| Una sociedad dividida entre la Superficie y el Subterráneo. Cuando Leo no cumple con el propósito que la Superficie tenía pensado para él, es enviado al Subterráneo, donde conoce a Ruga, un chico que nunca ha visto el cielo. |
En 2023 he decidido...
Idea propuesta: la idea de la colaboración era llevar a mis personajes de #ProyectoPurpleose a su propio universo.
Sobre la idea del relato:
Yeohk es un mundo subterraneo compuesto por dos ciudades Ikhuran y Shinz. Dos ciudades controladas por los yokai, un gobierno basado en los antiguos dioses y fantasmas japoneses. Ambas ciudades están conectadas por un túnel. En ambas ciudades existe una dualidad entre la tecnología más avanzada y la pobreza más cruda. Mientras que en Ikhuran se ha encontrado una manera de reflotar la economía con la compra-venta de recuerdos, en Shinz se niegan a aceptar esta práctica.
Tobi, el hermano mayor y el único miembro que puede trabajar de su familia, decide vender sus recuerdos ante una situación extrema. Sin embargo, Tobi no sabe qué le han robado y eso le costará más de lo que imagina.
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Sobre la autora:
Paz Pérez nació en Talavera de la Reina en 1992. Estudió Dirección de Teatro y Dramaturgia en la RESAD de Madrid y se dio cuenta de que quería ser escritora cuando contó su primera mentira. Entre otras cosas, ha dirigido un musical adaptando Misery de Stephen King, ha autopublicado un poemario y ha conseguido casi un millón de lecturas en sus historias de Wattpad. Ahora la podéis encontrar escribiendo novelas ubicadas en Londres, donde ha vivido durante seis años, y hablando de toda clase de contenido sáfico en el pódcast "La estantería sáfica" y la cuenta de bookstagram @sapphic.bookshelf junto a su prometida. Su sueño es tener un perro y que todo el mundo vea Buffy, Cazavampiros.
Twitter: @ziggypaz / @LaEstSafica
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R E L A T O
Recuerdos. Van y vienen. Como arañas que tejen una red, la mayoría de veces inconexa. Recuerdos felices. Recuerdos tristes. Recuerdos, al fin y al cabo. No importa si son buenos o malos recuerdos. Todos los recuerdos tienen un precio.
Y Tobi lo sabía en el momento en el que decidió vender los suyos. No lo hizo por placer, sino por necesidad. Su familia le necesitaba y en Ikhuran no había otra manera para conseguir suficiente comida para todes. Podías trabajar, sí, pero Tobi era consciente de que era el único que podía hacerlo. Sus hermanes, demasiado jóvenes y débiles por la falta de alimento, eran devueltos a casa cuando intentaban conseguir algún turno de trabajo en las fábricas. Todo había cambiado mucho en los últimos ciclos y los Yokai habían implementado un sistema para reducir la mano de obra humana. Los biónicos eran los preferidos de las grandes compañías por su optimismo mecánico y su falta de queja.
Tobi recorría Ikhuran —aquel agujero en el suelo donde llegaba la luz del sol a través de un gran cristal magnificador en la superficie— cada mañana en busca de algún turno reparando piezas a biónicos de generaciones antiguas, cargando chatarra o limpiando los restos de gente con más suerte que él. Sin embargo, esos trabajos escaseaban y sus hermanes necesitaban comer. Él necesitaba comer.