Abismo

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Más allá de ciudad Brújula, sobrevolando las montañas de Calx, atravesando el infame bosque de Toru y sobre las minas de gravedad invertida, en las islas flotantes de los elfos negros un ópalo de fuego había sido hallado. Dentro de él se desarrollaba la criatura devoradora de almas, aquella que en las aldeas de Ceniza conocían como el Vacío, y los humanos la llamaban Serpiente Boreal. Un ente que se registró con tinta desde el comienzo de la nueva era, cargada de guerras y conquistas, era descrito como un ser extremadamente bello, variopinto, alargado, de cuerpo traslúcido, volador sin alas, dios de tormentas y que desaparecía tras arrasar con todo. Cuando una Serpiente Boreal se extinguía, lo único que quedaba de ella eran sus ojos, los ópalos, pero hallarlos era cosa difícil, pues volaban tan alto y con tanta rapidez que podían caer en cualquier lugar. Y para engendrar un Vacío, a una Serpiente, se requerían ambos ojos.

Me gustaría contar en dónde estoy y porqué hago esto. No lo haré, sería adelantarme a situaciones increíblemente fantásticas, como la última vez que se invocó al Vacío, evento que provocó la caída de grandes reinos. Un rey, muy lejos de las tierras que inundarán esta historia, estaba recorriendo los salones del Fhoghst, el castillo infinito que por cada habitación reflejada en sus espejos generaba una nueva. Con las manos detrás de la espalda, los nudillos blancos de nerviosismo, y la enorme corona a la que nunca se acostumbró presionándole la sien, se detuvo en uno de los pilares de mármol a lamentarse.

—Dios, Dada, ¿por qué no me has dotado de la valentía de mi rival? ¿Qué voy a hacer? ¿Qué me harás tú? Solitario estoy escondiéndome en el Fhoghst a esperar oír la cabalgata de la muerte. Mi ejército fue diezmado, las mesnadas empobrecidas. ¡Soy tu hijo! Te he elegido y tú a mí, Dada. Es el derecho del humano, no como las otras bestias que siguen a dioses alejados del conocimiento de la Mantarraya, cruz del universo. Dada, te imploro que intercedas por mi reino de Dhoust, pues si no lo haces estaré perdido, y mi gente perecerá ante el ejército del rey Astado que ha bajado de las islas flotantes porque he sido necio, Dada, he pecado de necio.

Llorando a los muertos que vendrían, el rey de Dhoust se sentó y se quitó la corona para poder pensar mejor. Entonces dijo las palabras.

—Que la divina comedia en la que estoy envuelto de un giro, que la mortandad cabalgue con una saeta y extinga a los elfos oscuros. Deseo que la muerte gobierne en lugar de mí.

De la corona cayeron los ópalos, el rey no los reconoció hasta que ellos le hablaron para decirle “Así sea, rey de Dhoust, el país de infinitas calles, me vestiré de muerte para que la muerte no se vista contigo”.

—¿Qué? — fue la última palabra del rey que vio conmocionado como un vapor de color que no puedo describir empezó a emanar de los ópalos que estaban escondidos en la corona. La Serpiente se configuró dentro de ese enorme salón y con su mirada similar a fuegos fatuos se quedó con el alma del pobre hombre. Atravesó las infinitas habitaciones en un santiamén y devoró a hombres, mujeres y niños. Dhoust desapareció frente al ejército del rey Astado que esperaba al amanecer para desatar la batalla en las dolinas que allí había. El Vacío surcó el cielo, estalló sin sonidos y uno de sus ojos cayó delante de un elfo oscuro que se lo pasó a otro elfo y a otro hasta llegar a Bruma, el rey Astado, quien miró la pequeña piedra sabiendo a ciencia cierta qué era. Miró a Dhoust y le ordenó a su hueste de cientos de miles de elfos que montarán sobre sus grifos y volvieran a las islas del cielo.

Cuando el Vacío separó su esencia en dos mitades, una de ellas fue con los elfos oscuros a Yovenir, el país del cielo, la otra fue a parar en la red de pesca de Ghazar, un humano que pensó “Es una piedra muy bonita, tiene llamas dentro”. Dejó su bote, sintiéndose feliz por la gran pesca de aquel día y sobre todo por la piedra que no podía dejar de mirar. Caminado por las calles de Nabla, ciudad del norte del país Brújula, un cuervo, espía del rey Lafred, distinguió aquella cosa que brillaba en las manos de un pesquero corriente y voló a San Marino, directo al castillo Yutenfraim; pasó a través de los canales para cuervo que desembocaban en la alcoba bolsón donde Lafred esperaba todos los días las noticias del reino. El cuervo tomó forma humana y se tambaleó un poco.

Ópalos de fuegoWhere stories live. Discover now