10: Dalías

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Recorrí con los ojos y luego con la punta de mis dedos, la violencia marcada a fuego en su cuerpo. Una violencia fría y oscura que amenazaba con quedarse para siempre en mi piel, quemando cada traza de mi deseo por ella y reemplazándolo por una infinita tristeza.

No era más el cuerpo perfecto que todos decían, el que todos se peleaban a sus espaldas por poseer, como si fuésemos los únicos capaces de decidirlo. No. Seguía siendo perfecta a su manera, seguía siendo la mejor escultura de arte griego que hubiese tenido la fortuna de contemplar, pero ya no era únicamente la chica más guapa que habíamos deseado tener y que fantaseábamos con que amaneciese a nuestro lado.

Al menos no para mí.

Ahora me inundaba un nuevo tipo de deseo, uno salido del pozo de tristeza que había comenzado a llenarse en mi pecho con cada minuto que podía compartir con ella: ojalá amaneciera a mi lado todos los días, viva, tranquila, segura y feliz.

Ojalá pudiese caminar libre por las calles y por los pasillos, seguida del más puro sol, de la más enigmática luna y de la purificadora lluvia sin tener que esconder sus cicatrices, sin vivir con el miedo de conseguir más.

Ojalá no hubiese nacido aquí, donde estaba tan vulnerable, como una preciosa Dalia al lado de la más salvaje carretera, donde todos los transeúntes se detuviesen a observarla y, enseguida, sintiesen el animal deseo de arrancarla, de llevársela para que nadie más pudiese admirarla, para que ella no pudiese seguir creciendo.

Pero había nacido aquí, en nuestro país, donde a sus diecinueve años ya habían intentado arrancarla decenas de veces, donde las preciosas Dalias solo podían sobrevivir si eran escondidas y apartadas del mundo por los jardineros. Un país donde todas las flores crecían en invernaderos o escondidas entre metros y metros de maleza, para estar lejos de nosotros y nuestras egoístas manos que no dudaban en arrancar alguna flor cuando lograban encontrarla, sin entender su belleza, su deseo y su derecho de vivir.

¿Por qué hacíamos eso? No lo sabía. ¿Por qué nadie había detenido nuestras manos cuando se acercaban a una flor sin el más mínimo derecho? No lo entendía, pero por fin comprendía cuántos jardines arrasábamos al año.

Y ahora, solo puedo preguntarme, ¿por qué tardé tanto en darme cuenta? ¿Por qué tardamos tanto en descubrir que estamos matando a todos nuestros bellos y maravillosos jardines?

Bajo TierraOnde histórias criam vida. Descubra agora