Parte. 40/1-Dormiré cuando estés muerto

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Se decía que la Isla De las Cruces no era más que una de las antesalas al infierno, un limbo inhóspito y aislado, que había brotado de las entrañas de la tierra accidentalmente, por causa del mismo maremoto que había destruido las vecinas islas de Margaritάri y Korάlli. Pero el volcán y su entorno siempre habían estado allí, lo habían hecho incluso mucho antes de que nacieran todas las mentes inquietas que les imaginaban orígenes deleznables. Obviamente, el infierno debía seguir intacto.

Nύmfa, nombre original de aquel pequeño promontorio escarpado y oscuro en medio del mar, había sido punto de encuentro para piratas griegos, competencia de Delos en el mercado de esclavos, y última parada para víctimas de las peores pandemias como la gripe española, la viruela y la peste. Pero no eran los desterrados los únicos que yacían bajo su arena negra, también lo hacían quienes se habían atrevido a entorpecer el camino de los oficiales de la Algemeine (división policial de la SS),  destinados en Salónica, durante la Segunda Guerra Mundial.

Luna, que por primera vez podía interactuar con los visitantes de sus sueños, abrió su mente y merodeó por las vidas de todas aquellas almas solitarias que pululaban por Númfa, sin hacer distinciones. Aventurarse a ello le permitió  averiguar que la muerte no entendía de latitudes ni de fechas, y que una vez desligada del cuerpo, la esencia que diferenciaba a los hombres de las máquinas viajaba a un lugar dónde los que una vez habitaron el pasado, el presente, e incluso el futuro, se burlaban del espacio y del tiempo, tenían contacto entre sí, e intercambiaban confidencias: secretos que solían estar vetados a los vivos.

Aquel descubrimiento tampoco fue una sorpresa para Luna, pues, al fin y al cabo, ya tenía más que asumido que el magnífico búho que la rondaba no era lo que parecía; el animal servía de hospedador provisional para todos aquellos espíritus que aguardaban su momento para regresar. El ave era un puente entre dos mundos: el de los vivos y el de los muertos.

Cuando era muy pequeña y se sentía sola, o fuera de lugar, tanto Sor Constanza  como Martín,  se habían servido de las teorías más dispares y complicadas para intentar convencerla de que todos los seres vivos estaban conectados entres sí, de que formaba parte de un todo invisible y mágico.  Ahora, muchos años después de aquello, Luna no solo acababa de confirmar dicha conexión, estaba segura de que esta era tan fuerte que ni siquiera la muerte podía romperla, lo que abría un gran abanico de posibilidades ante ella. Pero poder contactar con lo invisible era un privilegio que tenía un precio, también un lado oscuro: ella misma se había convertido por un momento en un avatar, y si ya de por sí le costaba dominar sus emociones, le había resultado imposible hacerlo cuando decenas de voces en su cabeza reclamaban su atención, le daban órdenes, consejos, y le pedían favores.

Luna sabía que tarde o temprano aprendería a evitar ese tipo de contratiempos, o al menos a controlarlos, aunque lo que más ilusión le hacía era pensar en su propio espíritu planeando bajo el cielo estrellado. ¿Acaso sus conclusiones serían ciertas, y algún día ella podría entrar, y salir, del cuerpo del enorme búho a su antojo? ¡Ojalá!

Mientras la joven, de nuevo tumbada en la cama de su marido, se recuperaba de la generosa dosis de energía que los espectros le habían proporcionado al fundirse con ella, Alex, Letg-Juh,  Gabriel, Clara e Iris, hacían lo imposible por hacerla reaccionar. Lend, por su parte, y a petición de Storm, había ido a buscar al brillante equipo médico del acuartelamiento.

Como era de esperar, nada más entrar en la habitación, el médico quiso saber qué había podido llevar a su paciente a desplomarse en el suelo. Enseguida todos se pusieron a dar su versión de los hechos, lo cual solo propició que uno de los enfermeros, quizá el de peor carácter, les enviara al pasillo sin ningún tipo de formalidad. Solo  Alex, Gabriel (por su condición de médico) y Storm, lograron quedarse junto a Luna, aunque este último tuvo que regresar enseguida al comedor, dónde, Shaya tenía serios problemas para mantener a raya a la tropa.

RASSEN 2: SED FRÍOS O CALIENTESWhere stories live. Discover now