Capítulo uno

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     El frío de la noche sacude las cortinas de la ventana, luego se posa en el centro de la habitación y después invade los cuerpos de las jóvenes durmientes, quiénes en un intento por abrigarse, se colocan las sabanas hasta el cuello. Julia, por un lado, no podía dormir, Mérida, por el otro, estaba haciendo el esfuerzo, y Lara, ubicada entre la inconciencia y la atención, se sienta con rapidez al escuchar el alarido proveniente de la planta baja.

     Las tres lo conocían bien, y hubiesen deseado que un momento así se hubiera ocultado, pero los ataques que embargaban a Peter no tenían esa característica. Durante unos segundos, las amigas se miran entre ellas, se analizan, pero no tardan en desesperarse, saltar de las camas y correr escaleras abajo para ver de qué forma podían ayudar. Chelsea, quien minutos antes se había levantado para ir al sanitario, también estaba ahí, solo que, en esta ocasión, permanecía arrodillada al lado del chico. Quizás podría contribuir, o tal vez no.

—¿Desde hace cuánto esta así?— pregunta Lara al acercarse.

—Unos diez minutos, creo— le responde Joen con preocupación—. ¿Qué rayos le sucede?

—¿Tienen un cojín pequeño o algo así? Uno que se fácil de apretar-

—Sospecho que mi padre tiene uno de esos en su oficina. En seguida vuelvo.

     Él se pierde en medio de la oscuridad, y Lara, agradecida con el apoyo que estaba ofreciendo, sonríe para sus adentros. La sala se mantenía con las luces apagadas, con un par de colchas esparcidas por el suelo y con las persianas un tanto cerradas, aunque lo suficientemente abiertas como para que un poco de aire fuera inhalado por Peter.

     El joven, con las piernas muy cerca del pecho y la cara llena de sudor, trataba de controlar la corriente que iba y venía de sus pulmones, el temblor que sacudía sus manos y las náuseas que no paraban de recorrer su garganta. ¿Por qué tenía que pasarle eso estando fuera de su planeta? Con cansancio, Peter deja que su espalda choque contra la pared, y observando la textura del techo, se moja los labios.

—Recuerda las palabras de tu siquiatra— empieza la blanquecina al estar junto a él.

—No sé cuál es el detonador, y eso me molesta— susurra el chico palideciendo.

—Puedes encontrarlo, yo sé que sí.

—No me tengas tanta fe.

—Tente paciencia, Pet: no es bueno retener las sensaciones negativas— opina Julia de brazos cruzados.

—Tú y yo lo sabemos muy bien, ¿no es así?

     La castaña le lanza una sonrisa nerviosa, y sin querer, logra contagiársela a su amigo. No lo sacaban a resaltar tantas veces, pero ellos dos habían vivido sucesos que llevaban marcados en sus memorias, en sus corazones; eventos que los había dejado como una flor marchita. Y fueron en esos momentos de devastación cuando consiguieron ver una cosa: no podías juzgar a alguien sin analizar su contexto, y la razón más simple era porque no conocías a la persona, ni su vida ni nada que tuviera que ver con ella.

     Unos pies descalzos hacen presencia en lo alto de los escalones, y bajándolos de dos en dos, Joen termina por acercarse a Lara y le entrega lo que le había solicitado. Ella asiente en forma de agradecimiento, después le entrega el pequeño cojín a su amigo y todos se mantienen ahí, junto a él, haciéndole compañía.

—¿Recuerdan cuando pintábamos con los dedos en el jardín de niños?— murmura Mérida con la mirada un tanto pérdida—. Fue un día muy desastroso.

—No tanto: la guerra de colores resulto épica.

—Lo dices como consuelo, Pet: yo solo recuerdo que mi vestido quedo hecho trizas.

Luna de Fuego [Saga Moons #3] {➖}Where stories live. Discover now