34 | Legeremens

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—Hermione, ¿vas a limpiar el mortero? —cuestionó Ron con la voz cargada de urgencia, al verla levantarse de su asiento con dicho utensilio en la mano. El joven pelirrojo, sin dejar de remover de forma frenética su espesa poción, palpó la superficie de la mesa y le entregó su cuchillo de plata—. Límpiamelo, por favor. Slughorn dice que si se mezcla el aguijón de billywig con el caparazón de chizpurfle puede explotar.

Hermione contuvo una sonrisa y tomó el cuchillo que su amigo le tendía.

—Tienes que remover con más fuerza, Ron —le indicó, observándolo mover el brazo todo lo rápido que podía—. Las semillas de fuego solo harán que el antídoto reduzca su espesor si alcanza la temperatura adecuada. Y para eso necesita movimiento.

—¿Y no puedo subir el maldito fuego? —protestó el chico, sujetándose el hombro con la mano libre, sintiendo ya un dolor penetrante en la articulación.

—Eso nos pasa por no acordarnos de que ya habíamos echado el cuerno de graphorn en polvo —se quejó Harry, removiendo también con brío su poción, cambiando la cuchara de mano cuando la derecha se le cansó—. Mira que echarlo dos veces, somos imbéciles... ¿Me limpias también el cuchillo, por favor?

Hermione rio entre dientes y se estiró para cogerlo.

—No os preocupéis, podéis resolverlo. Solo tenéis que reducir el espesor —los animó la chica, echando un rápido vistazo a su poción, la cual burbujeaba lentamente a fuego medio. Tenía que cocer por unos diez minutos—. Ahora vuelvo.

Sorteó las mesas de la clase de Pociones, observando con curiosidad los calderos de sus compañeros. Casi todos habían logrado realizar los antídotos con éxito, y ahora borboteaban de forma hipnótica, mientras sus creadores aprovechaban para limpiar. Aunque algunos todavía estaban tratando de arreglar algún fallo imprevisto con ayuda de un solícito profesor Slughorn, con su bigote resaltando sobre los rostros mayoritariamente lampiños de sus alumnos.

Hermione se acercó a la gárgola que había en un rincón, y por cuya boca abierta salía un chorro de agua cristalina. Al llegar allí, quedando de espaldas al resto de sus compañeros, dejó sobre la palangana que había ante ella los tres utensilios que llevaba y quitó la piedra que cubría la boca de la gárgola para dejar salir el agua.

—¡Espera, Hermione, déjame! —pidió de pronto una angustiada voz. La joven se giró y se encontró con el rostro crispado de pánico de Dean—. ¡Tengo que echarle agua a la poción de Seamus...! ¡Está echando chispas!

Sin dar más detalles, el joven rellenó a toda prisa una pequeña probeta y, tras gritarle un fugaz "gracias" a la desorientada chica, se alejó con el agua derramándose, de vuelta a su mesa. Hermione contuvo una sonrisa apurada y procedió a enjuagar los cuchillos de sus amigos, decantándose por el de Ron en primer lugar.

Fue entonces cuando sintió una nueva presencia tras ella. Hizo ademán de apartarse a un lado, para dejar espacio, pero la persona no se lo permitió. Se presionó contra ella, empujándola contra la palangana sin ningún reparo. Hermione giró el rostro por encima del hombro para mirar escandalizada a quien fuera que invadía su espacio de esa manera. Sin lograr verle el rostro al completo debido a la cercanía, sí alcanzó a ver una afilada barbilla, un destello de cabello rubio, y el color verde de una túnica de Slytherin. Escuchó un bufido en su oído.

—¿Es que siempre tienes que estar en medio, Granger? —espetó la voz de Draco por encima de su cabeza, lo suficientemente alto como para que las personas que estaban sentadas más cerca lo escuchasen. La chica abrió mucho los ojos y volvió a mirar al frente al instante. Incapaz de responder absolutamente nada. ¿Pero qué hacía? ¿Cómo se atrevía a arriesgarse tanto? ¿A pegarse a ella tan descaradamente en medio de una clase abarrotada?

Rosa y EspadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora