Luna no daba crédito a lo que veían sus ojos. En un principio, la joven había dado por hecho que lo que se acercaba al claro del bosque era una flotilla de helicópteros, tal vez por eso su sorpresa había sido mayúscula cuando, justo antes de que los gigantes la “invitaran” a subir a bordo de uno de ellos, el piloto había apagado las potentes luces que hacían del artefacto una esfera azulada en el cielo, y ella había podido contemplar a placer su verdadera apariencia; nada que hubiera visto antes.
La aeronave tenía forma de punta de flecha, como algunos cazas militares, y a falta de tren de aterrizaje disponía de un cilindro vidrioso en cuyo interior giraba una gran hélice. A Luna le llamó especialmente la atención esta última, en particular su aspecto basto y pesado, como de roca pulida, y su gran similitud con una hélice naval. Aunque, lo más curioso de todo, era que en lugar de revolver el viento aquella cosa lo absorbía, haciendo las veces de gigantesco extractor, y que se sostenía flotando a tres palmos del suelo, sin siquiera rozarlo.
Junto con las luces, el estruendoso girar de los rotores helicoidales, propios de un helicóptero, también había desaparecido, dejando en su lugar un rumor de avispero, y la certeza de que no era más que una grabación difundida por potentísimos altavoces. Al ser consciente de que el aterrizaje conllevaba una estudiada puesta en escena, Luna se sintió aún más confundida e impresionada de lo que ya lo estaba antes, y una serie de preguntas, la mayoría absurdas, comenzaron a inundar su cabeza de arriesgadas conclusiones: ¿Usarían zancos y maquillaje los gigantes? ¿A quién trataban de engañar? ¿A ella y a Iris? ¿A cualquiera que pudiera ser testigo de semejante espectáculo por accidente? Lo único que tenía claro era sus captores no tenían nada que ver con los toscos y vetustos nagá. Los hombres de Winiik Kaan no contaban con semejantes caprichos entre sus posesiones.
Mientras Luna elucubraba febrilmente las más disparatadas explicaciones para lo que estaba ocurriendo, dos de sus secuestradores las equiparon a ella y a la prima de Alexander (aún inconsciente), con pesados cascos, y las sujetaron a sus respectivos asientos con arneses cruzados. En cuanto los gigantes las dejaron a solas, la rubia se sorprendió a sí misma examinando el interior la aeronave con una frialdad impropia de su carácter y de las trágicas circunstancias. Como una niña ante su primera visita al teatro, su mente estaba tan impresionada con el decorado y con la caracterización de los actores, que se empeñaba en transformar el temor en fascinación y curiosidad.
Después de deslizar los dedos por el cristal de su ventanilla; una excentricidad de color fresa y tacto de nácar, cuyos bordes verde oscuro le daban aspecto de gajo de sandía, Luna volvió a prestarle atención a Iris. Se sintió aliviada al comprobar que su compañera de fatigas por fin había abierto los ojos y estaba desperezándose. Bien parecía que acabara de despertar de una placentera siesta.
— ¿Se puede saber dónde estamos? —farfulló, conteniendo un bostezo y mirando a Luna con fijeza. Aunque no esperó su respuesta — ¡Oh! ¡Mierda! ¿Dónde vamos a estar? ¿Es que esos desgraciados de la Interpol no me van a dejar en paz jamás? ¿Por qué llevo puesto un casco? ¿Quién narices me ha ceñido esta cosa alrededor del pecho?
La hija de Munt buscaba las palabras más acertadas para explicarle a Iris lo que había sucedido, sin provocarle con ello un ataque de histeria, pero el regreso de los dos gigantes hizo que se esfumara cualquier pensamiento productivo. Ambas jóvenes se quedaron paralizadas al ver a los dos hombres tomar asiento junto a sus respectivos flancos. Iris incluso dejó escapar un gritito de sorpresa cuando intercambiaron los cascos de sus uniformes militares por los de la aeronave; menos livianos y conectados al techo por sendos tubos de plástico.
Luna, que estaba convencida de que la prima de Alexander tendría una explicación para todo, se sintió desolada al ver una oleada de pánico empalideciendo el rostro de la joven tras haber podido observar las facciones de sus acompañantes. Como rehén, la sensación de total pérdida de control sobre sí misma era mucho más que desoladora, lo único que podía haberla amortiguado era que Iris supiera quiénes eran ellos y por qué estaban allí, pero no había sido el caso…
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RASSEN 2: SED FRÍOS O CALIENTES
Mystery / ThrillerSegunda entrega de la trilogía Rassen.