8: Días

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Tu alarma suena como cada mañana, arrancándote del mundo de los sueños casi con violencia.

Ves la hora y sabes que no puedes posponerla ni un minuto más a menos de que quieras llegar tarde y empezar mal el día, así que te pones de pie con resignación, arreglándote en la misma rutina de cada día, sin despertar del todo todavía.

Pasas frente a la televisión más de una vez, suponiendo que alguien la ha encendido o que tal vez olvidaste apagarla antes de dormir, no lo sabes y en este momento no es una de tus preocupaciones inmediatas.

Puedes ver las brillantes imágenes del canal de noticias creando un conjunto de curiosas sombras sobre tu pared. El aparato no emite ningún sonido, dejándote admirar únicamente el cintillo de noticias que no parecen lo suficientemente importantes para mencionarlas y mientras terminas de alistarte, alcanzas a leer algunas:

Una empresa famosa parece estar en problemas tras años de haber despedido a sus trabajadores de forma injustificada, pero la forma de redactar y transmitir aquella noticia te hace saber que seguramente será olvidada antes de llegar a algo.

Por un momento te pasa por la cabeza una situación similar. Ya no recuerdas a quién le pasó exactamente, pero la empresa había ganado y los trabajadores habían perdido, quedándose sin nada.

Dejas salir un suspiro decepcionado. No deja de ser más de lo mismo. Sin embargo, algo en tu cabeza te hace pedir a nadie en particular que aquello no termine de la misma forma; te hace desear que las personas en esa noticia no pierdan la batalla contra el sistema en el que todos viven y, sin ánimos de leer más de las tragedias diarias, apagas la televisión y sales de tu casa.

El frío te hace temblar, pero lo ignoras y mientras sigues el diario camino para llegar al transporte público, consideras la idea de ponerte tus audífonos para aislar el ruido que te rodea y que poco te importa, pero terminas por desistir al recordar que hace unos días escuchaste de un asalto terrible que dejó a un par de personas muertas, y como no quieres ser una de esas, optas por mantener tus pertenencias lejos de la vista, aferrándolas con fuerza contra ti en cuanto te ves rodeado de gente.

Vas con tiempo y eso te alivia, pero al no llevar música, el ruido te distrae demasiado para poder aprovechar y obtener unos minutos más de sueño y aunque te aferras a mirar por la ventana al paisaje de todos los días, no consigues aislarte del mundo como otras veces.

Es entonces cuando escuchas un murmullo cerca de ti, la voz de un hombre hablando con alguien más. No distingues del todo las palabras, pero el tono es amenazador a tal grado que te hace voltear disimuladamente para saber exactamente qué sucede.

Notas que más gente ha seguido tu ejemplo, mirando con diferentes expresiones que van desde la extrañeza hasta el horror a la pareja que discute. O más bien, al hombre que habla a la pequeña mujer a su lado en un tono en el que ni siquiera en una discusión has tenido el valor de usar.

La observas con atención, encogida contra la pared, con la piel ligeramente enrojecida y los ojos vidriosos. Sabes que va a llorar o que apenas ha terminado de hacerlo y sientes una sensación extraña en el pecho.

Las palabras toman claridad ahora que has prestado atención y lo escuchas pasar de las amenazas a los cumplidos, diciéndole cuánto la ama, cuán importante es para él y cómo no va a dejarla nunca. El hombre sigue hablando, ajeno a que es el centro de atención de la gente que, como tú, se encontraba allí por casualidad y lo escuchas llenando a la muchacha de cumplidos que sabes que son mentiras, unas mentiras que te resultan incómodas de escuchar incluso a ti y te preguntas por qué ella no se mueve.

Aléjate de él, di algo, ruegas en silencio a la muchacha, buscando así la excusa perfecta para intervenir, pero ella está demasiado concentrada en el gigantesco hombre frente a ella como para hacerte caso y, cuando él se acerca a besarla, ella no se resiste, consiguiendo que más de uno haga una mueca.

Bajo TierraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora