Capítulo 2: El verdadero último día

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—No tengas miedo. No soy alguien malo. ¿Cómo te llamas?

—¿"U.G."? ¿Cuál es tu nombre completo? No importa. En estos tiempos, cada uno tiene sus propios problemas. Simplemente te llamaré U.G. Mi nombre es Kiwi, pronunciado igual que el tipo de pájaro pequeño.

—Ho-hola... ¿Puedes ayudarme? No tengo adónde ir.

—¿Eres un refugiado de guerra?

—¿Eh?

—Supongo que es así. Ven conmigo a la academia entonces. Iré a una clase más tarde. Puedes esperarme en mi despacho. Después de eso, te ayudaré a contactar con los oficiales y a encontrar a tu familia.

Como no había reloj en el reino de la brecha, You Ji no sabía cuánto tiempo había vivido allí. Se cortó un poco el cabello que le llegaba hasta la cintura porque le resultaba incómodo, y ahora no había nadie que lo apreciara. A menudo pasaba el tiempo leyendo, y de vez en cuando copiaba algunos párrafos con una bella caligrafía. Incluso aprendió a jugar un partido de tenis virtual con el Casero, levantando un mando de captura de movimiento.

Finalmente, un día, se decidió.

Había un lugar al que quería ir. No sabía dónde estaba ni cómo se llamaba. Sin embargo, sentía que una voz fuerte, poderosa y misteriosa lo llamaba. Ese era el lugar donde debía pasar su vida.

Eligió una puerta y caminó a través de ella, hacia ese mundo desconocido donde las llamas de la guerra se extendían a lo largo y ancho, donde las tormentas arreciaban ferozmente. Creyó que se había hecho mucho más fuerte y que ya no era tan manso, pero en cuanto pisó terreno desconocido, todavía tembló de miedo.

Enormes edificios brillaban con un resplandor metálico, mientras agujeros picaban la tierra. En medio de la espesa niebla se oía el débil rugido de la maquinaria. Ruidos electrónicos corrían de un lado a otro de las estructuras de formas extrañas... objetos que nadie había visto nunca, ni era capaz de imaginar. Para You Ji, este mundo estaba completamente fuera del alcance de su conocimiento.

Después conoció al señor Kiwi, profesor de la academia. Tenía varios proyectos de investigación a su cargo, que lo mantenían ocupado todo el día.

Convencido de que U.G. no tenía adónde ir, Kiwi lo dejó quedarse en su casa por el momento. Al principio, la estancia era temporal, pero naturalmente se convirtió en permanente.

Al estar cerca de Kiwi, U.G no sólo comprendió gradualmente el conocimiento común del mundo, sino que también aprendió algo terrible. Este mundo estaba sufriendo una guerra en la que moría un gran número de personas cada minuto. Los demonios del universo tenían la boca abierta, mientras roían su patria pedazo a pedazo.

Así es, dentro del universo. La guerra actual no era una contienda entre naciones, sino un fuego abrasador que se extendía por toda la galaxia. U.G. no sólo tenía mucho que aprender, sino que también tenía que trabajar para mantenerse. Por supuesto, Kiwi era perfectamente capaz de mantenerlo, pero él no quería eso. No quería volver a ser la clase de persona que solía ser.

La vida de U.G. se volvió ajetreada y le dio pocas oportunidades de mirar atrás a su pasado. Cuando, sin darse cuenta, empezó a reflexionar sobre el pasado y el presente, ya llevaba cinco años al lado del señor Kiwi.

Una noche, U.G. estaba limpiando la bañera. El cabello ahora sólo le llegaba hasta los hombros, recogido en una trenza y colocado en la parte posterior. Descalzo y en topless, llevaba unos pantalones cortos de tejido sintético transpirable. Después de limpiar la bañera, se levantó y se miró en el espejo. En el espejo se veía un joven de unos treinta años, ya no pálido, flaco ni melancólico. A pesar de seguir siendo delgado, tenía líneas claras que definían sus músculos. En el bajo vientre se veía la cicatriz de una apendicectomía.

Grieta en la puertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora