6: Visita

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Tu día termina como muchos otros y estás preparándote para dormir.

Hay demasiado en tu cabeza, como de costumbre, y piensas en decenas de cosas que tienes que arreglar, resolver, realizar...

La rutina; la vida, a veces exigen demasiado.

Pero en el fondo sabes que hay otro motivo por el que tu mente está más activa de lo normal. Hay algo, una cosa importante que te aseguras de olvidar, que quieres enterrar en tu memoria; enviar al subconsciente y saturar tu consciente para que no llegue volando hasta a ti, porque sabes lo que significa. Sabes lo que hará con tu ánimo y con tu vida y se supone que los adultos ya no lloran por cualquier cosa.

Y parece que lo logras. Llegas al final, esperando poner tu cabeza en tu almohada como un corredor anhela cortar la línea de meta, quieres lograrlo. Es más, lo necesitas.

Entonces es cuando pasa.

Un roce, una caricia como del mismo viento, llena de calidez, de suavidad.

Te paralizas.

No hay nadie contigo, lo sabes muy bien y, aun así, buscas entre las mantas, entre toda la cama a quien pudiera haberse colado para perturbar tu paz.

Pero bien sabes la respuesta. Lo sabes porque es un día especial y aunque has tratado de evadirlo, aunque has estado tan cerca de lograrlo, no puedes hacerlo y una parte de ti tampoco quiere olvidarlo porque sabe que es el principio del fin.

¿Si no puedes recordarlo entonces qué queda de humanidad en ti? ¿Qué queda de bondad si te privas de las memorias? ¿Qué queda de ese alguien que se marchó y te negabas a recordar?

En el fondo sabes de quién es esa caricia, sabes por qué está aquí y la emoción, la culpa, la tristeza... Todo. Todo te invade el pecho con fuerza y sientes un nudo en la garganta.

Se suponía que este año sería diferente, que este año no llorarías. Te lo habías prometido luego de tantos, luego de haber llorado tanto que creíste que te quedarías sin lágrimas y aquí estás otra vez, con los ojos inundados de recuerdos que no van a volver, del lacerante dolor de la pérdida que parece no haber envejecido ni un solo día.

Por un lado, lo odias, pero por el otro, también lo agradeces. Puedes sentir algo todavía. Aún está ahí. No ha desaparecido con el tiempo como decenas de cosas importantes. Las memorias no se han deslavado con el paso de los días como se deslavan las rocas de la costa con el paso de las olas. Tus miedos no se han hecho realidad. No lo has olvidado.

Esa caricia te recordó su calor, la textura de su piel, de su pelo. Todo está ahí como si nunca se hubiera ido y te desmoronas como el día que supiste que jamás iba a regresar.

Duele. Punza. Corta. Habías olvidado la sensación, habías querido olvidarla, pero es imposible. Está contigo para siempre como esa urna, como esos recuerdos, como esos regalos que no volverán.

Es el amor que le tuviste, que aún le tienes, aunque muchos días prefieras olvidarlo. Son las flores que ocasionalmente compras; son las veces que te encuentras con la mirada perdida en el pasado.

Es parte de ti, es tu amor y es tu dolor. Es la pérdida que se queda contigo, el anhelo por algo que no va a volver.

Pero que lo hace. Que vuelve, que te visita como el día de hoy y aunque duela, aunque parezca que siempre será así, tienes que reconocer que hoy duele un poquito menos. Hoy estás mejor. Hoy recibiste su visita como una caricia vívida. Hoy está contigo. No como quisieras, no como antes, no como nunca... pero lo está. Está y sabes que eso basta.

No solo basta, vale la pena.

Te llena de amor por dentro y antes de dormir, te sientes feliz de no haber evitado la fecha, te sientes feliz de poder sentir algo por esa pérdida una vez más y te sientes feliz por una visita más.

Esperando que, el siguiente año, también pueda volver a ti.

Bajo TierraWhere stories live. Discover now