Todo en la vida es temporal.

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Cuando digo que "todo en la vida es temporal" es porque, realmente, TODO es temporal. Todo. 

Quizás suena pesimista si nos sumergimos en la idea de que hasta la felicidad, ese bonito estado que constantemente cada uno está buscando, es temporal pero, bien, necesito que lo mires desde otro punto.Cada uno de nosotros tiene un sentimiento base en este momento. ¿Puedes sentirlo? Si cierras tus ojos y buscas muy dentro de ti... ¿Puedes identificarlo? ¿Lo hiciste? ¡Perfecto! Continuemos. Ese sentimiento "base" del que estoy hablando es algo básico -dada la redundancia-. Felicidad, tristeza, miedo o tranquilidad, pero sobre aquella base hay otros sentimientos y, específicamente hablando, son esos los "temporales". Vuelve a hacer el ejercicio de cerrar los ojos y reconocer cada uno de ellos, nómbralos en voz alta porque, aunque no lo creas, la creencia de que los demonios salen a la luz al decir sus nombres proviene del planteamiento de que al nombrar nuestros sentimientos, estos afloran instantáneamente. Quizás, sobre ese sentimiento base tienes una mezcla de otros sentimientos, buenos o malos, pero que de aquí a un tiempo más dejarán de existir. Esa preocupación por tus calificaciones, esa emoción porque tu amor platónico te miró. Son temporales porque pueden desaparecer o porque pueden perdurar hasta convertirse en un sentimiento base. ¿Confuso? Lo lamento, no encuentro una manera mejor de explicarlo. La tristeza pasa, el miedo se enfrenta, la felicidad se vive y la tranquilidad se disfruta porque, en cualquier momento, la vida te puede sorprender y dar vuelta el panorama.Pero tranquilo, el mundo siempre está dando vueltas y nosotros somos unos pasajeros más de ésta hermosa rueda de la fortuna que a veces nos deja en lo más alto, otras en lo más bajo, siempre con la intención de hacernos aprender y crecer como personas. Disfruta y agradece, aunque la vida no sea sólo una. No todos tienen la suerte de recordar lo que vivieron en sus vidas anteriores. 



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Recordatorio: Cuando el texto está en cursiva es porque se trata de un recuerdo. 
Advertencia: El capítulo puede tener algunas partes demasiado descriptivas sobre "asesinatos"; leer bajo su propia responsabilidad. 




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Sintiéndose agotado, YoonOh suspiró y se dejó caer en la húmeda tierra a sus pies. Cada músculo de los brazos le dolía, sus hombros estaban tensos, sus abdominales quemaban y sus muslos reclamaban por el esfuerzo de llevar tantas horas practicando. Pero, ¿qué más podía hacer? Tenía que estar a la altura del hermanito de Leviatán si deseaba ganarse su lugar en el infierno. Ésto ni siquiera se trataba de ganarse el trono, sólo de poder vivir en paz en medio de todos los demonios; a diferencia de cómo había sido en el cielo.

Con el sudor aferrándole la camiseta al cuerpo, dejó sus espadas en el suelo y cerró los ojos. Su cabeza apoyada en el grueso tronco tras él.
YoonOh sonrió. De los pocos lugares que conocía del infierno a pesar de todos los años que llevaba allí, éste era su favorito. El bosque de los enamorados o, también llamado "el rincón de los amantes", era en realidad un lugar terrorífico.
Lleno de altos árboles tan antiguos como la humanidad misma, dicho bosque era rodeado por una densa niebla negruzca que impedía que personas no gratas entrasen al lugar. YoonOh no podría decir con seguridad quién catalogaba a unos y a otros como gratos o no gratos, por un momento sospechó que se trataba de Lucifer y Leviatán porque, después de todo, el bosque había adquirido aquel nombre debido a que los rumores decían que allí comenzó el amor de ambos demonios una vez que Lucifer quedó viudo de Lilith, pero ambos demonios negaban aquello, diciendo que era la voluntad del bosque mismo. Él, por su parte, siempre pudo entrar sin problema; de más está decir que omitía completamente dicha información alrededor de los otros demonios que conocía porque, hasta donde sabía, sólo Leviatán y Lucifer podían entrar. Ni siquiera JongIn -el segundo hermano de Leviatán- o ChanYeol -el nieto de Lucifer- tenían la suerte que él tenía.


Así que, en pocas palabras, era su lugar seguro.

YoonOh disfrutaba yendo a practicar a ese lugar. Amaba la humedad del bosque y que, a pesar de lo tétrico que lucía desde afuera, siempre estuviera iluminado con una luna propia. Luna tan brillante sin importar su estado; menguante, creciente, llena.

El infierno era así, lleno de lugares extraños, con su propia ambientación. Lejos de lo que cualquiera se pudiera imaginar, era un lugar muy frío, por lo que constantemente usaban el fuego para mantenerse cálidos. Fuego que estaba completamente ligado a los tres ignis alas que allí residían: Lucifer, Leviatán y Satanás.

Peinando su cabello hacia atrás con ambas manos, YoonOh soltó una maldición entre dientes. Cristo, ¿cómo era posible que hasta hacer algo tan sencillo como peinar su cabello doliera a ese nivel? Quizás sí se había pasado con la práctica.

El recuerdo de la última golpiza que le dio TaeYong le gritó que no, que no se había pasado con la práctica.

Sacando la cuenta, YoonOh llevaba catorce años viviendo en el infierno. Llegó allí en pésimas condiciones a sus tres años, huyendo del Cielo. Lucifer no dudó en tomarlo bajo su cuidado apenas lo vio, pero lo mantuvo escondido en uno de los círculos menos habitado, el círculo de la avaricia, hasta que fue capaz de controlar del todo el fuego en sus venas.
¿Quién diría que dicho trabajo le iba a tomar trece años? Una eternidad para un chico como él. Claro, no podía quejarse, Lucifer, Leviatán, ChanYeol, JongIn y Key siempre estuvieron para él, nunca lo dejaron solo además de que siempre le enseñaron muchas cosas. Lo trataban como a un príncipe, a diferencia de cómo era en el Cielo, donde se sentía más como la peor basura existente.
Y una vez fue capaz de esconder el fuego de su herencia como ignis alas, lo hicieron pasar como uno de los representantes de los círculos del infierno que competirían por el trono. Cosa que él nunca quiso, pero Lucifer le convenció que, de aquel modo, al menos podría moverse por el infierno sin ser mirado extraño por no tener una "estirpe conocida". En el infierno todos se conocen más o menos.


Ahora, él era el protegido de Lucifer porque, supuestamente, es el hijo de una gran amiga de Lilith.

YoonOh no quiso indagar más en la mentira. No se consideraba muy bueno mintiendo.

Lo bueno de todo aquello fue que nadie le dijo nada por aparecer de pronto y entrar en la competencia, en donde no sólo se medía la fuerza y el control del poder de las sombras, sino que también el conocimiento sobre las criaturas del submundo, de los estatus en el Cielo, en el Infierno y en la Tierra. Y allí, en medio de una competencia de fuerza -donde él iba ganando, maldita sea- conoció a TaeYong. El hermano menor de Leviatán que representaba a la Lujuria y que le pateó el trasero en cuestión de segundos. Situación que se repitió durante todo ese año de práctica.

YoonOh bufó una sonrisa amarga. TaeYong lo sacaba de sus casillas. El hermano menor de Leviatán no era más que un chico larguirucho de facciones demasiado bonitas a pesar de ser hombre, con una mirada fría, lengua ácida y fuerza descomunal. El muy maldito tenía un control impresionante de las sombras, y ni hablar de su agilidad; se movía con la misma rapidez y agilidad de un felino. Elegante, suave y mortal. ¿Y para qué hablar de su cabeza? El maldito también poseía una inteligencia que le ponía los nervios de punta.

La verdad sea dicha, a él no le importaba el trono, pero odiaba que TaeYong le diera en el orgullo, derrotándolo sin borrar la sonrisa en su rostro y el brillo malicioso en sus enormes ojos negros.

—Idiota.

Murmuró YoonOh para sí mismo. Se estaba hundiendo en pensamientos que no debería abordar y, lo mejor que podía hacer para eso, era practicar.

De un salto se puso de pie, obviando el dolor de sus músculos antes de tomar sus espadas.

Si fuera capaz de liberar el fuego de sus venas sería tanto o más fuerte que TaeYong.

Ese simple pensamiento le llevó a sentir sus alas arder.

Quería tanto dejarlas libres por un momento.

Humedeciendo sus labios, YoonOh tomó una profunda respiración. En el infierno, los únicos que tenían sus alas intactas eran Lucifer y él.

Quizás podría...

YoonOh sacudió la cabeza. Si dejaba sus alas libres, aunque sea por un momento, usaría demasiada energía después para esconderlas, y dudaba que su cuerpo lo fuera a soportar. Así que lo mejor que pudo hacer fue liberar sólo una parte de su poder.

Un poquito de fuego no le haría daño a nadie, ¿verdad?

Fue bastante sencillo liberar algo de su naturaleza. Le tomó un simple susurro en la lengua del Cielo para que el calor cosquilleara bajo su piel. Pequeños destellos de fuego saltaron en la punta de sus dedos.

YoonOh sonrió.

Sólo unos minutitos.

Tomando posición, YoonOh se dejó llevar por la agradable sensación que recorría su cuerpo. Poco a poco las sombras ondearon a su alrededor, mezclándose con el fuego que lucía como estrellas en medio de la oscuridad. Calor y frío en igual medida, danzando por todo su cuerpo, rodeándolo.

Rey del Infierno. [JaeYong]Where stories live. Discover now