Capítulo 6. lie

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Había sido culpa de los soldados de Japón.

Mingyu había estado vigilando un área poco concurrida, él sólo, por la noche, mientras el resto de su equipo dormía unas pocas horas.

Llevaba su arma lista, sabía que un ataque podría llegar de cualquier lugar en cualquier momento, incluso si no habían visto a nadie el ejército contrario cerca de allí.

Lo poco que supieron después del ataque, cuando sus compañeros se recuperaron del susto al encontrarlo ensangrentado y moribundo, fue que la reina Sana había entrenado una jauría de perros de caza para que sus soldados se divirtieran atacando a los enemigos, pues los perros sabían reconocer a cualquier soldado con su uniforme.

Mingyu había tenido suerte, ya que sus gritos asustados y desesperados lograron despertar a sus compañeros, que mataron a los perros antes de que pudieran terminar con él. Después de eso, para él todo había sido nada más que mala suerte. Doctores, curaciones, noches llenas de pesadillas, dolores en todo el cuerpo, no poder hablar ni comer bien por las heridas frescas.

Al menos la suerte había estado de su lado el resto del tiempo, desde que había llegado al castillo y hasta semanas después, cuando su relación con Minghao había ido más allá de sólo amigos, como lo habían sido durante años.

No había una palabra específica para describir lo que existía entre ellos, no les importaba buscarla ni encontrarla, pero para las personas a su alrededor era bastante evidente que había algo más entre los dos.

Era más usual ver a Mingyu saliendo de la habitación del príncipe por las mañanas, verlos tomados de la mano más a menudo, y muchas veces algún guardia los encontraba besándose en la sala, en el comedor, en los pasillos, en las escaleras, afuera de sus habitaciones, dentro de sus habitaciones, en cualquier lado. Nadie mencionaba nada, pues a todos les caían bien tanto Minghao como Mingyu, muchos incluso los conocían desde niños, por lo que verlos juntos no era algo demasiado sorprendente.

Todos estaban felices, y la alegría no hizo más que crecer cuando las noticias llegaron al castillo: la guerra había terminado, el ejército de los reyes Oh Sehun y Lu Han había ganado, la reina Sana estaba muerta.

Mingyu se sintió más tranquilo que nunca.

Ahora ya no usaba la máscara que los reyes le habían conseguido, pues cuando le admitió a Minghao que no quería volver a usarla, él se encargó de desaparecerla de un momento para el otro. Se había sentido igual de libre que antes, como cuando era un niño y corría a través de los jardines reales jugando con su papá, o cuando él y Minghao se tiraban al suelo a reírse después de haber hecho alguna travesura, y se quedaban acostados las horas que seguían, creando formas con las nubes encima de ellos. Ahora que se escondían y recorrían todos los pasadizos secretos que había descubiertos de niños, que cuidaban las flores de Minghao y podían besaste libremente en cualquier lugar y momento, volvía a invadirlo la misma sensación de libertad que lo hacía estar seguro de que podría salir volando de la felicidad de un segundo al otro.

Lo primero que Mingyu hizo cuando se enteró de la victoria del ejército sobre Japón, fue abrazar a Minghao, levantándolo del suelo y dando vueltas, escuchando la risa del otro. Cuando lo bajó y afirmó su agarré en su cintura, él también sonrió ampliamente, sintiendo una casi imperceptible molestia debido a sus cicatrices.

—Ahora estamos a salvo, ¿cierto? —le preguntó Minghao, con tanta esperanza que Mingyu no pudo hacer otra cosa más que tomar valor antes de hablar.

—Estamos a salvo —afirmó—. Por fin puedo declararte todo el amor que te he tenido desde que éramos niños y que intenté ocultar por tanto tiempo, pero todo resultó en vano, porque no ha pasado ni un día en el que no piense en ti y no anhele pasar el resto de mi vida a tu lado.

Because it's you || gyuhao Where stories live. Discover now