46 | El castillo de Berry Pomeroy

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El sol se ocultaba lentamente en un atardecer color rojo sangre. Un bello espectáculo que era visible desde las amplias ventanas de la cara oeste de la Mansión Malfoy. La mayoría de ellas tenían las cortinas echadas, únicamente las del salón de la planta superior estaban abiertas de par en par. Una figura estaba contemplando el atardecer tras los grandes ventanales. El alto personaje vestía una larguísima túnica, negra como la noche que se avecinaba. Una capucha cubría su cabeza, y sus manos, entrelazadas en la espalda, estaban ocultas por las largas mangas acampanadas. Solo sus ojos, rojos como el ocaso que contemplaba, podían apreciarse bajo la opaca ropa.

El mobiliario de la habitación era escaso en comparación con su gran tamaño. Una lustrosa y gruesa alfombra que ocupaba casi la totalidad del suelo, un par de sillones frente a una chimenea. Una amplia estantería llena de colecciones de libros recubría una de las paredes. Una ostentosa lámpara de araña de hierro, compuesta de decenas de ondulaciones metálicas, y algunas velas, colgaba del centro del techo. Apagada.

Se oyeron unos golpes en la gruesa puerta de madera. La figura junto a la ventana no hizo pasar al visitante. Ni siquiera se movió. Aun así, instantes después, la puerta se abrió con un crujido.

—¿Mi señor? —balbuceó una ajada y aterrada voz, solo asomando la cabeza—. ¿Quería verme, milord...?

Lord Voldemort no apartó su mirada de pupilas verticales de las ventanas ni del atardecer. Siguió sin hacer ningún gesto. Colagusano tragó saliva y entró en el salón, cerrando la puerta tras él, intentando no hacer el más mínimo ruido. No se atrevió a avanzar más. Ni a volver a hablar. Su señor estaba pensando. Y su vida corría riesgo si interrumpía.

El silencio se prolongaba. Colagusano estaba sudando. ¿Había sucedido algo? ¿Había hecho algo mal?

Finalmente fue incapaz de soportar la incertidumbre:

—¿... M-milord? ¿Puedo ayudarle en...?

—Lo he encontrado.

Colagusano enmudeció como si le hubiera lanzado un Silencius. Volvió a hacerse el silencio por parte de su líder, y el hombrecillo no se atrevió a romperlo. Aguardó, mordiéndose compulsivamente el labio inferior con sus dientes irregulares, hasta que Lord Voldemort volvió a hablar, casi para sí mismo:

—Ha llegado la hora. Lo haremos esta noche. Ya sé dónde se esconde... No hay por qué demorarlo más.

Colagusano parpadeó. Su boca se abrió con estupefacción.

—¿Sabe dónde está Potter, mi señor? —preguntó sin pensárselo dos veces, desconcertado y esperanzado.

El resoplido de Voldemort, ampliando sus fosas nasales alargadas como las de una serpiente, fue audible incluso desde la puerta. Colagusano retrocedió instintivamente, horrorizado por haber metido la pata.

Voldemort se apartó por fin de la ventana y se giró hacia Colagusano. Éste último estaba sudando profusamente.

—No hablo de Harry Potter —pronunció el Señor Oscuro, con una voz tan suave que aterrorizó aún más a su interlocutor—. No... Hablo de un arma que me permitirá proseguir con todos mis planes... Incluido Harry Potter. Un arma que se me escapó una vez de entre los dedos. Lo cual no permitiré que vuelva a ocurrir.

—Entiendo, mi señor —Colagusano no había entendido apenas nada de lo que su señor había dicho, pero ni se le ocurrió preguntar—. ¿Qué quiere que haga, Su Señoría? —inquirió, fingiendo más valor y predisposición de la que sentía. Intentó recuperar algo de su aplomo para complacer a su señor y que olvidase su metedura de pata sobre Harry Potter.

—Convoca a los Sargentos Negros. Nos reuniremos pasada la medianoche. Que sus tropas estén preparadas. Necesito al mayor número de personas posibles. A los mejores. Esta noche tenemos mucho trabajo por delante.

Rosa y EspadaWo Geschichten leben. Entdecke jetzt