02| Bienvenida

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CAPITULO 2. Bienvenida
EDA

El aroma a antiguo se instaló en mi nariz cuando las dos gigantescas puertas de la casa se abrieron, y de ellas emergió una mujer joven de unos 30 años. Vestía un uniforme que, por lo que pude deducir, la catalogaba como una de las muchas personas que trabajaban en la mansión. Esperaba que este regreso fuera un poco más emocionante, pero en lugar de eso, una oleada de nostalgia me invadió y unas lágrimas amenazaron con asomar en mis ojos. Pero, por supuesto, yo no solía llorar por tonterías... al menos no siempre.

—¿Eres la Señorita Eda? —preguntó la mujer con una voz que me sacó de mis pensamientos. Asentí en silencio y, con un nudo en la garganta, di un paso adelante mientras ella se apartaba, dándome acceso al interior de la mansión.

Crucé el umbral hacia lo desconocido, sintiéndome como si estuviera ingresando en una película de terror adolescente. Las luces, los ecos de los pasos y el aire de misterio estaban más presentes que nunca.

Una vez dentro, los recuerdos me envolvieron como una manta caliente. La mansión estaba prácticamente igual que cuando la había dejado hacía diez años. La decoración moderna pero clásica, los techos altos con lámparas que parecían costar más que una matrícula universitaria... era como volver al pasado, a un lugar donde el tiempo se había detenido.

—¡Edna, ¿quién era? —preguntó una voz firme pero amigable, sacándome de mis recuerdos y devolviéndome de golpe al mundo real. Me quedé quieta de espaldas a las dos mujeres.

Esa voz no pasaba desapercibida, no la podría olvidar ni aunque muriera y volviera a nacer. Me giré y me encontré con la mujer más tierna y aterradora a la vez que jamás en mi corta vida he podido conocer.

—¡Querida, Eda! ¿Eres tú? —corrí hacia ella y nos abrazamos como si no hubiera un mañana. Como si no hubieran pasado diez años y las canas ya abundantes en su pelo no estuvieran.

Ante mi estaba Rosa, una señora de casi 65 años, había sido y seguía siendo la ama de llaves de mi abuelo desde la época de los dinosaurios. Con sus rizos de nieve y las gafas colgando del cuello, parecía la abuela de un cuento de hadas. Era la perfecta encarnación de la sabiduría y la ternura. Podía regañarte con firmeza, pero sabías que después te compensaría con un trozo de bizcocho de chocolate y una sonrisa que te hacía sentir como en casa.

—¡Rosa, te he echado mucho de menos! —me separé de ella para secarme las lágrimas que se habían deslizado por mis mejillas ya sin cometer tanta emoción y sentimiento dentro de mi.

—Estás preciosa, cariño. Siempre tan hermosa, con esos ojos deslumbrantes y azules y esa melena rubia. ¡Y cómo te ha crecido el pelo...! —acarició mi cabello largo— Y cómo has crecido, mi pequeña revoltosa. —Nos abrazamos de nuevo antes de que unos gritos rompieran nuestra burbuja de cuento de hadas.

Me alejé de Rosa y limpié mis ojos con la manga de mi vestido, sabía perfectamente quién era la dueña de esa horrenda voz. Estaba lista para enfrentar a Elsa Blum, la segunda esposa de mi abuelo. Pelo oscuro, ojos oscuros y una cara que parecía haber sido inyectada con más Botox que la cuenta bancaria de un millonario. Casi no había cambiado, y el hecho de que la recordara casi igual que ahora me atormentaba seriamente, parecía un vampiro pero con claros ajustes estéticos.

—¿Quién eres?— No sé si fue su tono gélido o el hecho de que no recordara mi llegada, pero el nudo en mi garganta se disolvió y fue reemplazado por unas irresistibles ganas de saltar sobre ella.

—Eda.

—Oh, cierto, llegaste hoy. ¡Cómo has crecido!— Una sonrisa más falsa que un billete de tres dólares se apoderó de su rostro.

Un acuerdo con exceso de amorWhere stories live. Discover now