Lublin

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CAILI

El paisaje que me recibe, aprieta mi garganta—el entorno es tristemente inhóspito— conforme la tierra cruje bajo mis converse al adéntreme en la aldea Motycz de Lublin.

El lugar parece más un desierto, que una pequeña villa donde viven decenas de familias. Una densa neblina vuelve casi imposible respirar con facilidad, y lo poco que me permito respirar, huele terrible. El hedor a putrefacción que proviene del ganado perdido por causas desconocidas, es imposible de ignorar. Algunos hombres cavan pozos en el suelo repentinamente árido, en un intento de solucionar el problema, haciendo fosas para los animales, mismos que cubren con cal, para tapar el olor.

—Los Pawłowski lo perdieron todo—dice el padre—y no me refiero solo al ganado o a sus bastas cosechas.

Por el suspiro que retiene al pasar frente a una casa de la que sospecho, pertenece a los Pawłowski, hace que se me erice la piel, temiendo por la forma en que terminará la frase.

—¿niños?—asiente con genuino pesar—dios, detesto que halla niños involucrados de por medio.
—por desgracia, no nos quedan muchos niños en el pueblo.

No quedan ni niños, ni personas por lo que puedo ver al pasar por el camino que nos lleva a la parroquia. Hay muchas casa con ventanas bloqueadas con maderas, otras ennegrecidas, como si no hace mucho tiempo hubieran sido incineradas hasta los cimientos. En las casas que aun parecen estar habitadas, tienen múltiples cruces clavadas en los jardines delanteros, mismas que evito leer al percatarme que en las tablas, se alcanzan a leer los nombres de los familiares que ya han perdido.

—¿dices que el clero no ha hecho nada al respecto?
—ni siquiera se molestaron en tomar una de mis cientos de llamadas de auxilio—aprieta la mandíbula—como puede ver, somos una minoría sin importancia para los "altos mandos" del cristianismo.

Mi tío siempre me ha dicho que la religión tiene defectos, pero solo porque los hombres tienen defectos. No generalizo la vocación de todos los feligreses al rededor del mundo, ¡pero joder! aceptémoslo, de cien personas con los medios suficientes como para ayudar a los demás, si acaso una o dos, son los que están realmente dispuestas hacer algo.
Para la suerte de los habitantes de este lugar, la persona lo suficiente comprometida y desesperada por ayudarlos, es precisamente el nephil que me acompaña.

—debiste llamarnos cuando esto comenzó.
—llame a los ancianos—frunce el ceño—pero ellos dijeron que no podían hacer nada, si el daño ya estaba hecho.

<<No sé porque no me sorprende.>>
Me reservo el comentario de la forma que tienen los ancianos de hacer las cosas. Se supone que el consejo se fundó para acudir al llamado de cualquier nephil que necesite ayuda.

—mi señora—me detengo descubriendo que me he ido de paso—es aquí.

La pequeña y modesta parroquia no es precisamente lo que me imaginaba—está tan deteriorada que me preocupa que el techo se les venga encima— aún así, lo sigo al interior poniendo todo de mi parte para no soltar algún cometario que se malinterprete.

—de antemano me disculpo—vacila inquieto— sé que no es precisamente el lugar más lujoso donde usted ha estado, pero le aseguro que....
—es perfecto—lo calmo poniendo una de mis manos en su hombro—ahora, porque no me lleva con eso niños y enfermos....por desgracia el tiempo corre, y por lo que veo, no es a nuestro favor.
—si mi señora—me indica el camino—es por aquí.

En su momento, venir aquí por mi cuenta me pareció una estupenda idea. Ahora viendo el panorama completo, me siento terrible. Con esta condición que mantengo gracias a la reciente intervención de los ancianos, me temo que no le seré de mucha ayuda a esta pobre gente.

La rebelión de los caídos 2  El ángel de la muerteWhere stories live. Discover now