El arte de ser cuervo

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Los ojos cerrados entre la multitud se abren con cuidado, temiendo que aquello que verán sea real. Alguien, una mujer, corre en recta línea intentando encontrar a su hermana colgada desde las torres, un capa negra la detiene poniéndole el gran guante metálico sobre el pecho. Él es testigo de la consternación que brota de los ojos desesperados que le ven y coincide para sí mismo con que las cosas habían llegado muy lejos. Ambos se quedaron en el silencio agotado por el bullicio circundante, hablándose una con lágrimas que comenzaban a brotar como caen las primeras gotas de lluvia, uno calmando sus ojos detrás del visillo del yelmo dorado. De pronto se giraron a ver como tres cuervos colgados se presionaban la soga que les rodeaba el cuello e intentaban subir las torres ayudándose con los pies. La gente volvió a tener un ambiente sombrío.

—No tengan miedo, pueblo mío, están tan malheridos que no podrán volar a ninguna parte — dijo el rey.

La mujer empujó al guardia.

—¿Conoces a Lexa?

—Sí, mi dama, se encontraba en el salón de las voces, nada le ha ocurrido.

—¿Y por qué no ha salido?

El guardia caviló.

—Quizás, dama mía, está con la reina Eco, pues cuervo suyo es.

—No me trates de dama, perro, ustedes permitieron que esto pasara, que Dhomas te sacrifique y deje tu sangre caer.

Bien sabía el capa negra, Czen, a quién se refería la hermana de Leza cuando lo maldijo con Dhomas, rey de San Marino que allá en e año humano 1700 dio partida a la barbarie que consistía en colgar vivos o muertos a la mayor cantidad de enemigos atrapados para que su sangre escurriera y pintara de rojo a las torres de Yutenfraim, dejándola correr desde lo alto hasta los canales de abundantes ratas. Duro más de trescientos años, los que se conocen como la era oscura, hasta que el valiente rey Tribas, padre de Lafred las detuvo en 1906. Cualquier capa negra bien formado tenía tales nociones de historia. Notó que la mujer no se había apartado de él.

—Si no quieres “dama”, dime tu nombre, y podré ayudarte.

—¿Mi nombre? ¡Mira tras de ti! ¡Mira a tus compañeros asesinados!

—Baja la voz, el rey está en una racha de asesinatos — le aconsejó.

La mujer giró los ojos, se secó las últimas lágrimas y puso oído a las plegarias de los que estaban colgados:

—¡Vafrain, te has equivocado!

—¡Vafrain, debimos quedarnos en nuestro bosque!

—¡Vafrain, reina águila, escucha a esta gente!

—¡Vafrain, mira cómo aplauden nuestro sufrimiento!

Así continuaron, algunos tuvieron la suerte de morir con rapidez, otros se liberaron de la soga para caer al piso, otros intentaban escalar. En cada uno de ellos veía a Lexa y eso le comprimía el corazón con la fuerza de un puño. Le echó un vistazo a la fruta que compró, los albaricoques, favoritos de Lexa brotaban entre las hojas de letices y bránduros. Volvió a recorrer al capa negra, desde la punta del yelmo a los pies y seguía sin encontrar una manera de confiar en él. Pero sin familia más que su hermana, en la situación que se encontraban, valía la pena intentarlo.

Ópalos de fuegoWhere stories live. Discover now