El lugar entre lugares

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La entrada del abismo estaba lejos de toda construcción, humana o no. Los insistentes temblores provocados por las almas hacían del terreno un lugar traicionero. De hecho, ningún animal o planta habitaba sus alrededores, tan solo los misteriosos fuegos fatuos que, si bien deambulaban de día, por las noches era un mar de ellos y la desaparición esperaba a aquel que los tocase. Era imperioso, pues, que Nadir escapara de allí antes de que el sol cayera. Notó que no había carrozas ni corceles y que su caballo, Geo, estaba muerto. Malditos. Malditos. Han de haber viajado con un sacrificio.

Hace eones un mago, devoto del dios Zuz, llegó a la Brújula, la capital de los humanos, y le enseñó todo tipo de encantos al rey de turno para que le diera asilo, pues era buscado por su naturaleza mágica. Los humanos eran reacios a todos esos asuntos porque tenían que ver con las fuerzas que solo Dada podía manejar. Sin embargo, los avances que Tru, el mago, demostró que se podían llevar a cabo resultaron muy atractivos. Uno especialmente, la transalma, que consistía en asesinar a un animal para crear portales que se evaporaban enseguida, pero daban el tiempo suficiente para viajar. Se requerían dos cosas: un espato de calxino de las montañas calcinantes y un un destino en mente. Al matar, se debía mirar a través del espato y un hilo apenas visible se vería emergiendo del animal que, al tocarlo, se esfumaba y el asesino era transportado al lugar deseado. la mayor parte de las veces. Tru explicaba apasionado que el mineral de calxino funcionaba gracias a la propiedad de revelación dimensional que mostraba tanto lo real al ojo común como las hebras que componen dicha realidad. A través de él, los nigromantes y los magos podían vislumbrar al velo que unía a la vida y al cosmos. Cosa que, francamente, aburría al rey.

En ocasiones ocurrió que luego del sacrificio el individuo terminaba en medio de las nubes y caía para destrozarse por completo, o en el fondo del océano, o solo se trasladaba una parte de él. Tru vio que los humanos utilizaban mucho aquel método, a pesar de sus falencias y como agradecimiento, dedicó su vida a perfeccionar los viajes. Finalmente, llegó a la conclusión de que era mejor el sacrificio humano.

-No tienen que ser buenas personas, pueden usar esclavos, o traidores del fruto, o prisioneros.

Todo era teórico y estaba en papel. Como la vida de Tru era más extensa que la de cualquier humano, fue testigo de múltiples regímenes, y el último que vio fue el que acabó con su vida.

-¿Estás seguro de tus papeles?

-Muy seguro, mi señor.

Y el rey mató a Tru. Por un lado, porque los humanos estaban incómodos con su larga vida. Por el otro, debido a la malévola propuesta. Tru tenía razón: el espato de calxino dejó ver en su transparencia distorsionada que un hilo bastante más visible emanó del cuerpo y cuando se transportó, a tan solo unos metros, el portal seguía allí. Volvió a hacerlo en muchas ocasiones mientras su científico escribía todo lo que sucedía. Realizó anotaciones sobre aquel hilo cada vez que el rey pasaba de un lado a otro. El experimento concluyó que los viajes disminuían la intensidad de la hebra que todo lo sostiene. Después de unas sesenta ocasiones se desvaneció. Tru cayó al abismo de Terror, porque aquel ensayo impidió que su alma se separase del cuerpo. Cuando la vida de una persona se veía interrumpida con violencia, acababa en ese lugar. Los lamentos del mago aún se oyen en el abismo.

No importa que hayan viajado por sacrificio, no saben dónde estoy. Un fuego fatuo flotó a hacia Nadir y este sacó su espada sabiendo que no serviría de nada, mas la bola de verde luz se quedó suspendida frente a él, subiendo y bajando con un ritmo incluso tranquilizador. La caída del sol ya estaba alimentando a las sombras. Nadir tenía que tomar una decisión, o irse con esa bola extraña, o desaparecer por más bolas extrañas.

-¿Tienes algo que decirme?

El fuego fatuo se levantó y aumento su brillo.

-Así que sirves de linterna.

Una llama fue disparada a Nadir y le quemó la cara.

-¡Oye! Si estás acá por algo, date prisa, no sé, guíame, ¿eso es?

El fuego bajó y subió y bajó y subió y estuvo así un rato.

-No vamos a llegar a ninguna parte.

Entonces se le acercó y Nadir puso la mano para indicarle que no lo hiciera. Ambos se quedaron en sus lugares. Desde la tierra se encendían esferas que salían para alimentarse de la luna. Son cientos, no, miles. El brillo verde se acercó con cautela al humano, disminuyó su tamaño y se le puso entre las piernas.

-¿Geo? ¿compañero mío?

La esfera volvió a flotar y se iluminó.

El desierto ya no tenía nada de desértico. Los fuegos fatuos inundaban todo y se arremolinaban como combatiendo. Geo llevó su luz a la máxima potencia y Nadir entendió lo que quería. Cuando el mar de luces se les vino encima, la mano de su amo tocó a Geo y los dos desaparecieron.

Era un puente, largo y ancho, sin bordes que protegiesen a quien caminara por él. A sus lados caían construcciones que Nadir jamás había visto, parecían castillos, pero eran rectangulares y estaban en llamas. Unas cabañas levitaban en el vacío del lugar, con grandes rocas alrededor y le recordó a las islas de los elfos negros. De pronto, una columna colosal cayó en el camino, en lugar de acabar con el puente, se convirtió en polvo que fue arrastrado por un viento inexistente. Sobre ellos había constelaciones que estallaban y volvían a unirse para estallar de nuevo. Nadir estaba abrumado.

-Este es el lugar entre lugares, amo.

-Esto es un sueño, querrás decir, ¿cómo puedes hablar?

-No lo sé, amo, tampoco sé cómo sé qué es este lugar, pero lo sé.

-No tienes mucha elocuencia.

-Lo sé.

-Bueno, por lo menos escapamos de los fuegos, ¿ahora qué?

-Creo que tenemos que ir hacia una de esas puertas. Siento que tiene que ser esa, ¿la ve? Está titilando. ¿Qué es titilar?

-Eso que haces tú, Geo.

Caminaron varios minutos, minutos que pudieron ser horas o segundos o años. Nadir miraba con profundo terror y admiración los objetos que llovían a los lados del puente. Algunos pequeños, otros enormes, unos metálicos en los que desfilaban luces. Pasaron entre un sinfín de umbrales que parecían tener velos en su interior. Uno de ellos parpadeaba.

-Es acá, amo.

-¿Qué es este sitio?

-El Lugar entre Lugares. No tengo más conocimiento.

Se acercaron al umbral. El velo los envolvió como cuando la tierra se levanta y hace torbellinos y hace volar a las hojas y las lleva sitios que las hojas nunca soñaron conocer. Los abrazó en un suave tacto, como el del bolso de seda que Nadir traía. Unas ramificaciones se dibujaron en ese espacio de sueños, bajaron robustas y junto a ella una luna que parecía moneda. Se sintió un aroma fresco, un frío que calaba a la médula. Estaban en un bosque frondoso.

-¿Es el bosque de Toru?

Geo se iluminó.

Habían escapado del desierto para adentrarse al territorio de Toru y sus malintencionadas ninfas.

Ópalos de fuegoWhere stories live. Discover now