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Mi cuerpo cayó al suelo antes de lo que hubiera querido, apenas sentí el tacto de Magnussen alejarse de mí, me dejé caer hasta que mis rodillas chocaron con el piso y abracé mis brazos. Hecho un ovillo en mi lugar, deseé que de una vez me dejaran tranquilo, deseé morirme de una maldita vez para detener esos acosos, esos abusos, ¿Por qué tenían que temerse conmigo de esa forma? Nunca les hice nada, soy solo una persona que cometió un jodido error, eso no le da derecho a nada.

Intenté pensar en cosas felices, en cosas buenas, deseaba alejar esas malditas ganas de vomitar que me estaban volviendo loco, pensé en Caro, pensé en Arthur, pensé en Checo, pensé en el hermoso chico de ojos avellana que deseaba seguir viendo a diario; pensé tanto en las cálidas manos de Carlos que una triste sonrisa apareció en mi boca, definitivamente nunca había sido tan patético en mi vida.

Pasaron unos segundos en los que solo oí golpes, en realidad tampoco me importó lo suficiente como para moverme de mi lugar, estaba asustado y no dejaba de temblar, sentía a mi omega como un pequeño cachorrito presintiendo su final cerca, cuando unos brazos me tomaron y fue diferente, ese no era Magnussen.

Esos fuertes brazos me alzaron hasta que estuve completamente parado, ni siquiera alcé la mirada, solo bastaron unos segundos para que el temor dejara de nublar mis sentidos y permitirme que aquel delicioso aroma nublara mis sentidos, cerré mis ojos y mis brazos rodearon su cuello de aquel firme cuerpo mientras sus brazos hacían lo mismo con su cintura, pegándome tanto a él que pensé en lo mucho que deseaba fundirnos en uno.

Carlos, mi Carlos vino por mí.

Y con la cara destapada.

Restregué mi cara contra su cuello, sin detenerme, ya no me importaba absolutamente nada más, e incluso olvidé mi nombre cuando sus labios besaron suavemente la piel de mi cuello y liberé un ronroneo, eso se sentía muy bien.

-Hueles mal-

Escuché sus dulces palabras y quise alejarme, aunque como su brazo me atrajo de nuevo y soltó un ligero ronroneo, comprendí que no era que yo oliera mal, él tenía la cabeza enterrada del mismo lado en donde Kevin me había estado besando, obviamente no olía como normalmente debía hacerlo.

-Carlos, yo...

-Tranquilo, yo me encargo.

Aunque no comprendía a lo que se refería, mi cuerpo obedeció y me relajé en sus brazos, hasta que sentí como sus labios de nuevo tenían contacto con mi piel, al igual que la punta húmeda de su lengua pasaba por esta e incluso sus dientes rozaban mi cuello, haciéndome estremecer. Mis manos subieron hasta aferrarse a la tela de su remera, camisa, lo que fuera, apreté mis parpados cerrados y jadeé una vez mordió justo en el lugar donde anteriormente Kevin había hecho de las suyas.

-Ca-. Gemí, eran mordidas suaves, dulces, pasaba su lengua con tal cuidado que sentí me rompería el dulce contacto, e incluso sus finos labios buscaban llenarme de tantos besos como le fuera posible.

En ese momento deseé que el mundo se detuviera, que solo fuéramos Carlos y yo, que todo dejara de existir y vivamos este momento eterno en el que él se estaba encargando de limpiarme, de quitarme aquel olor para impregnarme el suyo. Y definitivamente yo prefería oler a Carlos, amaba oler a Carlos.

En el segundo en el que giré mi rostro, observé al fin la escena que tanto había ignorado en mi ataque de pánico, Kevin estaba en el suelo, sin embargo ya se encontraba incorporándose, observé la línea de sangre escurriendo desde su boca, por su mentón, y aquellos moretones apenas rojos por todo su rostro, además de como tenía una mano sosteniendo su costilla; los demás ya no estaban, no dudé que fueran tan cobardes para abandonar a uno de los suyos ante el peligro, pero de igual forma me sorprendió lo patéticos que eran.

𝗧𝗵𝗲 𝗣𝗘𝗥𝗙𝗘𝗖𝗧 𝗼𝗺𝗲𝗴𝗮. 𝐂𝐡𝐚𝐫𝐥𝐨𝐬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora