Eran las tres de la madrugada. Luna le dio la vuelta a la almohada, empapada por las lágrimas, e intentó alejar cualquier pensamiento negativo de su mente, pero no lo consiguió. ¿Cómo conciliar el sueño cuando acaba de enterarse de que estaba embarazada de un desconocido? ¿Cómo cerrar los ojos y olvidar que Alexander dormía a pocos metros de ella?
Aquel día había sido una completa locura, y para colmo la noche tendría que pasarla en Shambala. Aunque lo más absurdo de todo había sido pensar que por unas horas podía escapar de la realidad ¡Solo porque ella se lo propusiera! ¡Menuda ilusa estaba hecha!
Al menos el insomnio le había servido para tomar una decisión respecto a Alexander: no volverían a verse jamás. La mejor manera de demostrar su amor por él sería dejarle marchar.
—Y cuanto antes lo sepa mejor. —Intentó autoconvencerse la joven—Le desencantaré. Le convenceré de que me siento en deuda con Gabriel y me largaré de esta casa. Volveré a España para no regresar, y libraré a los Menounos de sufrir esta vergüenza.
Decidida a cortar el asunto de raíz, Luna salió al pasillo y se dirigió con paso firme al dormitorio de Alexander.
Shambala era tan impresionante como inclasificable. Todo tipo de objetos decorativos, de diferentes épocas y orígenes, convivían en perfecta armonía sobre mesitas de café y estanterías de cristal, dispersas a lo largo del enorme corredor. En el suelo, una interminable alfombra persa, protegía con caricias de seda las baldosas de mosaico hidráulico e inspiración gaudiana, mientras que en la pared, viejos pósters enmarcados art déco, destacaban entre un sinfín de fotos familiares de los actuales y antiguos moradores de la casa. Luna relajó el paso para echarles un vistazo.
Cuando observaba detenidamente una fotografía en la que un diminuto Alexander posaba junto a otros niños, sosteniendo un barquito de papel entre las manos, la joven creyó percibir un movimiento a su espalda. Se giró rápidamente, pero al no ver nada extraño, siguió caminando y contemplando las curiosas imágenes a cada paso. Cuál no sería su espanto al percibir con total claridad cómo, a pocos centímetros de su cara, uno de los marcos de fotos se giraba por sí solo, muy, muy despacio, hasta invertir totalmente su posición. En él, Alexander y los que debían ser sus primos, posaban sonrientes delante de la fachada de una gran casa de campo.
Luna se apartó de la pared como si quemara. Lo que menos necesitaba en ese momento era perder el control sobre sí misma, era un lujo que no se podía permitir. Decidida a hacer caso omiso a sus demonios, reanudó el paso sin mirar atrás, sin saber que lo peor la esperaba al frente:
— ¡Volver a casa! ¡A casa! —susurró la siniestra voz infantil, que tan bien conocía, entre musicales y espeluznantes risitas. Imposible localizar su origen, imposible no distinguir los bucles rubios en la nebulosa dorada que cruzó a lo ancho el pasillo, burlando las paredes. Al parecer su pequeño "yo" no estaba dispuesto a perderse la visita a Shambala.
Luna aspiró hondo y se centró en llegar hasta la habitación de Alexander. Si el griego no le había mentido, apenas si le separaban ya un par de metros de su objetivo.
Pero sus acosadores no iban a rendirse tan fácilmente; el crujir de la madera de los marcos, el tintinear de los cristales, el susurro del roce de las traseras cubiertas de terciopelo sobre el papel de la pared, y cristalinas gotas de agua descendiendo desde algún lugar del techo hasta el suelo; a medida que ella avanzaba, lo que fuera que estaba provocando aquello, reclamaba su atención con mayor intensidad. El corazón iba a salírsele del pecho de un momento a otro, ya casi no podía respirar, tampoco contener las incipientes naúseas.
Cuando las fotografías saltaron de la pared, y se apilaron una sobre otra en mitad del pasillo, justo delante de sus pies, Luna ni siquiera pudo gritar. Su única reacción fue taparse la cara con las manos.
ESTÁS LEYENDO
RASSEN 2: SED FRÍOS O CALIENTES
Mystery / ThrillerSegunda entrega de la trilogía Rassen.