del piso inferior tuviesen forma de diamantes. Un suave empujón por parte de Draco, y la enorme puerta se abrió con un leve crujido oxidado. Con tanta facilidad como las verjas.

Rosa y EspadaDove le storie prendono vita. Scoprilo ora