La boda de Ruga y Leo || de Jessi Hazuki

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Encargo a Jessi Hazuki

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Idea propuesta: Quería una escena escrita de ellos después de la boda, tras haber hecho esta escena cutre que subí a Twitter. Decidimos que sería en una playa jeje

Sobre la autora:

JessiK, nacida en 2000 en Andalucía, España

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JessiK, nacida en 2000 en Andalucía, España. Graduada en Bellas Artes y escritora autopublicada de momento, con novelas como Lo que la Niebla Ocultó, de la saga Dunia (Lektu), o relatos como La isla errante, en Booknet. Escribiendo desde los 11 años y dibujando desde los 13. Su género predilecto es la fantasía, con historias llenas de elfos, hadas y un sinfín de criaturas.

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R E L A T O

Boda

—Ya puedes abrir los ojos...

Fue lo primero que escuchó Ruga, antes incluso que el titileo del agua. El corazón le iba a mil por hora y sentía que se le iba a salir del pecho en cualquier momento. Iban a casarse ese día, y Leo había querido mantener en secreto el lugar de la ceremonia. Había respetado aquel secretismo porque quería ver cuánto podía sorprenderle su pareja. Por fin había llegado el momento, y no podía contener más la emoción. Su cabeza estaba llena de ideas, sobre todo cuando llegaron hasta él nuevos sonidos y aromas que inundaron sus sentidos.

Y cuando abrió los ojos, allí estaba: el mar, inmenso y sereno. La playa y la blanda arena que las olas acariciaban eternamente. Aquel horizonte infinito donde perder la mirada, que parecía separar el cielo del agua y unirlos al mismo tiempo.

Y a la izquierda, al final de un camino de piedra blanca sobre la arena, se hallaba el altar con el arco ceremonial bajo el que se casarían. Estaba decorado con conchas, piedras hermosas y enredaderas que se rizaban en sus columnas. A los laterales había sillas, flores, y mesas elegantes perfectamente organizadas para el momento de la boda.

Pero lo que más le impresionó no era aquello, sino la misma playa. La manera en la que las olas se rompían en las rocas. La forma en la que el agua iba y venía, en un vaivén constante y relajante. Los sonidos, los colores, los olores... Todo. Jamás había visto algo así, y le hizo sentir pequeño y pleno al mismo tiempo.

—¿Me has traído a...? —empezó a decir, pero la alegría que empezaba a conquistar todo su cuerpo lo dejó mudo a mitad de la frase.

—Nunca habías visto la playa... —dijo Leo con suavidad. Sus mejillas estaban un poco rojas—. Me pareció un buen lugar para... bueno, ya sabes. ¿Te gusta?

—¡Hostia, Leo! Pero esto... ¡esto es increíble! Es... —calló de nuevo. No podía explicar lo que sentía en aquel momento. No podía expresar lo feliz, agradecido y

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