Capitulo 10

3.6K 168 0
                                    

Rebeca:

Creo que me estoy poniendo muy pero muy nerviosa.

Y más cuando observo el auto de Izan estacionarse frente a mi casa.

Habíamos acordado esta hora por mensaje, él me escribió para preguntarme a qué hora podía llegar y bueno ya son las dos de la tarde.

—Ada, Izan ya llegó —Ada se levanta del sillón al escucharme, insistió en ponerse un vestido un poco largo, y además me escogió mi ropa, que por lo menos fue una falda short jeans y una blusa que llega hasta un poquito más arriba del ombligo.

—Ya, vamos, mami —se acerca a la puerta, tomo mi cartera y mi teléfono.

—Te deseo suerte —me dice Ana.

—Gracias, y espero te vaya bien en tu cita a ciegas —sí, tiene una cita a ciegas dentro de una hora.

—Agh, lo dudó, pero ni modo.

Me reí un poco, y salgo de la casa, Ada ya había salido y está hablando con Izan, él se ríe con algo que le dice.

Cuando llegó a donde están, él me sonríe.

—Hola, Rebeca.

—Hola.

Noto que Izan me mira de los pies a la cabeza casi disimuladamente.

Y no, no es la primera vez que lo hace, lo ha hecho desde que nos conocimos y yo siempre me di cuenta.

Le abre la puerta del asiento trasero a Ada y luego me abre la puerta a mí.

—Gracias.

Él rodea el auto y abre su puerta para entrar, me pongo el cinturón de seguridad, y me aseguro de que Ada también lo tenga.

—Izan, ¿cuál es tu sabor de helado favorito? —le pregunta Ada.

—mmm, el de vainilla, ¿y el tuyo?

—De oreo, el de mi mami es de chocolate.

—Oh, eso ya lo sabía —dice con una pequeña sonrisa.

Y me acuerdo de un día hace tantos años.

¿Me vas a decir que demonios hacemos aquí? —gruñó.

—Ay, no seas pesado, disfruta un poco.

—Estamos en una feria, llena de juegos, no creo que pueda disfrutar —rode los ojos por su respuesta, siempre era un amargado.

—Bien, no vamos a ningún juego pero vamos por helados, no caminamos por nada.

—Yo no fui quien obligo al otro a caminar hasta aquí.

—Izan, eres un amargado, no puedes dejar de quejarte ni por un día. —él entrecierra los ojos.

—No soy un amargado, y sí puedo pasar un día sin quejarme.

—Ya.

—Es verdad —dice irritado.

—Yo nunca dije que no lo fuera —me gusta fastidiarlo.

—Pero no me crees.

—No.

—Entonces lo probaré.

Sonrío disimuladamente.

—Bueno, hoy no te puedes quejar ni andar de amargado, ahora sí, a comer helados.

Seremos felices ✔Where stories live. Discover now