Ópalos de fuego

Dos lunas y un caracol

Toru se pasó la noche explicando los asuntos que llevaron a los elfos oscuros a querer abandonar la tierra y vivir en el cielo, la desaparición de los elfos verdes y qué fue de los blancos, asuntos que más adelante retrataré con ahínco vibrante. Sin embargo, ahora nos atañen las peripecias que le siguieron a la conversación que hubo entre el árbol del mundo, Nadir, el corcel Geo y Lael, quién estaba aterrada, pero entusiasmada.

Los haces llovían con copiosidad, llenando al pasto de brillo del anaranjado amanecer que hace tanto no sentía. Algunas flores nacieron y abrieron sus pétalos para cargarse de energía. Toru las percibía con total serenidad, más no pudo alcanzar la felicidad de su nuevo estado corpóreo porque Lael insistió ir con Nadir y sus ninfas, si bien están unidas a ellas, tienen libre albedrío desde la creación. Claro que no iba a perdonar a un humano con tanta facilidad, menos al hijo del rey que todo lo mata, aunque sus intereses sí que eran comunes: los ópalos tenían que destruirse. Entonces le reveló el secreto que ninguna criatura mortal sabía al mentar el paradero de la ciudad de Yovenir, conocida como islas invertidas.

—Está repleta de grifos que solo obedecen a sus amos los elfos, también se pueden topar con Taxter, la serpiente infinita. Eviten a toda costa entrar a la biblioteca susurrante, pues allí yacen los libros enloquecedores, y sus mentes no están listas para ser sometidas a esas revelaciones— les dijo Toru en un momento, dirigiéndose más a Lael que a los otros dos.

Nadir recibió unos cuantos frutos de multiplicidad por parte de algunas ninfas y en mandado de su diosa Toru, de esos que un bocado es tres o diez bocados, dependiendo de la suerte. También le fue entregado uno de los mitológicos anillos enredados, y, por último, la compañía de Mirla, la mejor luchadora. Mientras Nadir hablaba con Geo y guardaba sus nuevos elementos, Toru se comunicó mentalmente con sus hijas.

—No es de fiar, la violencia la tiene en sus manos y la porta en el pecho. Es cierto, mucho, que el crucero no se ha creado para quitar almas, sino para arrasar con reinos enteros, ¿de qué otra forma un mortal podría atravesar El Lugar entre Lugares? ¿No han de confiar en él, no han de bajar la guardia, una vez tenga el ópalo lo abandonan a su suerte, estoy segura de que Fredas Mortes se encargará de él?

—¿Fredas Mortes? — dijo Lael en intencional voz alta.

Toru se mantuvo callada y pensó en lo fácil del amor. Lo complejo de llevarlo. Lo inútil de fundarlo.

—Hija, no caigas en esos males que de males solo traen tragedias y conflictos. Los hijos de Dada han asesinado por milenios a nuestros bosques, mutilado para construir edificaciones que acaban inevitablemente en llamas. Y nos siembran, nos cultivan como mi hermano el dios Zuz cultivó los ópalos, por egocentrismo, una subjetividad que no lleva a otra cosa que el caos anacrónico. ¿Ves al corcel aquel? Alguna vez su raza perteneció a la noble sangre de los unicornios, cuyo reino solo se ve en el atardecer. Los humanos, como siempre, lanzaron una guerra en contra de una de las razas más inteligentes que existen y secuestraron unicornios para montar sobre ellos, ¿no es ese un rasgo de violento dominio? Por estar lejos de sus tierras perdieron el habla y sus hermosos cuernos en donde habitan todos los colores, quedando como animales a merced de la raza destructora—Toru se detuvo antes de continuar—. Haremos una alianza con este humano, pero necesito objetividad guerrera, la que les he inculcado. ¿O quieren ser arrasadas por los ópalos? ¡Es lo que ocurrirá si cae en manos del infame Lafred! Infamia que no decantará meramente en nuestra raza, sino que, en todas, lo veo claramente. No. No. No. Háganse con el ópalo que tiene Bruma, el nuevo rey Astado, desde ahí nos encargamos de las torres de sangre… de los humanos.