CAP.10 NO IMPORTA LO QUE DIGAS

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Era sábado, eso significaba que había pasado casi una semana desde que Luna tuviese su primera noche de chicas. La primera y quizá también la última. La joven estaba sentada en la cama con la mirada clavada en la ventana de su habitación, jugueteando con un frasco de somníferos entre las manos. El sol, el rumor del mar, los gritos de los bañistas y los graznidos de las gaviotas, se filtraron por las rendijas  de la persiana.

Al otro lado de esta, a poco más de cinco metros del porche de los Menounos,  sentado en la acera, Alexander Blake bebía café y murmuraba retazos de sus pensamientos. Desesperado y hundido, sintiéndose miserable, intentaba reunir la fortaleza suficiente como para cruzar la calle e ir a buscarla a “ella”, su rubia triste.  

 El hijo de Eino Blake escondía las ojeras bajo sus gafas de sol negras y la ropa arrugada del día anterior bajo una sudadera raída. El viejo Elis había ahogado una exclamación al verle salir de esa guisa, y se había apurado a ofrecerle un peine para domar su melena revuelta, pero Alexander había rehusado su oferta con una mirada de advertencia. No había tiempo para perder en tonterías como esas cuando llevaba horas despierto, esperando el amanecer.

Mientras el griego intentaba escoger las palabras adecuadas para enfrentar a Luna, Gabriel Vega salió de la nada y entró, feliz y decidido, en una floristería cercana. Un mal presentimiento hizo que Alexander apretara el vaso de papel con fuerza en el puño. El líquido caliente se deslizó por sus manos y goteó sobre sus pantalones, pero él no lo notó.

Ajena a cuanto acontecía en el exterior, Luna devolvió el frasco de pastillas al primer cajón de su mesita de noche e intentó desperezarse con algunos estiramientos de brazos.

Después de la peor de las resacas, la joven había tenido que guardar cama durante varios días, aquejada de una leve infección pulmonar. La fiebre, los temblores y la tos nocturna, la habían dejado hecha polvo, pero las consecuencias de meterse en el mar en plena noche, no habían sido tan molestas como las terribles pesadillas que habían comenzado a mortificarla. Precisamente, aquella mañana, la había despertado una de ellas; había soñado que amamantaba a una criatura muy extraña. Se había visto a sí misma tumbada bocarriba en la tierra, mirando fijamente el cielo nocturno, mientras aquel diminuto ser lloraba inconsolablemente a su lado.

Luna estaba segura de que aquella visión tenebrosa estaba ligada a las confesiones de Anna; la cocinera había ido a visitarla, con la excusa de llevarle algunos de los dibujos que habían hecho sus alumnos para animarla, pero había acabado confesándole sus remordimientos y sus sospechas: antes de correr el riesgo de ahogarse, ella podría haberse estado revolcando con un desconocido en la playa.

La hija adoptiva de Martín Munt sabía que su comportamiento de aquella noche había sido temerario, pero no podía evitar sentirse traicionada por sus amigas. En primer lugar porque, según las propias palabras de Anna, las chicas tardaron demasiado tiempo en decidirse a ir a buscarla, y en segundo lugar, por haber mantenido algo tan importante como aquello en secreto.

— ¿Otra vez soñando despierta con tu macho alfa griego?—se burló su tía Lucía desde el pasillo, abriendo poco más de dos dedos la puerta de su habitación. — ¡Al menos ya no eres una plañidera!

— ¡Por favor tía, no le llames así! ¡Podría oírte el abuelo!—la regañó Luna, invitándola a sentarse junto a ella, dando unas palmaditas sobre la colcha de su cama.

— ¿Cómo te encuentras? Esta noche tampoco has tenido fiebre, y no te he oído llorar, ni lamentarte de tu mala suerte. Supongo que incluso habrá regresado el apetito. Creo que ya va siendo hora de que te levantes de la cama y  te incorpores a la rutina de la casa…—bombardeó la mujer en tono jovial, dejándose caer a su lado.

RASSEN 2: SED FRÍOS O CALIENTESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora