12: Efímero

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El pequeño y perfecto brote lleno de vida yace entre tus manos, convirtiéndolas en una plegaria silenciosa que no eres capaz de pronunciar todavía, momentáneamente cautivado con la belleza de la hermosa flor tan dorada y redonda como un sol, que se mece con el viento de finales de octubre.

Tus botas de trabajo rompen las duras piedrecitas del suelo bajo tus pies, seco ahora que la época de lluvias se ha terminado y, a tu alrededor, el sonido de los motores, las ruedas contra el asfalto y las ocasionales bocinas que el tráfico provoca, son todo lo que puedes escuchar.

Echas un vistazo a la amplia superficie de tierra que tus compañeros recorren ahora, calculando cuántas de esas preciosas flores necesitarán bajar de la camioneta para dar por concluido el día y alejarse en busca de la central para recibir su paga.

Ya que tu trabajo no es ese, te inclinas a un lado del camellón, bajando la pequeña e indefensa planta y buscando una pala de jardinería en tu cinturón para comenzar a cavarle un nuevo hogar a esa preciosura de la naturaleza.

Te cuesta trabajo. La tierra suelta es dura y aquella que cubre el camellón lo es más, casi como si se tratara de concreto. Terminas sudando en cuestión de minutos, sabiendo que te espera un largo día plantando en ese duro terreno.

Tomas por fin la pequeña planta y la depositas con cuidado en su nuevo hogar. Suspiras, queriendo, por un momento, saber más de jardinería. Tener al menos una idea del tipo de planta que estás poniendo, del suelo que necesita y de la cantidad de agua que debes agregar. Pero no lo sabes. Nunca en tu vida has estado cerca de un jardín. De hecho, detestas la tierra y la forma en la que se adhiere a tus gruesos guantes de jardinero.

Una compañera pone frente a ti una nueva y preciosa flor, inclinándose a tu lado para imitarte, cavando un surco para depositar la viva y hermosa planta que todavía sostiene contra su pecho con su mano libre.

Murmuras un agradecimiento vacío. No estás dispuesto a hacer amigos. Ni siquiera estabas dispuesto a tomar ese trabajo, pero te despidieron del anterior y no fuiste lo suficientemente asertivo como para conseguir una liquidación que alcanzara para pagar todas tus cuentas mientras buscabas cómodamente algo de tu profesión.

Contienes un nuevo suspiro, concentrando tu ira en la tierra frente a ti y cavando un hueco nuevo sin tanto esfuerzo como el anterior. Bien. Estás aprendiendo un poco más cada vez.

Dejas la flor dorada, la cubres de tierra y añades agua. Repites y repites otra vez, más furioso con la tierra con cada nueva planta. Te enfureces con el sol por ser tan fuerte cuando ya es otoño. También te enfureces con tu antiguo jefe por no haberte elegido a ti a pesar de saber que hacías un buen trabajo, mejor que el de muchos. Antes de darte cuenta estás enojado con el gobierno por no haberte dado equipo para el sol y terminas enojándote contigo mismo por no haber llevado bloqueador como tu familia te lo sugirió. Te maldices por tener deudas, por haberte casado joven, por haber abandonado la universidad, por no haber ahorrado más...

Al menos hasta que tu furia saca una raíz muerta de una antigua planta y eres otra vez tú mismo, preocupado por lo que acabas de hacer, hasta descubrir que la raíz está tan seca como la tierra blanca, dura y arenosa que recubre toda el área.

Te detienes un momento, mirando cómo tus compañeros reemplazan todas las raíces muertas por nuevas flores y plantas para que la gente que pasa por allí rumbo a sus casas, escuelas y trabajos, tengan algo bello que mirar que les recuerde la festividad más famosa de la temporada.

La raíz seca en tus guantes casi parece desintegrarse de lo muerta que está y no puedes tolerar seguirla cargando, así que la avientas lejos de ti, tratando de pensar qué planta sería antes de tener ese destino.

Por fin lo recuerdas: una azucena de lluvia, un regalo para tu vista cuando todavía podías darte el lujo de usar tu auto para pasar por allí, rumbo al trabajo que ya no tienes.

Por un instante te preguntas por qué todas esas azucenas se han marchitado cuando la humedad disminuyó, pues en tu pueblo natal eso nunca pasó.

Pero te rindes pronto. Has llegado a tu límite. Estás cansado de engañarte. Esas flores habían sido puestas allí a propósito, apenas un par de semanas antes. Plantadas a propósito en ese suelo caliente, seco y muerto en el que no podrá sobrevivir nada, en el que el pasto ni siquiera crece en la mejor época del año.

Vuelves a trabajar. Cavas, entierras, riegas y repites.

La tierra está muerta y todo lo que sea plantado allí, perecerá tarde o temprano.

Haces un hoyo, dejas la nueva planta, riegas y repites.

Dejas de engañarte con el resto y admites la verdad, por mucho que te cueste hacerlo aún en tu mente: sabías que tarde o temprano despedirían a alguien, pero no peleaste por el puesto. Creíste que estabas seguro luego de tantos años trabajando para la misma compañía, así justificabas los últimos meses con bajo rendimiento, pensando que el trabajo anterior sería suficiente para que te mantuvieran allí, que tus conocidos y la fama que habías hecho sería suficiente para que mantuvieras la comodidad del estilo de vida al que te habías acostumbrado con los años. Cuán equivocado estabas, cuán ciego habías sido.

Cavas, plantas, agregas agua y repites.

Te casaste joven porque estabas enamorado. Crees que todavía lo estás. Amas a tu esposa, a tus hijos y es por eso que decidiste endeudarte, es por eso que aceptaste este trabajo y renunciaste a las comodidades que podrías haber obtenido de esperar al menos un mes más. No ibas a desampararlos. No te atreverías a hacerle eso a tu familia luego de escuchar decenas de historias como esa. Luego de haber venido de una historia como esa.

Volteas en busca de más flores, pero te has quedado sin ellas, así que te levantas, sacudiendo las piedrecitas que se adhirieron a tu uniforme con una renovada esperanza y firmeza. Harás lo necesario por tu familia y tienes derecho de sentirte orgulloso de eso. Sigues peleando luego de haberte caído con la roca del conformismo y la comodidad. Fue tu culpa, pero no te has rendido y eso es algo que debes admirar, algo que reconocerte.

Enderezas la espalda en tu camino a la camioneta, tomando la flor más bonita que queda y por fin, te permites alzar tu plegaria, sabiendo que estás haciendo lo correcto.

Por favor, hermoso Cempasúchil, haz honor a tu nombre como flor de los muertos y déjame llevarte a este páramo seco a encontrar tu muerte.

Por favor, hermoso Cempasúchil, sécate pronto y marchítate exageradamente hasta que no quede nada de ti, ni una raíz, ni un pétalo, ni una hoja.

Marchítate, repites mientras la rodeas de esa gruesa arena que parece más grava que tierra, por favor hazlo, porque si lo haces, entonces volverán a marcarme para que decore los alrededores de la ciudad; ese sitio que encierra la muerte bajo el asfalto, el hambre detrás de las paredes para que nadie más pueda verlas y el olor de la monotonía y la tristeza con las flores festivas que se empeñan en plantar en suelos imposibles de reanimar.

Por favor, sécate pronto, para que no sea mi futuro el que tenga que secarse y pueda tener una moneda a cambio de tu efímera vida, con la cual mantener la mía.

Bajo TierraWhere stories live. Discover now